Principios claros a fin de actuar con sabiduría al compartir contenidos digitales.
Un meme es una imagen, un video o un texto distorsionado con fines caricaturescos que se difunde principalmente a través de Internet y de la redes sociales. Sin equivocarnos, podríamos afirmar que los memes son el idioma oficial de Internet: imágenes, frases o videos que se comparten rápido y hacen reír (o pensar) con cosas de la vida real.
Ahora bien, lo que hace tan populares a los memes es que, en segundos, pueden explicar algo complicado, hacer una crítica o –simplemente– mostrar lo que todos sentimos, pero no sabíamos cómo decir. Por eso, no es extraño que hasta temas de fe o vida cristiana terminen en forma de meme. ¿Quién no ha visto, compartido o realizado alguna vez un “meme cristiano”?
Desde luego, el humor no tiene nada de malo en sí mismo y hasta puede ser un canal poderoso para comunicar verdades profundas. Jesús mismo usó exageraciones y juegos de palabras que hoy podríamos considerar humorísticos. Recordemos cuando expresó que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos (Mat. 19:24); o cuando nos aconsejó sacar la viga de nuestro ojo antes de criticar la paja en el ojo ajeno (Mat. 7:3-5). Y qué decir cuando, en Mateo 23:24, manifestó que algunos cuelan un mosquito pero se tragan un camello.
Y ahí es donde vale la pena preguntarse: ¿Dónde está la línea? ¿Hasta dónde sí y hasta dónde ya no? Si bien la Biblia no tiene “leyes sobre la creación, uso y distribución de memes”, podemos encontrar principios que nos ayuden a discernir y actuar con sabiduría.
Somos una generación que ha crecido escuchando que Dios es un ser cercano, un amigo, un compañero de camino y alguien con quien se puede hablar en cualquier momento y sin filtros. Y eso es verdad: Dios es inmanente, está presente en lo cotidiano y se interesa por cada detalle de nuestra vida. Pero, cuando solo nos enfocamos en esa cercanía, corremos el riesgo de olvidar su grandeza, su santidad y su trascendencia. Perder de vista eso puede llevarnos a una relación superficial, donde la confianza reemplaza al asombro, y la libertad reemplaza al temor reverente. Esta tensión entre lo trascendente y lo inmanente define la experiencia cristiana: Dios es grande, eterno, santo… pero también es cercano, amigo y accesible.
Entonces, no hay problema en crear y compartir memes que muestren la realidad cotidiana de las luchas internas, las contradicciones humanas y hasta las situaciones dentro de las iglesias (siempre y cuando no dañen su imagen, banalizando la experiencia). Estos memes pueden unir, aliviar, e incluso, enseñar. El problema aparece cuando se cruza la línea hacia la burla o la crítica hacia otra persona o institución, cuando se ridiculiza el carácter de Dios, cuando se caricaturiza la fe o lo divino y cuando se trivializa lo sagrado. La inmanencia de Dios –es decir, su cercanía– no anula su santidad. Que Dios sea accesible no significa que sea común.
A pesar de eso, incluso en ese espacio legítimo donde podemos usar memes, es importante hacernos algunas preguntas antes de publicar o compartir. Pensemos juntos:
1- ¿Qué testimonio estoy dando a las personas que no tienen el mismo conocimiento o experiencia de fe y que verán ese contenido?
2-¿Estoy abriendo puertas para el evangelio o, sin querer, estoy siendo piedra de tropiezo y cerrando corazones?
Estas preguntas no buscan censurar la creatividad o el humor, sino ayudarnos a usarlos con propósito y sabiduría; recordando que aun en lo que parece trivial estamos representando a Aquel en quien creemos.
La cultura del meme no es en sí un enemigo. El riesgo está en usarla sin discernimiento. Como cristianos, estamos llamados a hacer absolutamente todo para la gloria de Dios, incluso reír.
Por eso, el llamado es a cultivar un humor santo, uno que no niegue la risa, pero que tampoco niegue la reverencia. Uno que sepa hablar de lo cotidiano sin olvidar lo eterno. Uno que entienda que Dios está cerca, pero que sigue siendo un Dios santo, digno de toda la gloria.
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