¿Qué dice la Biblia sobre la vida después de la muerte?
Ani y su esposa Tutu vivían en Tebas (Egipto) alrededor del año 1250 a.C. Estaban preocupados por la vida en el más allá. Debían prepararse con gran cuidado para superar los obstáculos y los peligros que los esperarían en el Duat (inframundo), hasta llegar al trono del Osiris (dios y rey mítico egipcio) y que sus ba (espíritus) sean inmortales. Para prevalecer ante estas pruebas, debían conocer y expresar diversas oraciones, fórmulas mágicas, letanías y sortilegios. Estas recitaciones debían copiarse en un papiro y colocarse en el ataúd como un “manual orientativo” para la hora del juicio final. Este papiro sería el pasaporte para la inmortalidad.
Ani y Tutu mandaron realizar uno de los papiros más costosos, lujosos y completos que los ayudaría a llegar al Arus (el paraíso de Osiris). Hoy, este documento es conocido como el Libro de los muertos.1 Su original se encuentra en el Museo Británico desde el año 1888,2 y es considerado uno de los libros más antiguos de la historia.
El Libro de los muertos refleja las antiguas creencias egipcias sobre la naturaleza de la muerte y el destino del alma en el más allá. Sin embargo, estas creencias se alejan en dirección opuesta a lo enseñado por la Biblia con respecto al estado de los muertos. Ya desde el Pentateuco, Dios advierte sobre el peligro de consultar adivinos, astrólogos, hechiceros, magos, encantadores y espiritistas (Deut. 18:10, 11). En la actualidad, las manifestaciones espiritistas rebosan por doquier en las series, películas y dibujos animados para niños; así como también son populares en canciones, en obras literarias, en el teatro y en los referentes culturales de moda.
El aliento de vida, el espíritu y alma del ser humano
Los primeros capítulos de la Biblia nos afirman que la vida procede de Dios (Gén. 1-2; Deut. 32:39; Job 12:10; Sal. 33:6, 9; 36:9; Hech. 17:28). Génesis 2:7 es fundamental para comprender la naturaleza del ser humano. En primer lugar, nos dice que “Dios el Señor modeló al hombre del polvo de la tierra”. Él lo modeló, pero continuaba siendo materia inerte. Cuando sopló en él su aliento (heb. nishmat/ nešamâ) de vida, llegó a ser una persona viviente (heb. nepeš hayah). Ante esta acción divina, el polvo se convirtió en huesos, órganos y la carne del cuerpo vivo de Adán.
Debemos ser cuidadosos en no adjudicar al “aliento de vida” connotaciones metafísicas. Richard M. Davidson afirma que el relato deja en “claro que este aliento no es entendido como una entidad consciente dentro del ser humano, sino más bien como una referencia al aliento ‘fundamental de vida’, o ‘poder vital’, otorgado por Dios a los seres vivos”.3 El aliento vital que sostiene la vida se encuentra en el aire que inspira y espira todo ser vivo.
Quien vive también respira; es decir, tiene nešamâ en sus narices y en todo el cuerpo (Jos. 11:11, 14; 1 Rey. 15:29; Sal. 150:6; Dan. 10:17). En este sentido, respirar es sinónimo de vida. Por otro lado, quien no respira está muerto (Deut. 20:16; Jos. 10:40; 1 Rey. 15:29). Un ejemplo claro lo vemos en la muerte del hijo de la dueña de la casa en la que Elías solía posar. Primero de Reyes 17:17 nos informa que su “enfermedad fue tan grave que quedó sin aliento”. El amigo de Job, Eliú, también afirmó, acerca de la mortalidad del ser humano, que si Dios “recogiese así su espíritu (heb. rûaj) y su aliento (nešamâ), toda carne perecería juntamente, y el hombre volvería al polvo” (Job 34:14, 15).
