Los peligros de la pornografía y la masturbación.
A veces, la realidad nos golpea tan fuertemente que no queremos hacer nada para verla. Al recorrer las iglesias, conversar con los jóvenes y atender cientos de consultas por las redes sociales, puedo afirmar que temas tan delicados como la pornografía y la masturbación existen dentro del ámbito de nuestra iglesia. Y creo que mientras más tiempo pasemos ocultando esta realidad menos podremos confrontarla y ayudar a quienes son esclavos de estas perversiones.
Sin importar cuánto se esfuerce nuestra sociedad en decir lo contrario, bíblicamente, la pornografía y la masturbación son pecado (Gén. 2:24, Mat. 5:28, 1 Cor. 6:18). El acto sexual no fue creado para buscar satisfacción individual, sino que es una oportunidad para que —tanto el hombre como la mujer— se sirvan el uno al otro en la búsqueda del placer y el bienestar (además de la procreación). Todo esto, siempre dentro del contexto del matrimonio.
¿Cómo ser libre de estas adicciones?
Un cambio está compuesto por dos niveles:
- Cambio de acciones: lo que hago para obtener lo que busco.
- Cambio de deseos: lo que busco.
La mayoría de las veces buscamos cambiar nuestras acciones. Esto funciona durante un tiempo, pero luego volvemos a caer porque el problema está en cómo lidiamos con los deseos.
Dios creó a todo ser humano con deseos como: aprobación, seguridad, significado, aceptación, relaciones profundas, intimidad, éxito, placer, descanso, poder, control, necesidad de sentirnos amados, etc. Los deseos no son el problema, sino cómo y dónde los satisfago.
Pregúntate: ¿Qué deseo estoy intentando satisfacer por medio de la pornografía y la masturbación? Por ejemplo:
- -No me siento aceptado y anhelo relaciones profundas.
- -Estoy estresado o cansado.
- -No sé manejar mis frustraciones.
- -Siento que tengo poder y control sobre la otra persona.
- -Quiero la aprobación de mi grupo de amistades o mi cultura que lo normaliza.
- -Quiero tener éxito y, como todo me va mal en la vida, por lo menos lo veo como una “victoria”.
¿Por qué se produce la adicción?
La dopamina (neurotransmisor popularmente relacionado con el placer/felicidad) aumenta sus niveles cuando miras pornografía y luego te masturbas, actuando como un regulador emocional.
Así, el ciclo actúa de la siguiente forma: el desequilibrio o falta de satisfacción de uno de los deseos con los que fuiste creado te lleva a la necesidad de “aliviarlo”. Es aquí donde recurres a la conducta impulsiva de mirar pornografía y masturbarte.
Esto te alivia el dolor por un tiempo, hasta que ya no. Las consecuencias negativas —la culpabilidad y la vergüenza— producen un mayor desequilibrio y falta de satisfacción, y nuevamente vuelves a recurrir a la conducta impulsiva en un ciclo sin fin que no hace más que intensificarse.
Por eso cada vez necesitas más, y tu consumo aumenta en cantidad y en perversión (orgías, homosexualidad, travestismo, masoquismo, etc.).
Solo cuando bebemos de Cristo, la Fuente de Agua Viva, dejaremos de tener sed por tomar de las cisternas rotas de este mundo (Jer. 2:13).
Y ahora, ¿qué hacemos?
1-En oración, pídele a Dios que te ayude a reconocer cuál es el deseo que estás buscando saciar (Sal. 139:23). Pregúntate:
- -¿Cómo comenzó todo?
- -¿Por qué continuó?
- -¿Cuáles son tus gatillos/desencadenantes?
- -¿Cuándo sucede, cómo me siento, dónde estoy y con quién?
2-Luego, realiza un inventario de todo lo que alimenta esa forma equivocada de satisfacer tu deseo: películas, series, libros, cuentas de redes sociales y lugares. Quita todo lo que pueda promover estas prácticas, aunque sea en lo más mínimo. Sé radical. Colócate límites —incluyendo filtros en tus dispositivos—, como para no llevar el dispositivo por el que consumes a los lugares donde consumes (Sant. 1:12-15).
3-Recuerda que solo podrás vencer tu pecado cuando tu deseo por Dios sea mayor.
Mientras más insuficiente te sientas, más recuerda que Jesús es suficiente. Satanás te acusará diciendo que ya no puedes ir a Dios porque eres un hipócrita o que él se cansó de ti. Pero, no te mires a ti, míralo a él y ve igual así como estás, porque el perdón de Dios no es por tus méritos, sino por los de Jesús en la Cruz (Heb. 4:15, 16).
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