IDENTIDAD QUE GENERA IDENTIFICACIÓN

Tor Tjeransen / AME (CC BY 4.0).

05/07/2025

Una herencia que debe ser preservada y desarrollada

Por Diogo Cavalcanti, gerente editorial asociado en la Casa Publicadora Brasileira y doctorando en Teología del Antiguo Testamento por la Universidad Adventista del Plata, Argentina
Foto: Tor Tjeransen / AME (CC BY 4.0).

En tiempos de guerra e inseguridad, la identificación lo es todo. Valida la entrada, asegura la información, protege la vida y los recursos financieros, resguarda la confidencialidad de asuntos sensibles y la privacidad. Por ello, muchas personas recurren a contraseñas seguras y a la biometría como último recurso para contener los ataques de intrusos. Los problemas de identidad ponen en riesgo a personas y a organizaciones. Por otro lado, las identidades confirmadas y seguras abren puertas, brindan amplio acceso y facilitan una comunicación fluida.

La certificación de información puede convertirse en un obstáculo para predicar el evangelio al mundo. Personas de toda tribu, lengua y nación necesitan confiar en nuestra predicación. Por otro lado, necesitamos estar seguros de quiénes somos y cuál es nuestra misión. Asimismo, necesitamos mantener un frente unido que comunique una identidad cohesiva y confiable al mundo. Si quienes predican no están seguros de quiénes son, ¿cuál es su misión y por qué deberían predicar?

Cuando la identidad pierde su forma, ya no podemos hablar de mensaje ni de misión. Así, cada individuo empieza a construir su propia versión de Dios y de la fe; las verdades se relativizan y lo que importa es “amar” y nunca “juzgar”. Repetimos la época de los jueces, cuando “cada uno hacía lo que le parecía bien” (Juec. 21:25). No es de extrañar que, donde esta mentalidad se arraiga, desaparezca el fervor misionero.

Doctrinas en cuestión

Desde una perspectiva relativista radical, los muros de la iglesia deberían derribarse para dar paso a una gran plaza de “diálogo” y “aceptación”. En vista de esto, las creencias y doctrinas serían obstáculos para la realización de este propósito. Serían como vallas incómodas, más aún cuando no provienen de las letras rojas de la Biblia. “Lo que importa es Jesús”, oímos, y lo que está fuera de los evangelios parece innecesario y obsoleto. Por lo tanto, la teología sistemática y las doctrinas se convierten en el blanco principal de los ataques liberales.

Aunque este discurso tiene su lógica y puede parecer bonito, va mucho más allá (o se queda corto) de un mensaje centrado en Jesús. Aunque pueda parecer ético y bíblico, nace y se siente cómodo en los ámbitos de la cultura y la filosofía. Si bien afirma su amor por Cristo, contradice a Aquel que a menudo apeló al “escrito está” (Mat. 4:4). Esto revela que la actual crisis de identidad es, en realidad, una tensión epistemológica: un conflicto sobre dónde encontrar conocimiento válido, cómo saber lo que sabemos y quién es la autoridad final para distinguir entre lo incorrecto y lo incorrecto.

Aunque, en la lógica posmoderna, generalmente se afirma que no existe la verdad, sino “verdades”, la religiosidad posmoderna y liberal considera su ética superior a la de la iglesia, a la que califica de “tradicional”. El pensamiento liberal cree que su moral es superior a la de las iglesias organizadas, incluido el adventismo. Por lo tanto, la moral de la “aceptación” y el “amor”, entre otras causas, se antepone a todo lo demás y hace irrelevantes las enseñanzas bíblicas.

En última instancia, esta lógica acaba erosionando todos los aspectos que distinguen y caracterizan a la iglesia, haciéndola perder gradualmente su identidad. En lugar de ser una agencia misionera que prepara a la gente para el regreso de Jesús, la iglesia se convierte en un centro social, un club, un grupo politizado o místico, una iglesia común y corriente, una sala de conciertos o cualquier otra cosa.

Por supuesto, debemos amar. El amor es la esencia de la ley y del evangelio. También es obvio que debemos amar a todos los pecadores y recibirlos con los brazos abiertos; después de todo, todos somos pecadores (Rom. 3:9, 23). Sin embargo, bíblicamente hablando, el amor de Dios refleja su carácter amoroso y justo. Su amor no implica que no distinga entre el bien y el mal. El amor resume los mandamientos, no los reduce ni los anula.

Quienes aman guardan los mandamientos de Dios. “Si me aman, guardarán mis mandamientos. El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama. Y el que me ama será amado por mi Padre; y yo lo amaré, y me manifestaré a él” (Juan 14:15, 21). Separar a Jesús de las doctrinas o de la ley, que es buena (Rom. 7:12), es imponer una falsa dicotomía. Sin las doctrinas y la ley de Dios, el amor no puede sostenerse, y lo que prevalece en la iglesia y en el mundo es la anarquía, el escepticismo y la apostasía. Es un proceso degenerativo que ha afectado a las iglesias protestantes históricas de diversas maneras y que amenaza seriamente al adventismo hoy.

Identidad esencial

Si pudiéramos identificar el ADN del adventismo, ¿qué elementos encontraríamos? Quizás el primer aspecto sería un apego incondicional a la Palabra de Dios. Claro que esta no es más importante que Dios, pero es la única manera de conocer su voluntad. La fe viene cuando escuchamos lo que dice la Palabra (Rom. 10:17). Con su palabra, Dios creó el mundo, y con su Palabra edifica nuestra fe. Sin ella, no podemos alcanzar una comprensión mínimamente adecuada de Dios, nuestra necesidad de salvación, el sacrificio expiatorio de Cristo, las profecías y tantos otros aspectos. Cualquier minimización o relativización de la autoridad de la Palabra puede considerarse una supresión del adventismo.