En el versículo anterior vemos que el aliento (nešamâ) es equivalente al “espíritu” (rûaj). Otros pasajes nos confirman que ambas palabras enfatizan la vida de las personas (cf. Job 32:8; 33:4; Isa. 42:5). El rûaj es un concepto antropológico fundamental para referirse a la vida. La palabra significa “primeramente brisa, viento: Gén 3:8; Exo. 10:13; Isa. 7:2; en consecuencia, significará la respiración (Gén. 41:8) o incluso la vitalidad (Gén. 45:27; Juec. 15:19)”.4 El rûaj del hombre “es ante todo su aliento”.5 Este elemento vital implica el aire o la respiración, que mantiene con vida a las personas y a los animales (Ecl. 3:19-21). En caso de faltarles, mueren.
La importancia del “espíritu” y el “aliento de vida” para mantener la vida de los seres vivientes es evidente en el relato del Diluvio. Génesis 6:17 dice: “Yo traigo un diluvio de agua sobre la tierra, para destruir toda vida debajo del cielo, toda criatura con aliento de vida [rûaj]. Todo lo que hay en la tierra morirá”. Luego, en 7:15 relata que “vinieron, pues, con Noé al arca, de dos en dos de toda carne en que había espíritu (rûaj) de vida” (RVR 1960). Finalmente, 7:22 concluye que “todo lo que tenía aliento de vida (nešamâ rûaj) en su nariz, todo lo que había en la tierra, murió”. Como afirmamos anteriormente, la vida está relacionada con el hálito que se encuentra en las narices (cf. Isa. 2:22; Job 27:3). En conclusión, podemos ver que no hay nada abstracto en el aliento (nešamâ) o espíritu (rûaj) de vida capaz de sobrevivir a la muerte.
La persona viviente (nepeš hayyah) fue el resultado de la combinación entre el polvo de la tierra y el “aliento de vida” divino. La palabra hebrea nepeš es la que suele traducirse como “alma”. Sin embargo, el término presenta más de cuarenta significados al traducirse al español, dependiendo de su contexto. Por ejemplo, puede referirse a las partes del cuerpo como la garganta (Núm. 11:6; Hab. 2:5; Sal. 107:5, 9; Ecl. 6:7; Prov. 10:3; Ose. 9:4; Jer. 3:12) o el cuello (Sal. 44:26; 105:18). También a experiencias internas, como deseos (Ecl. 6:7, 9) o sentimientos (Job 30:25; Sal. 6:3; 42:6; 43:5; Jon. 2:8; Jer. 2:7; 2 Sam. 5:8; Cant. 1:7; 3:1).
La idea antropológica del Antiguo Testamento es clara: el alma no es inmortal; no sobrevive existencialmente después de la muerte, porque es la vida misma (Gén. 9:4; Deut. 12:23; Lev. 17:11). El Nuevo Testamento continúa con este concepto, al utilizar el sustantivo psychē, que puede traducirse como “persona”, “alma”, etc. Se utiliza principalmente para referirse al individuo de manera completa (Mar. 3:4; Luc. 6:9; 9:56; Hech. 2:41, 43; 3:23; 7:14; 15:26; 27:37; Rom. 2:9; 13:1; 1 Cor. 15:45; 1 Ped. 3:20). Aquí tampoco vemos una entidad que pueda vivir independientemente del cuerpo.
En conclusión, al estudiar Génesis 2:7 y otros pasajes de la Biblia, concluimos que el ser humano es una composición bio-psico-espiritual. El individuo es una unidad completa indivisible. Esta cosmovisión monista del ser humano es diferente de las concepciones antropológicas egipcias, cananeas o de diversas corrientes helenísticas que convivieron con Israel. Estas sostuvieron una dicotomía entre cuerpo y alma, posibilitando la idea de una muerte que distingue entre el cuerpo en descomposición y el alma que viviría independiente en un lugar espiritual. Teniendo en cuenta las bases antropológicas, nos adentraremos en el concepto de la muerte y su naturaleza.
