LA CASA POR LA VENTANA

01/12/2025

Cómo evitar que el consumo nos consuma.

El pensamiento de muchos al aproximase el fin del año (con las celebraciones de Navidad y de Año Nuevo) es el siguiente: “Se acerca fin de año y voy a ‘tirar la casa por la ventana’ ”.

Pero ¿qué significa eso? Una de las explicaciones más difundidas remonta el origen de este dicho al siglo XVIII, cuando la Real Lotería de España (en épocas del rey Carlos III) realizaba sorteos que entregaban valiosos premios. Para expresar su desbordante euforia, los ganadores arrojaban por las ventanas de sus casas los muebles y los objetos viejos que pensaban reemplazar. Desde allí, la frase “tirar la casa por la ventana” conlleva el significado de gastar mucho dinero o no escatimar gastos para celebrar algo especial. Esta expresión pareciera resonar con más intensidad cada vez que llegan las llamadas “fiestas de fin de año”.

Tiempo de festejar

Etimológicamente, la palabra “fiesta” está asociada con la idea de alegría. Una fiesta es, en esencia, una expresión de regocijo canalizada a través de una reunión convocada para celebrar una ocasión especial. Se celebran distintos tipos de fiestas: cumpleaños, graduaciones, bodas, etc. Pero, entre todas ellas, en nuestra cultura se destacan la Navidad y la bienvenida del Año Nuevo.

No obstante, aunque estas fechas deberían contribuir a favorecer la vida espiritual y la unidad familiar, comúnmente se convierten en ocasiones propicias para la intemperancia, el descontrol, la glotonería, el derroche y el endeudamiento. Se prioriza la diversión, se da rienda suelta a las pasiones, se satisface desmedidamente el apetito y se desata la euforia de los sentidos. Analicemos la filosofía que está detrás de esta desafortunada realidad.

“Con mi dinero hago lo que quiero”

No son pocos los que utilizan esta frase para justificar el mal uso del dinero y su “derecho” a tomar las decisiones que deseen sobre lo que está bajo su propiedad. Ignorando los derechos divinos sobre sus posesiones, se colocan bajo el gobierno de sus impulsos y excusan el despilfarro y el descontrol.

José Alfredo Jiménez, un cantautor mexicano, plasmó la esencia de la soberbia humana, que consagra el “reinado” del yo y proclama su falsa “soberanía”, en una de sus composiciones más conocidas, titulada “El rey”:

Con dinero y sin dinero,
hago siempre lo que quiero
y mi palabra es la ley.
No tengo trono ni reina
ni nadie que me comprenda,
pero sigo siendo el rey.

Desde la lógica de “soy el rey”, puedo utilizar lo que es “mío” con total e irrestricta “libertad”. Y ese razonamiento se convierte en la excusa ideal para permitir que las pasiones naturales se expresen sin contención. Se invierten cifras cuantiosas en una sola noche de festejos, mayormente en cenas, regalos, ropa, cosmética, decoración, bebidas alcohólicas, viajes y salidas a restaurantes. Así, las fiestas se convierten en un pretexto para justificar “permitidos” costosos y dañinos para la salud. Y todo esto tiene lugar porque “sigo siendo el rey” y “con mi dinero hago lo que quiero”.

Las fiestas grandiosas producen gastos grandiosos. Las personas se ven tentadas a alcanzar metas equivocadas, tales como impresionar mediante el derroche de dinero, relajar sus tensiones mediante un consumismo desenfrenado, experimentar nuevas sensaciones por medio del placer, y más. Las publicidades comerciales masivas también contribuyen a crear un sentido de urgencia y una necesidad de comprar que conduce a intensificar el gasto y el desconcierto de fin de año.

Consecuencias sociales

El consumismo se define como la actitud cultural que promueve la compra continua de bienes y servicios, impulsada por la creencia de que un mayor consumo conlleva mayor felicidad. El comportamiento consumista contribuye a la venenosa “sobredosis” de gastos e intemperancia de las fiestas de fin de año.

El hombre natural es insaciable en su ambición de obtener dinero y consumir cosas. En su búsqueda de placeres, adquiere cosas no esenciales. Este consumismo, que produce endeudamiento, consume a la persona, la familia, la paz, la honestidad y la fe.

