Una recapitulación histórica del fecundo ministerio del Pr. Jaime White, a 200 años de su nacimiento y a 140 años de su muerte.
En agosto de 2021, dos hechos históricos se relacionan con Jaime White, esposo de Elena G. Harmon. Él nació un 4 de agosto (de 1821) y murió un 6 de agosto (de 1881). Ante estos dos hechos, la Revista Adventista quiso recordar la vida y la obra de este pionero de la iglesia que fue mucho más que el esposo de Elena. Fue un gran administrador, organizador, escritor, educador, predicador y pastor. Por eso, queremos recordar varios aspectos de su vida que nos pueden ayudar en nuestra experiencia espiritual y en nuestro compromiso con la misión.
Para esta tarea, contamos con la invalorable ayuda del Centro de Investigación White (CIW) de la Universidad Adventista del Plata (UAP). A continuación, dejamos con los lectores dos excelentes artículos sobre el Pr. White. El primero de ellos fue escrito por Ainará Samanta Arriagada Cruz, asistente ejecutiva del CIW; y el segundo, por el Dr. Daniel Oscar Plenc, profesor de Teología de la UAP y director del CIW.
DE NIÑO DÉBIL A PILAR DE LA IGLESIA ADVENTISTA
Por Ainará Arriagada
James Springer White, más conocido en Sudamérica como Jaime White, nació el 4 de agosto de 1821, en Palmyra, un pueblo ubicado en el Estado de Maine, en el extremo noreste de Estados Unidos. Durante su niñez sufrió debilidades, enfermedades, ataques, mala visión y dislexia, condiciones que le impedían un buen desempeño en la escuela, por lo que tuvo que dejarla. A los 19 años, ya crecido y más fuerte, decidió inscribirse en un colegio como alumno principiante. Luego de 12 semanas de formación primaria y 29 semanas de educación secundaria, obtuvo un certificado docente. Esta formación fue una base para el cumplimiento de los grandes propósitos que Dios tenía para él.
Este hombre de gran convicción no solo se destaca como el esposo de Elena G. Harmon, aunque a veces lo identifiquemos así. Él fue un gran obrero y un diligente servidor en la obra de Dios. Veremos a continuación cómo este niño débil se convirtió en un pilar para los comienzos de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en América y en el mundo.
Comenzó la obra de publicaciones
En los inicios del Adventismo del Séptimo Día, Jaime White, junto a José Bates y Elena G. Harmon, se dedicó a proclamar sus creencias. Jaime lo hizo a través de la escritura, ya que pasaba mucho tiempo escribiendo cartas y copiando las visiones de su esposa para enviarlas a los muchos creyentes que se encontraban dispersos. Las horas y las energías empleadas en la escritura de las cartas para alcanzar a más personas no daban grandes resultados. Esto reveló la necesidad urgente de tener publicaciones impresas, aunque no disponían de los medios necesarios. Por eso, se dedicaron a orar para que Dios proveyera los recursos precisos para la impresión del mensaje.
En una reunión celebrada en Dorchester, Massachusetts, el 18 de noviembre de 1848, Elena tuvo una visión sobre el plan de Dios en cuanto a las publicaciones. Ella le dijo a su esposo: “Tengo un mensaje para ti. Debes empezar a imprimir un pequeño periódico y enviarlo a la gente. Será pequeño al principio; pero a medida que la gente lo lea, te mandará recursos con qué imprimirlo y tendrá éxito desde el principio”. Para este gran comienzo, Jaime consideró que debía financiar el proyecto y poner su mayor esfuerzo en ganar él mismo el dinero para tal fin. Al respecto, recibió una amonestación de Dios a través de una visión dada a Elena. La indicación marcaba que solo debía dedicarse a escribir y publicar lo que escribiera, avanzando con fe, mientras aguardaba la llegada del dinero necesario.
Ya listo el primer ejemplar, lo entregaron al impresor, y una vez que tuvieron los periódicos en sus manos los dedicaron al Señor y los enviaron a sus respectivos destinos. Tiempo después de publicados, Jaime no esperaba sacar más que unos pocos números, pero tal como Dios ya le había indicado, los recursos necesarios comenzaron a llegar, y esto parecía mostrar la necesidad y la urgencia de continuar con el trabajo. Para la gloria de Dios, hubo recursos sobrantes que fueron utilizados para viajar y visitar a los creyentes dispersos.