El origen de la muerte y su naturaleza
La primera referencia bíblica que hallamos sobre la muerte se encuentra en la advertencia divina al hombre en el Edén. En Génesis 2:16 y 17, leemos: “Y Dios el Señor mandó al hombre: ‘Puedes comer de todo árbol del huerto, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás. El día que comas de él, de cierto morirás’ ”.
Satanás engañó a Eva con gran astucia. Contradijo el mandato divino afirmando que no morirían (3:4). Al desobedecer, la muerte ingresó en la experiencia humana. Vemos que esta no fue el resultado natural de una evolución; tampoco fue por un accidente de Dios ni de la humanidad. Esta es la consecuencia del pecado (Rom. 5:15; 6:23; 7:5; 8:6; 1 Cor. 15:21, 56; Heb. 9:27).
La idea central sobre la naturaleza de la muerte se encuentra en la sentencia divina comunicada a Adán. Génesis 3:19 señala: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra de donde fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás”. Aquí vemos que la muerte es el proceso inverso de la creación. Es la desintegración completa del ser. La persona espira el aliento vital y se descompone su cuerpo volviendo al polvo (Job 10:8, 9; 17:16; 21:26; 34:15; Sal. 30:9; 49:20; 104:29; 116:3; 146:4; Ecl. 12:7; Dan. 12:2; 1 Cor. 15:47). Oscar Cullmann afirmó que “para el pensamiento cristiano y judío, la muerte del cuerpo significa también la destrucción de la vida creada por Dios; no hay diferencia. La vida de nuestro cuerpo es vida verdadera. La muerte es la destrucción de toda vida creada por Dios”.6
El espíritu o alma de la persona muerta no va a ningún lado. Por esta razón, la muerte no se considera como un cambio de estado de un cuerpo físico a uno espiritual. Las palabras hebreas y griegas referentes a la muerte evidencian que esta es la finalización completa de la existencia del ser en todas sus funciones.7
¿Cuál es la condición de la persona muerta?
Como vimos, el aliento de vida, el espíritu o el alma no sobreviven a la muerte. La persona se desintegra y ya no existe. Por eso, la Biblia compara este estado como la idea de alguien inconsciente, que no piensa ni siente. En el Salmo 30:9, leemos que los muertos no hablan ni alaban a Dios: “¿Qué provecho hay en mi muerte, en que yo descienda a la tumba? ¿Te alabará el polvo? ¿Anunciará tu verdad?” (cf. Sal. 6:5; 31:17; 88:10-12; 94:17; 115:17; 146:4). Salomón expresó al respecto que “los muertos nada saben, ni tienen más paga; hasta su memoria queda en el olvido. También su amor, su odio y su envidia perecieron ya, y nunca más participan en nada de lo que se hace bajo el sol” (Ecl. 9:5, 6; cf. Job 14:21).
Dios consideró un grave pecado comunicarse con los muertos. Prohibió a su pueblo realizar contactos con ellos (Lev. 19:31; 20:17). Deuteronomio 18:10 y 11 nos recuerda: “No haya en ti […] adivino, ni astrólogo, ni hechicero, ni mago; ni encantador, ni espiritista, ni quien consulte a los muertos”. Los difuntos, por no existir, no pueden comunicarse. Por lo tanto, cualquier manifestación de este tipo no proviene de Dios. Creemos que la encargada de engañar a la humanidad con su mentira “no morirás” es la serpiente antigua, Satanás. El apóstol Pablo, en 2 Corintios 11:14, nos advierte que “el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz”.
Como ya lo expresamos, la Biblia presenta una verdad muy diferente de lo sostenido por muchas culturas vinculadas con Israel. Lamentablemente, el dualismo helénico influyó de forma significativa en el judaísmo intertestamentario y en el fariseísmo del Nuevo Testamento. Durante estos tiempos de turbulencia sociopolítica, los escritos pseudoepigráficos y rabínicos dieron nuevas connotaciones al Seol y al Hades. Muchos de ellos prevalecen en la actualidad, y destacan que son lugares en los que se encuentran las almas. Por cuestiones de espacio, solo mencionaremos lo expuesto por la Biblia.