Otro aspecto fundamental del adventismo es su apego a Cristo. El adventismo nació de una profecía increíble (Dan. 8:14) que agudizó y reavivó, por así decirlo, un profundo anhelo por Jesús que tenían los cristianos de diversas confesiones a mediados del siglo XIX. El evangelio del primer siglo fue el anuncio de la llegada de Cristo como un bebé; el evangelio de los últimos tiempos es el anuncio de la llegada de Cristo como rey soberano. Estos son mensajes tan sublimes que fueron pronunciados por ángeles (Luc. 2:11; Hech. 1:11). Establecerse en Babilonia y considerar este mundo nuestro hogar es una señal de la erosión de la fe.

Vinculado a esto está la fuerte conexión con Jesús en el presente. Él ministra por nosotros en el Santuario celestial. Este es un aspecto único y fundamental de la fe adventista, como se refleja en varios libros bíblicos, especialmente en Hebreos 8 al 10. Es una fe sin más intermediarios que Cristo mismo en una obra de perdón, purificación y transformación de vidas. En el Santuario encontramos tanto la santa ley de Dios, que emana de su carácter, como al Salvador que satisface las exigencias de esa ley, borrando nuestros pecados y transformándonos día a día a su imagen. Esto revela un equilibrio perfecto entre la fe y la justicia, que aporta equilibrio teológico al mensaje y estilo de vida adventistas.

La cosmovisión adventista respecto a nuestros orígenes, el propósito de la existencia, el Gran Conflicto y la antropología bíblica (nuestra comprensión de la naturaleza humana) también es impactante. Somos seres finitos, creados por un Dios infinito. Dependemos de él para nuestra existencia a cada segundo. Nuestra existencia es corpórea, y nuestros cuerpos son un templo que debe ser cuidado (1 Cor. 6:19). Este Dios se manifiesta en la historia e interviene en ella. No es el Dios de la filosofía griega ni del cristianismo corrompido por ella. Es un Dios personal, con sentimientos e intenciones, que nos creó a su imagen y que está directamente involucrado en la lucha por salvarnos del pecado. Finalmente, este Dios intervendrá definitivamente en la historia, poniendo fin al mal en este mundo y estableciendo su reino en la tierra.

Esta comprensión no incluye la idea del infierno eterno, la predestinación a él, el miedo a los fantasmas y ni siquiera el terror ante la muerte, aunque eso no significa que estemos a salvo del dolor, el sufrimiento o la profunda tristeza. Esta comprensión amplia nos permite ver el mundo desde una perspectiva diferente e interpretar la realidad de forma revolucionaria. Para nosotros, Dios participa en el espacio y el tiempo. Él creó el sábado para reunirse con nosotros cada semana (Gén. 2:1-3; Éx. 20:8-11). Lo adoramos en este santuario en el tiempo y somos edificados en todos los aspectos: físico, mental y espiritual.

Entre otras características, no podemos dejar de mencionar nuestra perspectiva profética. Entendemos que somos un pueblo profético, cuya experiencia se refleja en las profecías de Daniel y el Apocalipsis (véanse especialmente Dan. 7 y 8; Apoc. 10, 12-22). Somos un pueblo con una identidad profética (Apoc. 12:17; 14:12), un mensaje y una misión (Apoc. 14:6-12). Incluso contamos con la guía profética de la sierva del Señor, Elena de White, quien ministró durante setenta años ayudando a la iglesia a mantenerse fiel a la Palabra de Dios. Si perdemos nuestra identidad profética, perderemos nuestro propósito como iglesia.

Identidad e identificación

Los adventistas del séptimo día poseemos una identidad rica y única. Por un lado, nuestra fe contiene aspectos que nos distinguen de otros grupos religiosos y culturales. Por otro lado, también existen elementos que nos unen. La fe cristiana ofrece grandes oportunidades para identificarse con personas de otras culturas y religiones.

El compromiso adventista con la vigencia de los Diez Mandamientos y del Antiguo Testamento como Palabra igualmente revelada nos permite, de manera especial, llegar a los judíos. Los musulmanes se sorprenden gratamente al saber que los adventistas no consumen alcohol, por ejemplo. A los orientales les interesaría saber que tenemos una visión integral —física y mental— del ser humano. Los evangélicos se asombran al descubrir que defendemos la salvación por gracia mediante la fe. Nuestra visión integradora de la fe y la ciencia nos ayuda a apelar a la mente del ateo. Nuestra visión de la libertad religiosa abre puertas. En otras palabras, existen puentes y oportunidades para que nos identifiquemos con diferentes grupos y compartamos el evangelio con ellos (1 Cor. 9:20-22). Por lo tanto, la identidad adventista es esencial precisamente para acercarnos a la gente.

La identidad adventista es un legado que debe preservarse tanto como desarrollarse. Necesitamos valorar lo que tenemos y compartir este privilegio con los demás. Nunca debemos perder de vista quiénes somos y la misión que Dios nos ha confiado. Nuestra identidad no es una barrera, sino la clave para alcanzar a las personas y las culturas. ¡Que Dios mantenga siempre viva esta llama!

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