El llamado a una misión urgente.
Dios nos ordenó ir a todas las naciones y hacer discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mat. 28:19, 29). ¿Están haciendo las iglesias lo que Dios les ha asignado? ¿En cuántas ciudades no se ha entrado todavía? ¿Quién está dispuesto a ir a esas ciudades y, revestido de la mansedumbre de Cristo, trabajar para el Maestro? Dios está pidiendo obreros, y el fin de todas las cosas se acerca.
Hay almas pereciendo por la falta de conocimiento que los miembros de nuestras iglesias podrían impartir. Si los creyentes estuvieran atentos a las oportunidades de difundir la luz, encontrarían mucho trabajo que hacer. Quienes son cristianos abnegados impresionarán a sus vecinos viviendo una vida de piedad práctica. Trabajarán fervorosamente en el servicio del Maestro, manifestando las alabanzas de “Aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Ped. 2:9). Cada miembro de la iglesia debe aprender a comunicar luz a otros que están en tinieblas.
Me dirijo a los cristianos que viven en nuestras grandes ciudades: Dios los ha hecho depositarios de la verdad para que la impartan a otros. A medida que trabajen, planifiquen y generen ideas, Dios presentará nuevos métodos a sus mentes. Algunos pueden trabajar en silencio, creando interés, mientras que otros hablan en público. Trabajen de casa en casa, sin descuidar a los pobres, que suelen ser dejados de lado. Cristo dijo: “El Espíritu del Señor me ungió para dar buenas nuevas a los pobres” (Luc. 4:18) y nosotros debemos ir y hacer lo mismo.
Cuando las personas mantienen una conexión viva con Dios, el Espíritu Santo obrará en ellos “tanto el querer como el hacer, para cumplir su buen propósito” (Fil. 2:13). Así se mantiene una conexión vital entre la iglesia en el cielo y la iglesia en la tierra, y se manifiesta que somos resultado de la obra de Dios.
Ha llegado el momento de cambiar el orden de las cosas. Que cada pastor llame a los miembros de la iglesia para que le ayuden a llevar la verdad a las regiones lejanas mediante el trabajo casa por casa. Que todos cooperen con las inteligencias celestiales para comunicar la verdad a otros, pues es Cristo quien habla al corazón, quien crea interés donde no hay deseo de oír.
El Espíritu Santo hará que la palabra pronunciada actúe como una espada de dos filos y los oyentes verán que el mensajero está presentando la verdad como una realidad. Si el obrero ha abierto reverente y confiadamente su corazón a Dios, para que pueda obrar a través de él, las personas no dejarán de impresionarse con su enseñanza. ¡Oh, que los mensajeros de Dios clamen en voz alta por el Santo Consolador! ¡Que el cansado y cargado, el alma que duda, crea, solo crea, que Dios es una ayuda presente en todo tiempo de necesidad! ¡Oh, que el alma anhelante, que busca el conocimiento de Dios y de Jesucristo, a quien él ha enviado, se dé cuenta de que el Dios vivo es nuestra fuerza presente y eterna! No podemos avanzar en la obra hasta que se adopten nuevos métodos para llegar a las almas en donde ellas están. La levadura de la verdad debe ser introducida primero por un esfuerzo positivo antes de que funcione.
Es nuestro deber llevar luz a los lugares donde no la hay. Les ruego que consideren en oración los muchos lugares que necesitan ayuda y que “vayan por todo el mundo, y prediquen el evangelio a toda criatura” (Mar. 16:15).
El evangelio debe ir a toda nación, lengua y pueblo. Es comprometiéndonos en un trabajo serio, por medio de una experiencia dura y dolorosa, que somos capaces de alcanzar a los hombres y mujeres de nuestras ciudades.
Que los obreros se reúnan, compartan sus experiencias y oren juntos. Si se sigue este método, encontrarán abundante trabajo que hacer. Estos obreros no tienen que ser necesariamente ministros ordenados, sino que deben tener un ferviente deseo de trabajar por la salvación de las almas que perecen.
Extraído y adaptado de Elena de White, “Go Ye Into All the World”, Review and Herald, 11 de junio de 1895, pp. 1, 2.
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