Cuando “limpiar” rima con “crecer”.
Faltaban pocos días para la Pascua. Pedro, el fiel discípulo de Jesús, no era consciente de que la experiencia más significativa de su vida estaba por llegar. Sería un momento bisagra, muy doloroso, con un antes y un después, que cambiaría su visión de lo que significa ser un cristiano maduro.
No es que su experiencia con Jesús hasta ese momento haya sido inútil. En absoluto. Él había aprendido a compartir muchas cosas con Jesús y se había convertido en un colaborador íntimo de su Maestro. Pero era hora de crecer más aún.
Las palabras de Jesús habían sido muy claras: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto” (Juan 15:1, 2, énfasis añadido). A Pedro le esperaba ese momento de limpieza y detox espiritual.
Hasta ahora, no se podía negar que su vida giraba alrededor de la vida de Jesús. Era el vocero, el líder de los discípulos, el que pensaba que tenía que proteger a su Maestro e incluso darle consejos sobre cómo llevar a cabo su misión. Sí, Jesús era sumamente importante para él. Pero no se daba cuenta de que, en el centro, él mismo (o sea, Pedro) seguía siendo el personaje principal de su vida.
La primera persona del singular ocupaba un lugar de privilegio en su lenguaje. “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré. […] Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré” (Mat. 26:33, 35). “Aunque todos se escandalicen, yo no” (Mar. 14:29). “Señor, dispuesto estoy a ir contigo no solo a la cárcel, sino también a la muerte” (Luc. 22:33).
Lo que pasó después le mostró de sobra cuán frágil era ese “yo” que él había creído tan fuerte. A pesar de haber estado en inmersión total con Jesús durante tres años, todavía no había aprendido a cambiar la perspectiva de sus pensamientos con respecto a sí mismo. Y ahí, justamente, estaba el gran problema que había que limpiar para que Pedro pudiese llevar más fruto en su vida cristiana.
Cuando somos inteligentes o tenemos los recursos suficientes para hacer lo que deseamos, aprendemos naturalmente a confiar mucho en nosotros mismos. Por otro lado, cuando pasamos necesidades o nos sentimos inadecuados, también solemos poner nuestras necesidades en primer lugar. En el primer caso, no sentimos realmente necesidad de que Dios intervenga en nuestra vida. En el otro, nuestras oraciones pueden estar colapsadas con nuestras necesidades, al punto de que no queda espacio para Dios.
Pero, por la gracia y el poder de Dios, delante de Pedro —y de nosotros— se abre la puerta del spa. Llega la oportunidad de empezar a limpiar las cañerías sucias de la mente y el corazón, tan intoxicados por el egoísmo y la independencia.
Pocas semanas después de la Pascua —y de la muerte del Salvador—, Jesús busca a Pedro para sanar sus heridas emocionales y restaurarlo. Como ya dijimos en otro artículo, la experiencia de encontrarse frente a frente con nuestros errores es muy dura. El “yo” es herido, y eso causa un dolor confuso y muy desagradable. Aquí estaba Pedro, desesperado por haber traicionado a su amado Maestro, lleno de asco hacia sí mismo, y sin saber cómo seguir. Solo Jesús podía darle el secreto que lo ayudaría a destrabar y desintoxicar su relación con Dios.
“Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? […] ¿Me amas? […] ¿Me amas?” (Juan 21:15-17). En otras palabras: “Pedro, cambia de perspectiva. Deja de mirarte a ti y mírame a mí”.
¿Lo quieres más claro? Cuando mi Persona sea una realidad concreta en tu vida; cuando te fijes en mí y no tanto en ti; cuando dejes que mi Palabra sea tu consejera y no al revés; cuando tus oraciones dejen de ser exclusivamente una lista de pedidos y pases tiempo alabándome, agradeciéndome y pensando (tranquilo) junto a mi Palabra en quién soy yo; cuando reconozcas que necesitas dejar de ser el centro de tu historia, verás cómo puedo ir limpiando tus pensamientos y tu experiencia. Y verás cómo se desintoxica tu vida espiritual. Por la gracia de Dios, la vida de Pedro nunca más fue la misma. Luego de esta dura experiencia descubrió una plenitud y un sentido que nunca hubiese imaginado posible. Ahora, el Señor lo pudo usar para llevar mucho fruto en su obra. Por la gracia de Dios, la puerta del spa sigue abierta para todos.
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