La seguridad del perdón y el poder divinos.
Una promesa es una declaración de alguien que se compromete a dar o hacer algo en beneficio de otra persona o de Dios. Puede ser un acto informal o solemne, adquiriendo en algunos casos el valor de un juramento. Más allá de las buenas intenciones del corazón humano, muchas promesas se “mueren” en el camino, al no encontrar concordancia entre los deseos, las decisiones y las acciones.
Herbert Lockyer, en su libro Todas las promesas de la Biblia, afirma que en la Escritura hay de ocho mil promesas. Todas ellas proceden de la Palabra de Dios, que vive y permanece para siempre. Un Dios vivo nos ofrece promesas vivas. Pedro se refiere a ellas como “preciosas y grandísimas promesas” (2 Ped. 1:4) que han sido dadas, otorgadas, concedidas y regaladas a cada creyente.
Repasemos algunas de ellas.
Promesa de liberación
“Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y el Descendiente de ella. Tú le herirás el talón, pero él te aplastará la cabeza” (Gén. 3:15).
“Esta sentencia, pronunciada en presencia de nuestros primeros padres, fue una promesa para ellos. Mientras predecía la guerra entre el hombre y Satanás, declaraba que el poder del gran adversario finalmente sería destruido […]. Aunque habrían de sufrir por efecto del poder de su poderoso adversario, podían esperar una victoria final” (Elena de White, Patriarcas y profetas, p. 51).
Promesa de perdón
Isaías describe la situación pecaminosa como una enfermedad terrible, donde no hay nada saludable y todo está enfermo y estropeado. Sin embargo, Dios en su infinito amor nos invita: “Vengan, entonces, y razonemos –dice el Señor–. Aunque sus pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos. Aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isa. 1:18). Dios promete perdón y restauración. No solo repara los pedazos de nuestro corazón, sino también lo hace nuevo.
“Cuando leas las promesas, recuerda que son la expresión de un amor y una piedad indescriptibles. El gran corazón del Amor Infinito se siente atraído hacia el pecador con una compasión ilimitada. ‘En él tenemos la redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados’ (Efe. 1:7). Sí, tan solo cree que Dios es tu Ayudador. Él desea restaurar su imagen moral en el hombre. Cuando te acerques a él con confesión y arrepentimiento, él se acercará a ti con misericordia y perdón” (Elena de White, El camino a Cristo, p. 48).
Promesa de poder
“[…] sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí […]. pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:4, 8, RVR 1960).
“En obediencia a la orden de Cristo [los discípulos], aguardaron en Jerusalén la promesa del Padre, el derramamiento del Espíritu. No aguardaron ociosos. El relato dice que ‘estaban siempre en el templo, alabando y bendiciendo a Dios’ (Luc. 24:53)” (Elena de White, Eventos de los últimos días, p. 184).
Promesa de eternidad
“Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida. El que tiene oído oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venza no recibirá daño de la segunda muerte” (Apoc. 2:10, 11).
“He aquí una promesa para cada uno de nosotros. Si vives bajo un plan acumulativo, añadiendo gracia sobre gracia, estarás creciendo en el cuidado y consejo del Señor, y encontrarás en esa promesa una garantía de vida eterna. Esta es una promesa infalible. Es más valiosa que cualquier seguro de vida que se pueda comprar. Es una póliza provista por Dios mismo al ofrecer a su Hijo unigénito y amado, para que todos ustedes, al creer en él y aceptar su gran sacrificio, puedan obtener la vida eterna. Cuando obtengas la victoria, podrás entrar por las puertas de la ciudad de Dios y recibir la corona inmortal” (Elena de White, Manuscript Releases, t. 2, p. 289, traducción libre del autor).
Sin duda, la promesa más grande es llegar a ser poseedores del carácter de Dios en esta Tierra y partícipes de la naturaleza divina en el Cielo. ¡Vivamos fielmente al amparo de sus promesas!
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