La deuda produce problemas financieros, genera estrés, ansiedad e inseguridad, y tensa las relaciones. Elena de White afirma: “Son muchísimos los que no se han educado de modo que puedan mantener sus gastos dentro de los límites de sus entradas. No aprenden a adaptarse a las circunstancias, y vez tras vez piden dinero prestado y se abruman de deudas, por lo que se desaniman y descorazonan”.1

Consecuencias espirituales

La naturaleza humana caída, con su tendencia natural hacia lo malo, nos hizo susceptibles a distintas debilidades. Tenemos una voluntad propensa a ser gobernada por el orgullo y el egoísmo. El orgullo dice: “Yo soy más”, y el egoísmo dice: “Todo para mí”.

Estos dos componentes producen la atracción al mal conocida como concupiscencia. La concupiscencia es una fuerte inclinación por los placeres terrenales, contraria a la voluntad y los consejos de Dios. Los impulsos que produce, llamados pasiones inferiores, eliminan las barreras morales y persiguen fines destructivos para las personas y su entorno.

“Las pasiones inferiores tienen su sede en el cuerpo y obran por su medio. Las palabras ‘carne’, ‘carnal’ o ‘concupiscencias carnales’ abarcan la naturaleza inferior y corrupta […]. Se nos ordena que crucifiquemos la carne, con los afectos y las concupiscencias. […] Debe expulsarse el pensamiento corrompido”.2 Si no controlamos las pasiones inferiores, formaremos hábitos dañinos y tendremos un sentimiento de descontento constante, estimulado por la ambición y la vanidad.


En Gálatas 5:21, Pablo hace referencia a los festejos corrompidos con la palabra griega komos, que se traduce como “fiestas desenfrenadas” (NTV). Este término denota intemperancia excesiva y abarca los conceptos de glotonería, ebriedad y orgía. En el contexto del capítulo, estas fiestas son catalogadas como “obras de la carne”, y se advierte que quienes las practiquen no heredarán el reino de Dios.


Cuando los sentimientos, deseos e impulsos toman el control de nuestra voluntad y nos hacen perder de vista la finalidad de las fiestas, comprometen nuestras finanzas, y nos llevan a comer y beber hasta la indigestión. Pero, cuando pasa la euforia, terminamos sintiéndonos muy mal a causa del deterioro de nuestra salud física, mental y espiritual.

Cómo celebrar adecuadamente

Hace más de cuatrocientos años, Paracelso, un médico suizo, dijo: “La dosis hace al veneno”. Al acercarse el tiempo de las fiestas, necesitamos aplicar esa misma lógica a nuestros gastos: dosificarlos con templanza para que se conviertan en un “remedio” y no en un “veneno”. La templanza es la capacidad de controlar y moderar los pensamientos, los impulsos, las emociones, los deseos y los placeres. Es un “gajo” inseparable del fruto del Espíritu Santo (Gál. 5:22, 23), que nos permite vivir una vida piadosa, disciplinada y agradable a Dios. Nos lleva a reflexionar antes de actuar, para lograr distinguir entre necesidades genuinas y deseos artificiales.

La templanza produce contentamiento, que es la condición de estar satisfecho con lo que se tiene y disfrutarlo con alegría. El cristiano que cultiva esta virtud tiene paz mental. Como dice el apóstol Pablo, la verdadera ganancia de la vida es la piedad con contentamiento (1 Tim. 6:6).

La intemperancia desfigura la imagen de Dios en el hombre, que fue creado para señorear el mundo y no para ser señoreado por él. Solo el nuevo nacimiento, obrado por el Espíritu Santo, puede darnos la fuerza que santifica y activa nuestra voluntad para “crucificar” las pasiones de nuestra naturaleza pecaminosa (Gál. 5:24). Nos coloca en armonía con el pensar y el sentir de Cristo (1 Cor. 2:16, Fil. 2:5).

Elena de White comenta: “Dios no requierecque sus hijos se priven de lo que necesitan realmente para su salud y comodidad, pero no aprueba el desenfreno, la prodigalidad ni la ostentación”.3 El gasto excesivo de las fiestas acarrea males considerables, tales como la angustia personal, tensiones familiares y deudas abrumadoras, situaciones que se agudizan en los hogares con ingresos más bajos.

