En alerta constante frente a los poderes del mal.
Vivimos en el tiempo del fin. Juan exclama: “¡Ay de la tierra y el mar! Porque el diablo ha descendido a ustedes con gran furor al saber que le queda poco tiempo” (Apoc. 12:12). Jesucristo es el único refugio en estos tiempos peligrosos. Satanás trabaja en secreto y en la oscuridad. Astutamente aparta a los seguidores de Cristo de la cruz y los lleva a la tentación y la maldad.
Satanás se opone a todo lo que fortalezca la causa de Cristo y debilite su propio poder. Está trazando diligentemente planes para socavar la obra de Dios. No descansa ni un momento cuando ve que el bien está en aumento. Tiene legiones de ángeles malignos que envía a cada punto donde la luz del Cielo brilla sobre la gente. Allí coloca sus instrumentos malignos para apoderarse de todo hombre, mujer o niño desprevenido y pasarlo a su servicio.
El plan de Satanás es debilitar la fe del pueblo de Dios en los Testimonios… Esto termina con dudas acerca de las Sagradas Escrituras y una marcha descendente hacia la perdición. Si después de haber creído en los Testimonios se abrigan dudas sobre ellos y se los rechaza, Satanás sabe que los engañados no se detendrán en esto, sino que redobla sus esfuerzos hasta lanzarlos a la rebelión abierta, que se hace incurable y termina en su destrucción. Desolación y ruina les esperan a los creyentes infieles que por su negligencia se convierten en agentes en manos del Adversario para ganar almas para la destrucción.
Las personas que profesan la fe adventista deben buscar la sabiduría y la guía de Dios, y no confiar en su propio juicio y conocimiento. Deben, como Salomón, orar fervientemente pidiendo fe y luz, y él se las dará gratuitamente de su abundante provisión.
Dios quiere que su obra se haga con inteligencia, no de manera fortuita. Quiere que se haga con fe y cuidadosa exactitud, para poder poner en ella la señal de su aprobación. A los que lo aman y caminan con temor y humildad ante él, los bendecirá, los guiará y los conectará con el Cielo.
Debemos ponernos la armadura y estar preparados para resistir con éxito todos los ataques de Satanás. Cuando se ve frustrado en un punto, asume un nuevo terreno y nuevas tácticas, y lo intenta de nuevo, obrando maravillas para engañar y destruir a los hijos de los hombres. La paciencia y la oración nos ayudan a soportar las pruebas que nos sobrevienen en esta vida. Debemos aferrarnos a la Palabra de Dios y prestar atención a sus consejos y sugerencias.
El Salvador del mundo ofrece a los descarriados el don de la vida eterna. Espera una respuesta a su ofrecimiento de amor y perdón con una compasión más tierna que la que mueve el corazón de un padre terrenal para perdonar a un hijo descarriado, arrepentido y sufriente. Dios clama al descarriado: “Vuelve a mí y yo me volveré a ti”. Si el pecador sigue negándose a escuchar la voz de la misericordia que lo llama con amor tierno y compasivo, su alma quedará en tinieblas.
En nuestro mundo, donde reina el pecado, la verdad y la mentira están tan mezcladas que no siempre se discierne claramente la una de la otra. Por lo tanto, quienes siguen a Cristo deben desconfiar de sí mismos y recordar la importancia de la ayuda divina para ser preservados de las asechanzas del Enemigo.
Necesitamos ser cristianos activos y trabajadores, desinteresados de corazón y de vida, con un solo ojo para la gloria de Dios. Cristo lo pide todo. No se puede retener nada. Él nos ha comprado con un precio infinito, y exige que todo lo que tenemos le sea entregado como ofrenda voluntaria. Si estamos plenamente consagrados a él en el corazón y en la vida, la fe ocupará el lugar de las dudas; y la confianza, el lugar de la desconfianza y la incredulidad.
Extraído y adaptado de “Christian Watchfulness”, Signs of the Times, 20 de abril de 1876.
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