EL DESAFÍO POR DELANTE

Jim Botha / AME (CC BY 4.0).

04/07/2025

¿Cuál es la garantía de que la misión de predicar el evangelio en todo el mundo será terminada?

Por Silvano Barbosa, Doctor en Misionología y profesor de la Facultad de Teología de la Universidad Adventista de San Pablo, Brasil
Foto: Jim Botha / AME (CC BY 4.0).

Estaba en Singapur, dentro de una mezquita, conversando con un musulmán devoto. Le pregunté:

—¿Cuál es la cosa más importante que debo saber sobre el islam?

—Dios es uno —respondió, y añadió—: “¡Nosotros no le atribuimos la condición de Dios a ningún profeta!”

Continué conversando con él y, después de algún tiempo, pregunté:

—¿Puedo tomar una foto para registrar nuestro encuentro?

Él se negó, explicando:

—Una foto es una imagen, y una imagen puede volverse un objeto de adoración, y solamente Alá puede ser adorado.

Más adelante, él me preguntó:

—¿De dónde vienes?

Respondí que era brasileño. Él concluyó:

—¡Entonces eres católico!

Expliqué que yo también era un believer (un creyente), como él se consideraba, y que formaba parte de un grupo de personas que aguarda el retorno de Isa al-Masih, que es Jesús. Él me miró y dijo:

—Entonces ¿eres adventista del séptimo día?

Quedé impresionado al ver que, allí en Singapur (un país con un pequeño porcentaje de cristianos), dentro de una mezquita, un musulmán devoto sabía que, en Brasil y en otras partes del mundo, existe un pueblo llamado “adventista del séptimo día” que espera el regreso de Jesús.

La Iglesia Adventista existe para esperar y apresurar la venida de Jesús (2 Ped. 3:12). Los adventistas se ven a sí  mismos como un movimiento profético de restauración de la verdad, cuyo origen fue previsto en la profecía (Apoc. 10:11), cuya identidad es confirmada por la profecía (Apoc. 12:17) y cuyo mensaje es extraído de la profecía (Apoc. 14:6-12). Todo este conjunto de verdades proféticas converge en un único punto: el regreso de Jesús (Apoc. 14:14-20).

Apocalipsis 14:6-12 presenta el mensaje que debe ser proclamado en el tiempo del fin. En este pasaje, el remanente está simbolizado por tres ángeles que anuncian, con intrepidez, el mensaje divino de amor, gracia, restauración y esperanza, un mensaje que prepara a las personas para el regreso de Cristo. Este mensaje debe ser proclamado a toda la humanidad.

Transmitir el mensaje divino de forma que las personas comprendan y tengan la posibilidad de responder al evangelio puede parecer una tarea extremadamente intimidante, incluso en una pequeña ciudad del interior. Pero cuando entendemos que el remanente fue comisionado para cruzar barreras geográficas, lingüísticas, políticas y religiosas para proclamar el evangelio eterno a toda nación, tribu, lengua y pueblo, se hace evidente que la misión es de proporciones inimaginables. Actualmente, aunque la Iglesia Adventista del Séptimo Día sea la confesión protestante con la más amplia presencia global, operando institucionalmente en casi todos los países del mundo, este desafío sigue siendo tan urgente como al principio.

Una tarea sobrehumana

En 2025, más del 56 % de la población mundial vive en áreas urbanas, y hay 577 ciudades con más de un millón de habitantes (ver más aquí). Cada vez más personas que viven en estos grandes centros urbanos adoptan una forma de pensar posmoderna, según la cual no existe lo correcto y lo incorrecto; tan solo existen opciones. Para muchos, no hay una única fuente de autoridad, porque se debe considerar todas las voces.

Especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XX, la verdad dejó de encontrarse prioritariamente en la ciencia, la Biblia o la iglesia. Para los posmodernos, la verdad se descubre en las relaciones. En vez de una verdad absoluta, prefieren hablar de “muchas verdades”, o aquello que es “verdad para mí”. Cada persona posee una pieza del rompecabezas, pero esas piezas representan fragmentos de conocimiento dentro de una vasta realidad aún desconocida. Por eso, creen que construir comunidades y escuchar las historias compartidas dentro de ellas es esencial en la búsqueda de la verdad (John Paulien, “The Post-Modern Acts of God”, Adventist Society for Religious Study, 18 de noviembre de 2002, p. 3).

Además de esto, el censo brasileño de 2022 señaló que el 9,3 % de la población brasileña se declaraba “sin religión”. Es importante notar que muchos entre los que abandonan la iglesia o los que no se identifican con una membresía formal todavía creen estar profundamente alineados con lo divino. Ellos adoptaron una espiritualidad individualizada, restringida a la esfera privada de la vida. Para estas personas, elegir solo lo que es conveniente dentro de una amplia variedad de filosofías religiosas alternativas se volvió una prerrogativa básica. La fe genuina es entendida como un camino espiritual exploratorio, sustentado por la experimentación: una espiritualidad que se alimenta de creencias fácilmente “degustadas” en un menú diversificado de prácticas religiosas no tradicionales (Silvano Barbosa, “Digital Technology and the Mission of the Church”, en Technology, Etics and the Future [Instituto de Investigación Bíblica, 2025], p. 375).