El Seol
La palabra hebrea Seol aparece 66 veces en el Antiguo Testamento. La traducción española Reina-Valera la traduce directamente como Seol. Por su parte, la Nueva Versión Internacional suele traducirla como “sepulcro” (Gén. 37:35; Núm. 16:30, 33; 1 Sam. 2:6; 2 Sam. 22:6; Isa. 5:14; Ose. 13:14; Amós 9:2; Jonás 2:2; Job 7:9; Sal. 6:5; 9:17; 16:10; Prov. 1:12; Ecl. 9:10; etc.). En otras ocasiones lo hace como “abismo” (Deut. 32:22; Isa. 31:15; Eze. 32:27; Sal. 139:8), “muerte” (Job 17:16) y “fosa” (Prov. 9:18).
La Biblia describe al Seol en las profundidades de la Tierra. La persona muerta “desciende” a él (Deut. 32:22; Isa. 57:9; Job 11:8; 17:16; Prov. 9:18; etc.). De esta manera, se asocia al sepulcro (Sal. 30:3-4; Prov. 1:12; Isa. 14:15; 38:18; Eze. 31:16). Está en dirección opuesta al Cielo (Job 11:7-9; Sal. 139:8; Isa. 7:11; Amós 9:2, 3). Quienes descienden allí no vuelven (Job 7:9). El descenso al Seol es un eufemismo claro para referirse al entierro y la descomposición del cuerpo en polvo. Por eso, fue utilizado como sinónimo de la muerte misma (Sal. 30:3; 86:13; 88:3), o en relación directa con ella (Job 38:18; 2 Sam. 22:6; Isa. 28:18; Sal. 43:14; 89:48; Eze. 32:21). Metafóricamente, varios personajes bíblicos lo vieron como su futuro “hogar”, o “morada” (Gén. 37:35; 42:38; Job 14:13; 17:13; 1 Rey. 2:9, 10).
En el contexto metafórico, los autores bíblicos también lo personificaron. Le atribuyeron características que recalcan su función destructora. Se presenta con una “garganta” y una “boca” (Isa. 5:14; Hab. 2:5; Sal. 141:7) y también “manos” (Sal. 49:15). Además, tiene poder (Sal. 89:48; Cant. 8:6) y realiza pactos (Isa. 28:15, 18). Es insaciable (Hab. 2:5; Prov. 27:20; 30:16) y traga todo a su paso (Prov. 1:12). Nadie escapa de sus lazos (Sal. 18:5). Sin embargo, Dios tiene poder sobre él (Job 26:6; Prov. 15:11). La única esperanza frente a la desoladora imagen del Seol es su futura destrucción por parte de Dios (Ose. 13:14).
Quienes descienden al Seol son tanto personas buenas como malas. En él no encontramos una segregación moral; todos terminarán allí (Job 30:23): descienden guerreros (Eze. 32:27), pecadores (Job 24:19; Sal. 9:17; 32:17), justos (Sal. 16:10), soberbios (Sal. 42:14) y enemigos de los justos (Sal. 55:15). Pero nadie tiene memoria ni de Dios (Isa. 38:10, 11, 18; Sal. 6:5). Se lo muestra como un lugar silencioso (Sal. 31:17, 18; 94:17; Isa. 47:5) y sin actividades (Ecl. 9:10). Estas descripciones están en armonía con la creencia bíblica sobre la inexistencia de la persona fallecida.
