Un ejército equipado con la fuerza del León y la abnegación del Cordero
El libro del Apocalipsis describe una batalla escatológica entre el bien y el mal, en la que el bien sale victorioso. En Apocalipsis 5:5, leemos: “No llores. El León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos”. Juan lloraba porque “no se había hallado ninguno digno de abrir el libro”. Sin embargo, alguien podía: el León de la tribu de Judá, una de las doce tribus de Israel, a menudo asociada con el
liderazgo y la fuerza.
El título “León de la tribu de Judá” también subraya la identidad mesiánica de Jesús, ya que las profecías anunciaban que el Mesías procedería del linaje del rey David, que era de la tribu de Judá.
Cristo, como “León de la tribu de Judá”, se presenta como el que venció en el gran conflicto con el mal, el Conquistador y Restaurador de la vida. Esto es lo que le da derecho a abrir el libro. En el versículo 5, aparece como un león, que simboliza la autoridad y la victoria. En el versículo 6, sin embargo, aparece como un “Cordero inmolado”, ya que cargó sobre sí mismo los pecados de todos nosotros. Estas imágenes crean un interesante contraste.
Mientras que el león simboliza el poder y la fuerza, el cordero simboliza el sacrificio y la redención.
Elena de White confirma esta conclusión: “El Salvador se presenta ante Juan bajo los símbolos del ‘león de la tribu de Judá’ y de ‘un Cordero como inmolado’ (Apoc. 5:5, 6). Dichos símbolos representan la unión del poder omnipotente con el abnegado sacrificio de amor. El león de Judá, tan terrible para los que rechazan su gracia, es el Cordero de Dios para el obediente y fiel. […] El brazo que es fuerte para herir a los rebeldes será fuerte para librar a los leales. Todo el que sea fiel será salvo” (Los hechos de los apóstoles, p. 486).
Juan dijo que el Cordero “ha vencido”. La victoria de Cristo es única, por eso nadie más pudo abrir los sellos. El punto central del Gran Conflicto es la integridad del carácter de Dios, tal como se expresa en su Ley. Solo Cristo, que es Dios y cuyo carácter está plasmado en la Ley, podía lograr tal vindicación del carácter divino. Ningún ángel podría haber logrado esta vindicación. Cristo, con su propia vida como Dios y con su impecable vida humana, cumplió los requisitos. Él es el único. Él venció, y su victoria asegura la nuestra.
El programa de Semana Santa, titulado “La última victoria”, ha terminado. Ahora nos toca atender a los interesados y estudiar la Biblia con ellos. Se nos llama a luchar y lograr la última victoria, venciendo y ayudando a otros a vencer.
Eso fue lo que sucedió hace algunos años con Sheila, una misionera que llegó a la iglesia de Lamarão, en el Estado de Bahía (Brasil), para llevar a cabo una campaña de evangelización. Ya se habían realizado otras campañas en ese lugar previamente, pero no habían funcionado. Sheila pidió ayuda a Dios, y la respuesta llegó. Por la gracia del Señor, 32 personas fueron bautizadas. Una de ellas, Lucía, llegó a la iglesia adventista local gracias a la TV Nuevo Tiempo. Allí fue recibida por Sheila, quien la acompañó y le enseñó las verdades bíblicas. Poco después, se bautizaron su hija, su esposo y sus sobrinos.
Sheila tiene actualmente ochenta estudios bíblicos activos. Utilizando incansablemente el método más eficaz, el de Cristo, Sheila prosigue su labor misionera. “¡Es maravilloso! Es muy gratificante. Es lo que me gusta hacer”, afirma. La iglesia, que antes estaba vacía, ahora cuenta con 52 nuevos misioneros.
Acerca de la tarea que nos toca realizar en este tiempo, la Mensajera del Señor nos dice: “Estamos viviendo durante la última noche de la historia de este planeta. ¿Acaso no ha llegado ya el momento de que cada alma se coloque en la relación correcta con Dios y realice la parte que le toca para edificar el Reino de Cristo?” (Sermones escogidos, t. 2, p. 494).
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