Ayudar a millones de personas que viven en contextos urbanos a entender que todas nuestras creencias y prácticas deben fundamentarse en el criterio absoluto de la Palabra de Dios es una tarea más grande de lo que podemos calcular.

Actualmente, hay cerca de 1,8 mil millones de musulmanes en el mundo, personas que, desde la infancia, se les ha enseñado de forma firme que creer en la divinidad de Jesús representa shirk, el pecado imperdonable según la teología islámica.

El mismo Mahoma, fundador del islam, relató que, en cierta ocasión, habría sido llevado por el ángel Gabriel para conocer los siete cielos. En cada uno de ellos, fue recibido por un profeta, en un orden creciente de importancia: del primer cielo —el más bajo— hasta el séptimo —el más alto—. Según ese relato, en el primer cielo fue recibido por Adán; en el segundo, por Juan el Bautista; en el tercero, por Jesús; en el cuarto, por Idris (identificado por algunos como Set o Enoc); en el quinto, por José; en el sexto, por Aarón; y en el séptimo, por Moisés. Después de esto, Mahoma fue recibido por Abraham y, finalmente, conducido a un encuentro privado con Alá (el Corán, sura 17 [“El viaje nocturno”]; el relato más detallado se encuentra en colecciones posteriores de enseñanzas, hechos y dichos de Mahoma). Entre los ocho profetas mencionados en esta narración, Jesús ocupa el tercer cielo, por lo que, en esta jerarquía simbólica, se lo considera uno de los menos importantes.

Ofrecerle a un solo musulmán conocimiento bíblico suficiente para que tenga una posibilidad justa de responder al evangelio —y hacer de Jesús lo primero, lo último y lo mejor en su vida— exige años de capacitación, compromiso y renuncia. Además, es necesario considerar con seriedad la posibilidad de ejercer el don del martirio. Pero el misionero debe reflexionar con cuidado. Después de todo, el don del martirio solo puede usarse una vez.

Más de mil millones de hindúes oscilan en su devoción entre los más de trescientos millones de dioses disponibles en su sistema religioso. Para ellos, Jesús es considerado tan solo un avatar más —una manifestación del dios Brahma— que puede asumir la forma de personas, como Buda, Krishna o hasta de animales, como un pez o una tortuga. El presidente de la Asociación de Rajastán de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, en el norte de la India, relata que, en su territorio, hay más de doscientos millones de habitantes, decenas de dialectos y 94.000 aldeas. Por lo tanto, la misión confiada al remanente ciertamente incluye proclamar el mensaje de Dios para el tiempo del fin en cada una de estas localidades y etnias.

Para más de setecientos millones de budistas, el problema central de la humanidad no es el pecado, sino la ilusión de la existencia individual. En otras palabras, nada es real: todo lo que ves, tocas y sientes es tan solo una proyección de la mente. La solución, según esta visión, es extinguir todos los deseos, hasta que se perciba la no existencia del yo. Cuando los misioneros hablan con budistas sobre la salvación, la promesa de la vida eterna suele ser interpretada como la continuación del yo, algo que es rechazado, ya que representa la persistencia de la identidad individual. Dios, presentado como un ser personal que expresa emociones como amor e ira, también es visto con desconfianza, pues la personalidad, en este contexto, se considera una afirmación indeseable del ego. Alcanzar a un budista para Cristo requiere paciencia, sensibilidad de múltiples tentativas.

Esta breve descripción está lejos de agotar el tema. Todavía están los confucionistas, los adeptos del espiritualismo, los judíos y muchos otros grupos con creencias distintas.

Admitámoslo: el desafío de alcanzar a los más de ocho mil millones de habitantes del planeta Tierra con el mensaje divino para el tiempo del fin (Apoc. 14:6-12) parece estar más allá de nuestras capacidades humanas. “La tarea es abrumadora. Desde una perspectiva humana, el rápido cumplimiento de la Gran Comisión de Cristo en algún tiempo cercano parece improbable. […] Todos nuestros planes, estrategias y recursos son incapaces de terminar la misión de Dios” (“An Urgent Appeal For Revival, Reformation, Discipleship, And Evangelism”, voto del Concilio Anual, votado el 10/11/2010).

Respuesta al llamado

Si el desafío está más allá de nuestras posibilidades, ¿por qué deberíamos continuar escribiendo artículos sobre la predicación del evangelio a todo el mundo? Si ya es difícil alcanzar a los que están del otro lado de la calle, ¿por qué deberíamos pensar en evangelizar a los que están del otro lado del mundo? Porque lo que determina la participación humana en la misión no es la posibilidad de concluirla, sino la obediencia a la orden del Maestro. El remanente no participa de la misión porque analizó bien, hizo todos los cálculos, concluyó que era viable y entonces decidió comenzarla. El remanente simplemente obedece la instrucción del que ordenó: “Es necesario que otra vez profetices a muchos pueblos y naciones, lenguas y reyes” (Apoc. 10:11).

