LA ENCARNACIÓN DE CRISTO (2)

11 septiembre, 2024

¿Qué naturaleza humana tomó Jesús?

No hay duda de que Jesús, cuando se encarnó, fue un verdadero hombre. Sin embargo, al encarnarse, ¿qué clase de naturaleza humana asumió Jesús?

Una naturaleza inmaculada

En la Biblia no existe duda acerca de la naturaleza humana inmacualda de Jesús. Él dijo a sus detractores: “¿Quién de vosotros puede acusarme de pecado?” (Juan 8:46). Y en otras partes se afirma que, “al que no tenía pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros” (2 Cor. 5:21). Además, Cristo “apareció para quitar nuestros pecados; y en él no hay pecado” (1 Juan 3:5). Se lo describe como “un cordero sin mancha ni defecto” (1 Ped. 1:19). Y, hablando de su naturaleza inmaculada, Pablo lo presenta como “santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores y hecho más sublime que los cielos (Heb. 7:26).

Algunos piensan que la Biblia presenta a Cristo inmaculado solamente porque no practicó el pecado, y no porque él haya nacido con una naturaleza humana sin pecado. Es cierto que Jesús jamás cedió al mal: él “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Heb. 4:15) y “no cometió pecado, ni fue hallado engaño en su boca” (1 Ped. 2:22).

Sin embargo, la impecabilidad de Cristo ya se presenta desde que estaba en el vientre de su madre. Se lo llamó “el Santo Ser que nacerá” (Luc. 1:35). Mientras que del resto de seres humanos se dice que hemos sido concebidos en “maldad” y “pecado” (Sal. 51:5), y que somos malos desde “la matriz”, desde el nacimiento (Sal. 58:3, RVR 95). De Jesús no se dice esto, sino que se lo llama “el Santo ser”. Eso muestra que Cristo fue sin relación con el pecado tanto en su naturaleza humana moral como en su carácter.

Al respecto, Elena de White escribió: “Sean cuidadosos, extremadamente cuidadosos, cuando se refieran a la naturaleza humana de Cristo. No lo presenten delante de la gente como un hombre con tendencias al pecado. […] Tomó sobre sí la naturaleza humana y fue tentado en todo como lo es la naturaleza humana. Podría haber pecado; podría haber caído, pero jamás hubo en él inclinación alguna al mal”.1

La mayor evidencia de que Cristo no asumió una naturaleza humana pecaminosa está en el hecho de que, aunque hay textos que afirman su impecabilidad, no hay ni uno que diga lo contrario.

“Semejanza de pecado”

Pero ¿no dice la Biblia que Dios “envió a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado” (Rom. 8:3)? ¿No es esto una evidencia de que Jesús nació con nuestra misma naturaleza pecaminosa? Nótese que el texto dice “en semejanza de carne de pecado”. Y “semejante” no es lo mismo que “igual”. Si Pablo hubiera querido decir que Cristo vino con nuestras mismas inclinaciones y propensiones pecaminosas, podría haber escrito que Jesús vino “en carne de pecado”, pero no dijo eso. Cristo es “semejante” a nosotros porque adoptó nuestra naturaleza humana con todas las debilidades que la raza humana tenía cuando él se encarnó, pero no es “igual” en el hecho de que no participó de nuestra naturaleza moral caída.

Elena de White lo explica cuando dice: “Jesús aceptó la humanidad cuando la especie se hallaba debilitada por cuatro mil años de pecado. Como cualquier hijo de Adán, aceptó los efectos de la gran ley de la herencia”.2

Así, cuando Jesús se encarnó no vino con la estatura, la belleza y la fuerza originales de Adán, sino como otro judío de la época, que se cansaba, tenía hambre, sueño, etc. Esto es lo que quiso decir cuando escribió: “Cristo tomó sobre su naturaleza divina la forma y la naturaleza del hombre caído”.3 Pero también explica que Cristo asumió la humanidad debilitada, “pero no la pecaminosidad del hombre”.4 Ella dice que “es un hermano en nuestras flaquezas, pero no posee pasiones semejantes a las nuestras. Como el Impecable, su naturaleza rehuía el mal”.5 Y, en otra parte, escribe que “él no había asumido ni siquiera la naturaleza de los ángeles, sino la humanidad, perfectamente idéntica a nuestra propia naturaleza, con excepción de la mancha del pecado”.

Una irrefutable razón

Una de las razones por las que Cristo tenía que ser como nosotros, pero sin las tendencias al pecado, era porque él no solo era nuestro Ejemplo, sino también nuestro Salvador (1 Ped. 2:21-25; 1:18-21). Elena de White lo explica así: “Cristo no poseía la misma deslealtad pecaminosa, corrupta y caída que nosotros poseemos, pues entonces él no podría haber sido una ofrenda perfecta”.


Referencias

1 Elena de White, Carta 8, 1895.

2 Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 32.

3 Elena de White, Spirit of Prophecy, t. 2, p. 39.

4 Elena de White, CBA, t. 7, p. 445.

5 Elena de White, Joyas de los testimonios, t. 1, p. 218.

6 Elena de White, Manuscript Releases, v. 16, p. 182.

7 Elena de White, Mensajes selectos, t. 3, p. 147.

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