El incalculable valor de la educación cristiana.
En 1893, Richard B. Craig (el primer director de colegio enviado por la Asociación General) abrió con su esposa la primera escuela adventista de Sudamérica. Esta funcionaba en su propia casa, ubicada en la ciudad de Buenos Aires. La escuela era para niños pequeños y las clases se impartían en inglés.
Desde aquella primera institución con un puñado de alumnos, la educación adventista ha recorrido un camino de desafíos y crecimiento, inspirada y guiada por el Señor. Esto puede atribuirse a varios factores:
1- Está basada en la Palabra de Dios y es una educación integral. Dice Isaías 54:31: “Todos tus hijos serán enseñados por el Señor, y multiplicaré la paz de ellos”. Dice Elena de White: “La verdadera educación significa más que la prosecución de un determinado curso de estudio. Significa más que una preparación para la vida actual. Abarca todo el ser, y todo el período de la existencia accesible al hombre. Es el desarrollo armonioso de las facultades físicas, mentales y espirituales. Prepara al estudiante para el gozo de servir en este mundo, y para un gozo superior proporcionado por un servicio más amplio en el mundo venidero” (La educación, p. 13).
2-Se expande globalmente y tiene una de las mayores redes confesionales del mundo. Hay escuelas y universidades adventistas en 165 países. Contamos con 9.836 centros educativos y 117.115 maestros y profesores en el mundo, que ministran a 2.173.886 alumnos, preparándolos para esta vida y para la Eternidad. Del total mundial, 975 centros educativos pertenecen a la División Sudamericana, con 20.066 profesores que educan a 406.051 alumnos.
3-Cuenta con el reconocimiento y la confianza de la Iglesia, las autoridades y el público en general. Esto se debe, sin duda, a su calidad académica y formativa, que cuenta con una base integral con el objetivo de desarrollar armoniosamente a los estudiantes.
4-Actualiza constantemente sus planes estratégicos. Esto se realiza con el fin de lograr un crecimiento sostenible, siempre basados en sólidos valores educativos y estructurales.
Milton nació el 12 de diciembre de 1921 en Nova Lima (Belo Horizonte, Brasil). Su hogar era de condición sumamente humilde. Creció en una casa pequeña y húmeda, ubicada en la parte trasera de un aserradero. Su madre estaba vinculada al espiritismo y su padre (que se declaraba católico) nunca iba a la iglesia y solía gastarse el poco dinero que ganaba en juegos de azar, alcohol y cigarrillos.
Un día su mamá recibió una invitación para asistir a unas conferencias de evangelización. Fue, estudió la Biblia y decidió unirse a la Iglesia Adventista. Entonces notó que la única forma de superar las influencias de su entorno y tener una vida mejor era enviar a Milton a una escuela adventista. Trabajó duro para pagar sus estudios. Incluso hipotecó su máquina de coser para pagar parte de la matrícula escolar. De este modo, Milton pasó, de vender caramelos y galletas en la calle, a ser un fiel y dedicado colportor estudiantil con el fin de pagar sus estudios. Así, en 1941, se convirtió en campeón nacional de ventas de publicaciones de Brasil.
Su trayectoria siguió en ascenso. Se recibió de abogado, se convirtió en un hombre de negocios y en empresario de éxito; pero siempre fue fiel a Dios en todo.
Hoy, Milton Afonso es un hombre millonario y un excepcional filántropo reconocido internacionalmente, que realizó importantes contribuciones a la misión de la educación adventista, la comunicación y la evangelización. Innumerables templos, escuelas, colegios, universidades, emisoras de radio y televisión y estudiantes becados deben su existencia a la bendición de Dios y a la generosidad del Dr. Milton Afonso. El impacto de la educación adventista fue más que evidente en su vida.
La relevancia de la Educación Adventista reside en la formación de individuos comprometidos no solo con su desarrollo personal, sino también con el servicio a la comunidad y a la misión de la Iglesia.
El Dr. Afonso tiene 102 años y la Educación Adventista en América del Sur tiene 131 años, pero el propósito de Dios es que los frutos sean más que centenarios; es decir, que perduren para siempre en vidas restauradas por la eternidad, porque educar es redimir.
Muy buueno a seguir invirtiendo en educación adventista