Humanamente es imposible. Pero la misión no es un emprendimiento humano. Dios tiene el control de la misión en sus manos. Fue él mismo quien inició su obra de restauración de la raza humana todavía en el Edén (Gén. 3:15) y condujo cada etapa de este proceso hasta el momento actual. Él mismo es la garantía de que este proceso se concluirá. Es exactamente por esto que el Señor Jesús afirmó: “Este evangelio del reino será predicado en todo el mundo, por testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin” (Mat. 24:14). No hay margen para las dudas en estas palabras: Dios va a terminar lo que comenzó.

En Mateo 24:14, la expresión “será predicado” presenta lo que los estudiosos del texto bíblico llaman “pasivo divino”: cuando un verbo está en voz pasiva y no se indica quién realiza la acción, se puede entender que Dios mismo es el agente por detrás de ella. Por ejemplo, en Génesis 2:1 leemos: “Así fueron terminados los cielos y la tierra y todo lo que existe” (RVC). El texto no menciona quién concluyó la creación, pero es evidente que fue Dios mismo. Del mismo modo, cuando Jesús declaró “¡Consumado está!” (Juan 19:30) o dijo “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mat. 5:4), no se identifica explícitamente el agente de la acción, pero el contexto y la teología bíblica indican que el lenguaje en voz pasiva sugiere nuevamente que Dios mismo completó o completará estas acciones.

Así, al afirmar “este evangelio del reino será predicado”, Jesús no menciona quién lo hará. Esto indica que, en última instancia, la predicación del evangelio será realizada por Dios mismo (Em Missão: Fundamentos, História e Oportunidades [Unaspress, 2023], p. 249).

Cooperación

Cuando el remanente acepta el desafío de llevar al mundo el mensaje divino para el tiempo del fin, tan solo se está uniendo a Dios en aquello que él ya está realizando. La promesa de que este trabajo será terminado es la garantía de que el ser humano no está luchando por una causa perdida. Esta es la certeza de que, a pesar de todas las imposibilidades, el evangelio será predicado, la misión será cumplida, y entonces vendrá el fin.

¿Cómo hará esto Dios? Tal vez lo más importante no sea descubrir qué será hecho, sino recordar que el desafío de llevar el evangelio a todo el mundo no es nuevo. Desde el principio, Dios tiene un plan, y ese plan siempre se desenvolvió en unión con sus cooperadores humanos. Aunque no sepamos todos los detalles sobre cómo obrará el Señor en el tiempo del fin, se nos reveló que:

  1. Dios actuará de forma sorprendente. “Permítame decirle que el Señor actuará en esa etapa final de la obra en una forma muy diferente de la acostumbrada, contraria a todos los planes humanos. […] Dios empleará formas y medios que nos permitirán ver que él está tomando las riendas en sus propias manos” (Elena de White, Eventos de los últimos días [ACES, 2011], cap. 14, p. 207).
  2. Dios actuará de forma sencilla. “Los obreros se sorprenderán por los medios sencillos que utilizará para realizar y perfeccionar su obra en justicia” (p. 207).
  3. Dios usará personas comunes. “Quienes no comprendan la necesidad de lo que debe hacerse, serán pasados por alto, y los mensajeros celestiales trabajarán con los que son llamados gente común, capacitándolos para llevar la verdad a muchos lugares. […] Una mente corriente, educada para obedecer un “Así dice el Señor”, está mejor calificada para la obra de Dios que quienes tienen aptitudes pero no las emplean correctamente” (pp. 208, 209).
  4. Dios enviará al Espíritu Santo. “Los obreros serán calificados más bien por la unción de su Espíritu que por la educación en institutos de enseñanza. Habrá hombres de fe y oración que se sentirán impelidos a declarar con santo entusiasmo las palabras que Dios les inspire” (p.  209).

El desafío que todavía resta es, en sí mismo, una invitación al pueblo de Dios en el tiempo del fin. La extensión de la misión abarca todo el mundo habitado, toda la tierra. Algunos están siendo impelidos a ir al otro lado del mundo y necesitan encontrar caminos accesibles para recibir capacitación, apoyo y oportunidades misioneras. Otros fueron llamados a servir a Dios al otro lado de la calle. Ambos son indispensables.

Así que, si estás disponible y deseas participar de la predicación del evangelio eterno a toda nación, tribu, lengua y pueblo, este es el momento de arrodillarse en la presencia de Dios y decir: “Señor Jesús, ten misericordia de mí, porque soy pecador. Perdona mis pecados. Lávame en la sangre del Cordero. Lléname con el Espíritu Santo y úsame para la gloria de tu nombre, la edificación de tu iglesia, la movilización de personas para la misión y la salvación de muchos para el reino de los cielos”.

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