Los mandamientos divinos y las enseñanzas de los hombres.
Una delegación fue enviada desde Jerusalén con el propósito expreso de vigilar a Jesús, a fin de encontrar algo con qué acusarlo. Los fariseos vieron que los discípulos no observaban diligentemente las tradiciones de los ancianos. No practicaban la costumbre de lavar ritualmente sus manos. Esperando provocar una controversia, los fariseos dijeron a Cristo: “¿Por qué tus discípulos no andan conforme a la tradición de los ancianos, sino que comen con manos impuras?” (Mar. 7:5). Pensaban que podían usar la respuesta de Cristo para acusarlo después. Pero él les respondió con autoridad, revelando su divinidad con sorprendente poder: “Hipócritas, bien profetizó de ustedes Isaías: ‘Este pueblo de labios me honra, pero su corazón está lejos de mí. En vano me honran, cuando enseñan como doctrinas mandamientos de hombres’. Porque ustedes dejan el mandamiento de Dios, y se aferran a la tradición de los hombres” (Isa. 7:6-8).
“Entonces Jesús llamó de nuevo a la gente y les dijo: ‘Óiganme todos, y entiendan. Nada exterior al hombre puede entrar en él y contaminarlo. Más bien lo que sale del hombre es lo que lo contamina’ ” (Mar. 7:14, 15). Estas palabras, pronunciadas a oídos de la multitud, enfurecieron a los líderes religiosos. Ellos trataban de destruir la influencia de Cristo sobre el pueblo, pero él lanzó tal verdad divina que no se atrevieron a hacerle más preguntas. Cristo sabía que si podía hablar directamente al pueblo, abriéndole las Escrituras, sería escuchado; porque estaban en un estado de ánimo mucho más receptivo que los dirigentes. El pueblo escuchó con avidez todo lo que Cristo dijo, pues nunca habían oído palabras semejantes. Fueron claras, directas, contundentes y breves, y definieron claramente el verdadero significado del pecado y la contaminación.
“Cuando Jesús entró en casa, aparte de la multitud, sus discípulos le preguntaron acerca de la parábola. Él les dijo: ‘¿Tampoco ustedes entienden? ¿No entienden que todo lo de fuera que entra en el hombre no lo puede contaminar? Porque no entra en su corazón sino en el vientre, y después sale de su cuerpo. Lo que sale del hombre, eso lo contamina. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, adulterios, fornicaciones, homicidios, hurtos, avaricias, maldades, engaño, vicios, envidias, chismes, soberbia, insensatez; todas estas maldades de dentro salen, y eso contamina al hombre’ ” (Mar. 7:17-23).
En nuestros días nos encontramos con los mismos falsos requisitos religiosos sostenidos por los fariseos. El Decálogo se deja de lado, como los judíos dejaron de lado el quinto Mandamiento, mientras que las tradiciones se aferran con avidez y se hacen cumplir. El Señor no dio a los judíos sus multitudinarias tradiciones y ceremonias. No les exigió que ocuparan un tiempo precioso en hacer aquello que no beneficiaba a nadie.
El ser humano no tiene permiso de Dios para anular un precepto del Decálogo. No tiene permiso para inducir las mentes de los demás a inclinarse ante un ídolo, ni para dictar leyes que obliguen a la herencia de Dios a adorar lo que es falso. De los que hacen esto, Dios dice: “Este pueblo se me acerca con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí” (Isa. 29:13). Haciendo a un lado los mandamientos de Dios como si no tuvieran importancia, las personas siguen la tradición. Rechazan la Ley de Dios para poder mantener su tradición. Se exaltan las cosas comunes por encima de las sagradas y celestiales. Su obediencia a los requisitos hechos por el hombre hace que su adoración sea nula y sin valor. Pero Dios soporta su ignorancia hasta que les llega la luz.
Extraído y adaptado de “Tradition”, Review and Herald, 8 de marzo de 1898, pp. 1, 2.
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