Cuando aprendemos a darle prioridad a lo que Dios quiere.
La Biblia es clara: “Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo: … tiempo de derribar, y tiempo de edificar” (Eclesiastés 3:1, 3, LBLA).
En la historia de Arturo, había llegado el tiempo de tomar decisiones importantes. Le era necesario dejar atrás lo que había estado construyendo hasta ahora y emprender un nuevo camino. Para eso, dejaría su trabajo como médico en un hospital y se mudaría a otro país, a un pueblo donde vivían sus parientes.
En los últimos años, había desarrollado una hermosa amistad con Miguel, un médico adventista, y con otros médicos cristianos que trabajaban en ese mismo hospital. Con Miguel y su esposa habían hablado mucho sobre las cosas de Dios. También había participado con gusto en la escuela sabática y los cultos de la iglesia a la que Miguel y su esposa asistían.
Un día, cuando se acercaba el día de partir, hablaron nuevamente sobre sus planes. Su idea era ir al pueblo donde vivían sus parientes y buscar trabajo en algún hospital cerca. “Hay varios hospitales a media hora de donde voy a vivir, podría conseguir trabajo en alguno de ellos”, les dijo. La esposa de Miguel sonrió y agregó: “Entonces vamos a orar para que consigas trabajo en uno de esos hospitales”.
Para sorpresa de Miguel y de su esposa, Arturo respondió: “No, no oren por eso. He aprendido en mi vida que muchas veces me equivoco cuando le pido algo a Dios; que lo que pedí no terminó siendo algo bueno para mí. Ahora quiero que Dios me mande a trabajar adonde él desee y no me dé lo que yo le pido. Quiero que se haga su voluntad y no la mía.”
Arturo se fue y muchos estamos orando para que Dios no le dé lo que le está pidiendo.
Es maravilloso ver cómo Dios, con el paso del tiempo, va creando en sus hijos la conciencia de que sus caminos son mejores que nuestros caminos.
Poco a poco, a través de las experiencias de nuestra vida, nos vamos dando cuenta del valor de una vida vivida bajo la dirección de nuestro Padre celestial.
Otra vez la Biblia es clara: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos —declara el Señor. Porque como los cielos son más altos que la tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8, 9 LBLA).
Esos momentos cuando tomamos conciencia de que los planes de Dios para nosotros son realmente mucho mejores que nuestros propios planes valen oro. Son momentos bisagra, que definen un antes y un después en nuestra experiencia cristiana. Son momentos cuando nos damos cuenta de que estamos creciendo y madurando en nuestra relación con Dios.
Tomar conciencia de esto nos impulsa a la acción, pero a una acción diferente. Ya no avanzamos a cualquier precio con tal de conseguir que nuestros planes se realicen. Ahora actuamos, pero nuestra actitud es humilde y estamos dispuestos a dejarnos guiar. Somos proactivos pero cautelosos, porque sabemos que nuestras tendencias nos pueden traicionar.
Consideramos cada paso que damos con inteligencia, pero tenemos en cuenta el riesgo que presentan nuestras debilidades. Y, sobre todo, pasamos mucho tiempo de rodillas hablando con nuestro Dios.
Así vivió Jesús, nuestro Salvador, cuando estuvo aquí en la Tierra. Aunque no tenía pecado, tenía una profunda necesidad de pasar mucho tiempo con su Padre celestial. Muchas noches oraba en lugar de dormir, para tener fuerza y sabiduría para vivir las horas del día haciendo la voluntad de Dios.
Así, Jesús también, cuando llegó el tiempo de decisión más importante de su vida, estuvo listo para darle prioridad a la voluntad de Dios.
Por eso, en el jardín del Getsemaní, Jesús “cayó sobre su rostro, orando, y diciendo: “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras” (Mateo 26:39 LBLA).
Por la gracia de Dios, una vida así —de madurez en Cristo — está al alcance de todos los que la desean. En cada decisión que tomamos, pequeña o grande, podemos aprender a dejarnos guiar por nuestro Padre. Lo que recibiremos podrá sorprendernos. Tal vez nos guste; tal vez no. Tal vez sea un trabajo en aquel hospital a media hora de nuestra casa; tal vez no. Pero, a la larga, siempre reconoceremos que habrá sido lo mejor.
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