En conclusión, la Biblia no lo describe como un lugar de castigo para los impíos ni de bienaventuranza para los redimidos. La mayoría de las referencias a este lugar se encuentra en contextos poéticos o reflexivos, por lo que nos impide interpretar sus acciones de manera literal. Por esta razón, debemos ser cuidadosos en atribuirle funciones y propósitos ajenos a la Biblia. Este lugar es una referencia al sepulcro o la tumba, lugar donde todos iban al morir.
El Hades
La palabra Hades es una palabra griega que aparece más de cien veces en la conocida Septuaginta (LXX). En la mayoría de las ocasiones, es la traducción de la palabra hebrea Seol. Por otro lado, en el Nuevo Testamento se la menciona once veces. Veamos sus aplicaciones principales utilizadas por Jesús y los apóstoles.
En Mateo 11:23 y Lucas 10:15, Jesús expresó una sentencia contra la orgullosa Capernaúm. Allí aludió al Hades como un lugar contrapuesto al Cielo, refiriéndose a la humillación que sufrirá esta ciudad. De esta manera, simplemente expresó una contraposición de condición más que un lugar de castigo y sufrimiento.
En Mateo 16:18 se presenta a las puertas del Hades, frase que parece aludir a Isaías 38:10 (Sal. 9:13; 107:18; Job 38:17). El contexto muestra que la muerte no vencería a Cristo, quien resucitaría al tercer día (Mat. 16:21). Él obtuvo una victoria completa y definitiva sobre la muerte. Esta idea es confirmada por el sermón de Pedro en Hechos 2:29 al 31. Él cita el Salmo 16:10, donde traduce del texto hebreo la palabra Seol para explicar la sepultura y la resurrección del Mesías exaltado sobre el poder de la muerte (Hech. 2:24). El pasaje no hace referencia a un lugar de estado intermedio de castigo o de felicidad, sino como referente a la tumba (Hech. 2:29).
El Apocalipsis sigue la misma línea de pensamiento. El Hades aparece cuatro veces, y siempre vinculado con la muerte (1:18; 6:8; 20:13, 14). Las referencias lo representan como lo hace el Antiguo Testamento. Tampoco se lo describe como un sitio de retribución después de la muerte. Las referencias se sitúan en un contexto escatológico del Cristo triunfante sobre la tumba y la muerte.
El uso de la referencia del Hades en el Nuevo Testamento nos muestra que su uso concuerda con el del Seol en el Antiguo Testamento. Ambos términos denotan la tumba. El único pasaje que parece referirse al Hades como un lugar de estado intermedio de los muertos y de castigo a los pecadores se encuentra en el relato del rico y Lázaro (Luc. 16:9-31).
Si bien no podemos analizar exhaustivamente, aquí tiene un significado diferente. ¿Cuál fue la razón? Jesús narró una parábola, y como tal no debe interpretarse de manera literal. Jesús no apoyó la idea de la inmortalidad del alma. Si interpretamos la narración de Jesús de forma literal, tendríamos que contradecir otras creencias fundamentales de la Biblia. Por ejemplo, el estado de Abraham luego de su muerte. En esta parábola lo encontramos disfrutando de los bienes celestiales (Luc. 16:22); sin embargo, Pablo nos dice que no recibió la recompensa prometida (Heb. 11:8, 9, 39, 40).
Recordemos que una parábola no se centra en los detalles, sino en una enseñanza fundamental. Jesús utilizó esta narración como un recurso literario para dar un mensaje ético a su audiencia farisaica, que amaba el dinero y se burlaba de sus lecciones de mayordomía (Luc. 16:13, 14). Ni el evangelista ni Jesús tuvieron la intención de describir la parábola para contar lo que sucede después de la muerte. La enseñanza del Maestro tuvo la intención de recalcar la responsabilidad de ser buenos mayordomos frente a las necesidades de los necesitados.
Concluimos que el Hades se encuentra directamente relacionado con el Seol del Antiguo Testamento. No es el mismo lugar de la mitología griega. Solo hace referencia a la tumba. Únicamente Lucas, en su parábola, nos presenta un uso excepcional por razones didácticas. Por lo tanto, no debería tomarse de manera literal como un lugar de castigo.