El primer paso para evitar tales consecuencias es comprender que la templanza no se trata de prohibirnos gastar y privarnos de lo placentero, sino de aprender a hacerlo con moderación. Así, podremos disfrutar las celebraciones con más energía y alegría, sin culpa ni deudas que afrontar.

¿Quién es el rey?

Somos mayordomos de Dios. Él es nuestro Creador y, por lo tanto, es dueño de todo lo que tenemos y lo que somos. Nada nos pertenece de manera absoluta (Job 1:21); simplemente administramos los asuntos de Dios como oficiales de su máxima confianza. Esta perspectiva nos produce contentamiento: estamos satisfechos con tener lo necesario para hacer frente a nuestras necesidades (1 Tim. 6:6-8).

Dios es nuestro Rey. Como sus mayordomos, no podemos derrochar lo que administramos. Nos fue concedido un poder de representación para disponer del uso de todo; pero, por derecho natural, no nos corresponde. No podemos sentirnos libres de utilizar como deseemos los recursos del Dueño; debemos tener en cuenta su voluntad. El razonamiento correcto es: “Dios me ha dado todo lo que poseo (1 Crón. 29:13-15). Debo administrarlo con prudencia y fidelidad, en agradecimiento al amor, la estima y la confianza que me tiene”.

Las posesiones materiales e inmateriales que el Señor colocó bajo nuestra administración pueden clasificarse en cuatro «T», que se describen más abajo. Estos recursos deben ser administrados de manera sabia, siguiendo las indicaciones del Dador. Deben ser gestionados de tal manera que lo honren, pues él es el Rey. “El amor de Dios debe reinar supremo; Cristo debe ocupar un trono indiviso. Nuestros cuerpos deben ser considerados como su posesión adquirida”.4

El lenguaje de nuestro corazón debe ser: “Soy tuyo por completo, mi Salvador; tú pagaste el rescate por mi alma, y todo lo que soy o lo que seré te pertenece. Ayúdame a adquirir recursos, no para gastarlos neciamente, no para complacer mi orgullo, sino para usarlos para gloria de tu nombre”.5

Todo cristiano debería preguntarse: “¿Quién es el rey de mi vida y de todo lo que tengo?” Hay solo dos opciones: es uno mismo o es Dios. Toma decisiones alineadas con tu bienestar físico, mental, emocional, social, económico y espiritual. Recuerda que estás administrando tus tesoros, tu tiempo, tus talentos y tu salud para la honra de tu Padre fiel, a quien representas y amas.

¿A quién celebramos?

Elena de White afirma: “Las pasiones deben ser controladas por la voluntad, que debe estar a su vez bajo el control de Dios. La facultad regia de la razón, santificada por la gracia divina, debe regir la vida”.6 La naturaleza pecaminosa puede ser transformada por Dios a través de la obra del Espíritu Santo, quien regenera nuestros pensamientos (Efe. 4:22-24). Con la razón santificada, debemos preguntarnos a quién celebramos en cada fiesta en la que participamos.

Si Dios es el Rey, la pregunta estará respondida. Festejar no es solo una expresión de alegría; también es una forma de recordar, agradecer, honrar y venerar a Dios.

  • Si festejo mi cumpleaños, recuerdo a Dios, que me da la vida, y le agradezco por haberme permitido dar “otra vuelta al Sol”.
  • Si festejo en familia, honro a mi Dios por haberme dado ese invaluable regalo, que es mi especial tesoro.
  • Si celebro mis bodas, elogio y enaltezco al Señor por haberme permitido encontrar a alguien con quien compartir la vida.
  • Si conmemoro la Pascua, exalto y venero a Dios por Cristo, que, siendo el Rey, vino a morir por mí (Fil. 2:6-8).
  • Si conmemoro la Navidad, aun cuando el 25 de diciembre no sea la fecha del nacimiento de Jesús, aprovecho la oportunidad para apreciar y admirar a Jesús en su encarnación.
  • Si celebro la llegada de un nuevo año, honro y engrandezco a Dios por sus bondades para conmigo en el pasado, y pido su bendición para mi futuro.

