Todo cambia cuando Jesús es parte de nuestra historia.
El apóstol Juan resumió el objetivo de su Evangelio con estas palabras: “También hizo Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, que no están escritas en este libro. Pero estas fueron escritas para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que, creyendo, tengan vida por medio de él” (Juan 20:30, 31).
Creer en Jesús para tener vida. Creer en Jesús para salir del pozo que cava el pecado, en el que todos hemos caído. Creer en Jesús para restaurar lo que se rompió.
Juan podría haber terminado su libro ahí. Pero no lo hizo. Agregó un “apéndice” que incluye una historia de restauración que no aparece en ninguno de los otros evangelios. Se trata de la restauración de la relación entre el apóstol Pedro y Jesús.
Hay mucha gracia en cómo Juan trata la triste historia de cuando Pedro negó a Jesús. Los otros evangelistas también incluyeron este episodio (Mat. 26:69-75; Mar. 14:66-72; Luc. 22:54-62), pero Juan es el que menos espacio le dedicó a la debilidad de su compañero (Juan 18:25-27). Y es el único que va a escribir sobre la feliz historia de cuando Jesús restaura al entristecido Pedro.
A veces nuestras historias personales se desdoblan. Por un lado, somos parte de la historia general, aquella que todos estamos viviendo. Jesús había resucitado, y la realidad del Mesías Salvador estaba llenando la mente de todos los creyentes con un sinnúmero de posibilidades, para esta vida y para la vida eterna. Pero, por otro lado, está nuestra historia personal con Dios, que no siempre coincide con el contexto más amplio. Después de la resurrección, Pedro no había tenido todavía la oportunidad de hablar con su Maestro sobre esta situación que solo involucraba a los dos.
Con esto en mente, imagínate que Juan no hubiese escrito el capítulo 21 de su Evangelio, ese “apéndice” después de haber “concluido” con el mensaje principal de su libro. Para nosotros, lectores de la Palabra, el círculo de la historia personal de Pedro con Jesús no se habría cerrado.
Pero lo hizo. Juan escribió esta historia. Y podemos ver en ella no solo lo que sucedió entre Jesús y Pedro sino también un ejemplo de gracia y amor cristiano de Juan hacia su amigo Pedro, un ejemplo de cómo Juan vivía ese amor al prójimo del cual él tanto escribió.
Porque la gracia de Jesús también había restaurado la vida de Juan. Por algo Jesús le había puesto al principio, como sobrenombre: “Hijo del trueno” (Mar. 3:17). Un carácter muy interesante debió haber tenido. Pero Juan se había dejado perdonar y moldear por su Maestro, convirtiéndose en un hombre agradecido, agradable, tranquilo y lleno de gracia para consigo mismo y para con los demás.
Te invito a hacer un ejercicio. Imagínate que el capítulo 21 de Juan tratara sobre tu propia historia con Jesús. ¿Hay algo pendiente, que todavía no has podido hablar con él? ¿Estás buscando tú también la paz de la reconciliación? ¿Hay algo en tu historia con Jesús que no cierra todavía, que no entiendes? ¿Cómo escribiría el apóstol Juan tu historia?
Estira un poco más tu imaginación. ¿Cómo escribirías tú la historia de tu amigo o tu amiga que necesita reconciliarse con Jesús o entenderlo mejor? ¿Con qué palabras lo harías sentir mejor?
Y estírala ahora al máximo. ¿Cómo escribirías tú la historia de tu colega con el que no te llevas bien? ¿O la historia de aquel que ha sido injusto contigo o te ha causado un dolor muy grande?
La gracia de Dios crea en nosotros la capacidad para amarlo, amarnos y amar a los demás de una manera sobrenatural. Y nos da la posibilidad de vivir de manera diferente y positiva, con el espíritu de Jesús.
Imperceptiblemente, nuestra religión dejará de ser una tradición y se convertirá en una experiencia fresca y llena de vida. Como la que vivió Juan. Y a la cual te invita Jesús.
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