El impacto de la contaminación plástica en la salud.
La información abarcadora que brinda la Iglesia Adventista sobre la salud no se refiere demasiado a los efectos negativos de la polución, lo que incluye la contaminación ambiental por la descomposición de productos plásticos. ¿No deberíamos interesarnos en este tema?
Sí, y nos preocupa. En 2002, el departamento de Ministerios de Salud de la Asociación General lanzó un recurso de salud denominado CELEBRATIONS®, que se basa en las ocho leyes naturales de la salud [1] e incluye un capítulo sobre la importancia del medioambiente. El aumento global del uso de plásticos ha resultado en una contaminación ambiental generalizada, lo que tiene impactos negativos sobre la salud debido a la descomposición de sus productos. Esto incluye los microplásticos, los aditivos tóxicos, y los subproductos perjudiciales que presentan riesgos reales y potenciales para la salud cuando se infiltran en los ecosistemas, las cadenas alimentarias y los suministros de agua.
Los microplásticos son esas partículas ínfimas de plástico de menos de cinco milímetros de diámetro que han sido detectados en océanos, ríos, el suelo y el aire. Se originan en la descomposición de residuos plásticos. Los humanos se ven expuestos a los microplásticos mediante el agua, los alimentos contaminados y la inhalación.
Los estudios señalan que los microplásticos pueden producir inflamación, estrés oxidativo y daños a la información genética de las células, todo lo cual está vinculado con el cáncer, las afecciones cardiovasculares y las enfermedades neurodegenerativas. La capacidad que tienen los microplásticos de absorber y concentrar químicos tóxicos, lo que incluye los contaminantes orgánicos persistentes y los metales pesados, incrementa sus efectos nocivos cuando son ingeridos.
Los plásticos contienen aditivos, como los plastificantes (ftalatos), retardantes de llamas (éteres difenílicos polibromados o PBDE) y estabilizadores (bisfenoles). Esos aditivos pueden ir desprendiéndose con el tiempo, en especial si están expuestos al calor, la luz del Sol o el estrés mecánico. Los seres humanos se ven expuestos mediante el contacto directo, la ingestión de alimentos y bebidas contaminados, y la inhalación de partículas de polvo. Se sabe que los ftalatos y el bisfenol A (BPA), por ejemplo, son alteradores endócrinos, dado que interfieren con la función hormonal y llevan a problemas en la reproducción, problemas de desarrollo en los niños, y mayores riesgos de sufrir ciertos cánceres. Los PBDE pueden estar asociados con la disfunción tiroidea, los déficits del desarrollo neuronal y alteración de las respuestas inmunológicas.
Los subproductos en descomposición del plástico que son ingeridos o inhalados pueden contribuir a la toxicidad sistémica, lo que incluye lesiones al hígado, a los riñones, problemas respiratorios y alteraciones del sistema endócrino. Los plásticos y la descomposición de estos pueden quedar concentrados en los organismos vivos (la ingestión excede a la excreción) e incrementan su concentración (biomagnificación) en la cadena alimentaria. Los peces y los crustáceos a menudo ingieren microplásticos, confundiéndolos con alimento. El consumo de productos marinos contaminados presenta el riesgo de ingerir toxinas acumuladas. La bioacumulación puede llevar a concentraciones más elevadas de sustancias tóxicas en los tejidos humanos, lo que resulta en problemas crónicos de la salud tales como la inmunotoxicidad, la infertilidad y los trastornos metabólicos.
También se ha hallado polución plástica en las fuentes de agua potable en todo el mundo. Los microplásticos y sus químicos asociados pueden contaminar los suministros de agua mediante infiltración desde la superficie, el vertido de aguas servidas y la sedimentación atmosférica. Esos contaminantes presentan un riesgo directo para la salud, en particular en regiones que carecen de instalaciones avanzadas de tratamiento del agua.
Los productos de plástico que se descomponen en el ambiente representan una amenaza creciente para la salud humana global.
Sabemos que este planeta quebrantado será hecho nuevo cuando Jesús regrese. A pesar de ello, hemos sido designados mayordomos de este mundo y sus ricos recursos que sustentan la vida. La Biblia declara que, al fin del tiempo, Dios vendrá a destruir a los que destruyen la Tierra (Apoc. 11:18). Tenemos el deber de educar a nuestras comunidades, reciclar y esforzarnos por garantizar recursos seguros de agua, compartiendo el amor de Jesús, la verdadera Agua de vida.
Referencia
[1] Elena White, El ministerio de curación, “Remedios naturales” (Mountain View, California, Pacific Press Pub. Assn., 1959), p. 89.
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