    Cada fiesta es una oportunidad para alabar a Dios, honrarlo y recordar que la vida es un regalo suyo. Así, cada celebración debe convertirse en una verdadera ocasión para representarlo y dar testimonio acerca de él. En este contexto, ¿qué lugar pueden tener el derroche y los excesos? Aplaudamos al Rey, obsequiemos al Rey y celebremos juntos su mayor logro: nuestra redención.

Preparándonos para la gran fiesta

Jesús no fue ajeno a las fiestas: habló de ellas en sus parábolas, participóen varias y ofreció enseñanzas sobre cómo vivirlas. Lucas 14 registra sus consejos a los invitados a una fiesta que buscaban los lugares más importantes alrededor de la mesa. Les recomendó que no actuaran así, porque Dios ensalza solo a los humildes. También le aconsejó al anfitrión que no procurara favorecerse invitando a sus allegados o a personas influyentes. En cambio, debía invitar a los excluidos de la sociedad, quienes más necesitaban experimentar una ocasión festiva feliz. Como no podrían devolverle el gesto, Dios lo haría por ellos, recompensándolo en la resurrección de los justos.

Al oír esto, uno de los invitados le dijo a Jesús: “¡La bendición más grande será participar en la gran fiesta del reino de Dios!” (vers. 15, TLA). En respuesta, Jesús relató la parábola de la gran cena (vers. 16-24), reafirmando la idea de que Dios desea que hasta los más humildes y olvidados puedan participar del gran banquete de inauguración de su Reino.

No seas esclavo del consumo a cualquier precio, ya sea material o espiritual. De aquí en adelante, tus fiestas pueden ser distintas. Pueden convertirse en una fuente de sana felicidad y deleite verdadero. Y recuerda: ¡la bendición más grande será participar en la gran fiesta del Reino de Dios!

Referencias

1 Elena de White, El hogar cristiano (Florida, Bs. As.: ACES, 2013), p. 323.
2 Ibid., pp. 105, 106.
3 Ibid., p. 327.
4 Ibid., p. 106.
5 Elena de White, Consejos sobre mayordomía cristiana (Florida, Bs. As.: ACES, 2013), p. 50.
6 Elena de White, Mente, carácter y personalidad (Florida, Bs. As.: ACES, 2013), t. 2, p. 406.


Factores que causan el descontrol

Psicológicos y emocionales

  • Nuestra naturaleza pecaminosa.
  • Tensiones acumuladas.
  • Ansiedad.
  • Agotamiento.
  • Recuerdos de experiencias traumáticas.


Fisiológicos

  • Exceso de comida que embota los sentidos.
  • Consumo de alcohol.
  • Consumo de sustancias que desinhiben el comportamiento.

Sociales

  • Consumismo.
  • Presión de grupo.

Espirituales

  • Nuestra naturaleza pecaminosa.

Algunos consejos para aplicar en Navidad y Año nuevo

Antes de a sistir a una fiesta, ya seas el invitado o el anfitrión…

  • …reflexiona sobre su verdadero sentido y objetivo de la celebración.
  • …determina participar con la clara intención de disfrutar sin excesos y ora para alcanzarlo.
  • …imagina cómo te gustaría sentirte después de finalizada la celebración.
  • …evita gastar tu dinero para crear una apariencia y ostentar; planifica tus gastos.
  • …decide no derrochar dinero ni salud en una celebración de una sola noche.

Durante la fiesta:

  • Establece límites saludables. No te sientas presionado por el entorno. Sé temperante en todo, amable pero firme al mantener tus propias barreras.
  • Identifica tus emociones intensas y pide a Dios que te ayude a manejarlas.

Después de la fiesta:

  • Agradece a Dios por la experiencia satisfactoria que acabas de vivir.

Las 4 “T” que siempre debemos recordar a fin de ser buenos mayordomos:

  • Tesoros ( los bienes materia les que poseemos).
  • Templo (el cuerpo que poseemos).
  • Tiempo (el período de existencia que poseemos).
  • Talentos ( las capacidades, habilidades y destrezas que poseemos).

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