Conclusión
La antropología bíblica es monista; es decir, concibe al ser humano como una unidad bio-psico-espiritual. No es una unión temporaria del cuerpo más alma, o espíritu. Es un ser viviente indivisible. El concepto monista de la naturaleza de la humanidad enfatiza la unidad y la interrelación funcional de las experiencias corporales, mentales, emocionales y espirituales. Al morir, todas sus funciones concluyen.
La muerte es real para toda persona. Si bien existen pasajes que presentan cierta ambigüedad, estos deben considerarse desde el principio establecido por la Biblia misma: la muerte es cesación del ser entero. Esta premisa no permite la interpretación de la vivencia del aliento de vida, el espíritu o el alma de manera desencarnada. La muerte no es la transición de un estado corporal a otro espiritual. Ninguna de estas descripciones del ser humano tiene inmortalidad que las capacite para vivir independientemente.
La Biblia no presenta un interés concreto sobre la vida después de la muerte. Por tal razón, no se describe ni se hace referencia a lo que sucede luego de morir en el Seol ni en el Hades. Tanto el uno como el otro se encuentran directamente relacionados con las partes profundas de la Tierra o la tumba misma, donde las personas son enterradas al morir. De esta manera, no hay testimonio que relate lo sucedido luego de morir.
Entonces, ¿esta vida es todo lo que tenemos? La muerte no es el fin. Las Escrituras presentan que todo ser humano resucitará en un futuro, sea para vida eterna o para destrucción perpetua (Dan. 12:2; Juan 5:28, 29; 1 Cor. 15:51, 52; Fil. 3:20, 21; 1 Tes. 4:16, 17; Apoc. 20:4-6). Somos invitados a participar de la inmortalidad. Las Escrituras enseñan que solo por medio del ministerio de Cristo el pecador la alcanzará (Juan 3:16; Rom. 2:7; 6:23; 1 Cor. 15:22; 2 Tim. 1:10; 1 Juan 5:11).
La resurrección de los redimidos es la respuesta divina ante la muerte. Jesús ya la venció. Él es nuestra única seguridad para alcanzar la vida eterna. Hoy muchas personas la buscan por los medios equivocados, como hicieron Ani y Tutu. Vamos a mostrar a un mundo que perece el verdadero camino a la inmortalidad. Jesús lo resumió de forma grandiosa: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Referencias
1 Los antiguos egipcios lo llamaron el “Libro de la salida al día”.
2 En el mes de mayo de 2022, un equipo de arqueólogos descubrió un papiro del Libro de los muertos. Fue hallado en la antigua necrópolis de Saqqara. El documento se encontraba dentro del ataúd de un hombre llamado Ahmose.
3 Richard M. Davison, “The Nature of the Human Being from the Beginning: Génesis 1–11”, en “What are Human Beings that You Remember Them?”: Proceedings of the Third International Bible Conference Nof Ginosar and Jerusalem June 11-21, 2012, ed. por Clinton Wahlen (Silver Spring: Review and Herald, 2015), p. 24.
4 Juan Luis Ruiz de la Peña, Imagen de Dios: Antropología teológica fundamental (Santander: Editorial Sal Terrae, 1996), p. 24.
5 Hans Walter Wolff, Antropología del Antiguo Testamento (Salamanca: Sígueme, 1975), p. 54.
6 Oscar Cullmann, Del evangelio a la formación de la teología cristiana (Salamanca: Sígueme, 1972), p. 242.
7 Niels- Erik A. Andreasen, “Muerte: Su origen, naturaleza y destrucción final”, en Tratado de teología adventista (Florida: ACES, 2010), p. 358.
Christian Varela, doctorando en Teología Sistemática en la Universidad Adventista del Plata. Pastor en Santa Rosa, La Pampa, Argentina.
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