En 1850, Jaime White pasó por una etapa de desánimo. Los recursos disminuyeron, y esto hizo que pensara en dejar de publicar, pero una vez más el Señor lo guio a través de Elena. Las publicaciones siguieron saliendo de manera esporádica hasta que en 1852, los creyentes, en una reunión, votaron la compra de una prensa y la instalaron en Rochester, Nueva York. Es allí donde nace la Review and Herald, sucesora de la revista The Present Truth. Para el pastor White, las publicaciones fueron el foco principal de su vida y le fueron de utilidad para dar forma a la naciente iglesia.
Alentó la organización de la iglesia
El abordaje de los asuntos administrativos dentro de la naciente iglesia fue uno de los problemas más difíciles para la organización de los adventistas. Debido a que muchos fueron expulsados de las iglesias por sus nuevas creencias, o salieron de ellas voluntariamente, se consideraba que las organizaciones eclesiásticas eran injustas y carentes del verdadero Espíritu de Dios. A su parecer, esto no se relacionaba con la amplitud y el carácter del espíritu de Cristo.
Gracias al ministerio de las publicaciones, Jaime White comenzó a formar y organizar la Iglesia Adventista del Séptimo Día. La presencia de la naciente revista The Present Truth generó un sentido de unidad y se fue formando la comunidad con los lectores que vivían separados de otros creyentes. Por este medio, comenzaron a elaborarse sus ideas respecto de las doctrinas, la vida espiritual y la adoración de una manera más ordenada.
Poco a poco, toda la iglesia se iba desarrollando, aunque debido a que los comienzos surgieron con Jaime White, toda la obra de las publicaciones estaba a su nombre. Así que, si a él le sucedía algo, la iglesia podría perderlo todo. Entonces, él propuso una organización eclesiástica formal, lo que dio lugar a las primeras tres organizaciones: la Casa Editora Adventista del Séptimo Día, la Asociación de Michigan de los Adventistas del Séptimo Día y la Asociación de los Adventistas del Séptimo Día.
Desarrolló un sistema educacional
Los antecedentes del interés en el área educacional por parte de los adventistas no eran evidentes. La pronta venida del Señor hizo que muchos padres del Adventismo vieran como de poca importancia la educación de la escuela común para sus niños. Para la década del 1840, las buenas nuevas del pronto regreso de Jesús no daban lugar a pensar en cuestiones terrenales tales como la educación. Entonces, Jaime y Elena White, aun con sus niños pequeños, pensaron en la responsabilidad que ellos y los demás padres tenían hacia sus hijos en cuanto a la educación. Jaime era consciente de esto, y sugería que la educación en las escuelas públicas exponía a los niños guardadores del sábado a un vocabulario vulgar, a peleas y enfrentamientos que serían perjudiciales para el futuro de la comunidad.
Sobre este tema, en la década de 1850, Jaime preparó tres artículos sobre “Los niños de los observadores del sábado”. Elena también escribió en la Review and Herald acerca del “Deber de los padres hacia sus hijos”. Esto ayudó a comenzar la formación educacional en los hogares, con tutores y personas que abordaran los principios cristianos en las clases. Poco tiempo después, Jaime anunció que John Fletcher había sido invitado a abrir una escuela para los niños adventistas. La actividad no tuvo continuidad debido a los escasos recursos. El desánimo nuevamente afectaba los pensamientos de Jaime y no lograba ver la posibilidad de invertir tanto esfuerzo en establecer una escuela confesional, ya que el regreso de Jesús era inminente. Simplemente, no lo consideraba práctico. Así que, nuevamente acudió a las publicaciones para ayudar en la propagación educativa para todos los niños guardadores del sábado. En consecuencia, nació la revista The Youth´s Instructor, donde logró dedicar gran parte de sus páginas a lecciones preparadas especialmente para la Escuela Sabática. Jaime creía que las verdades bíblicas serían las que ayudarían en el proceso de adoctrinamiento en la “verdad presente” para los hijos de los creyentes.
Defendió el don de profecía
En el verano de 1843, Jaime White conoció a Elena G. Harmon. Luego de este encuentro, la describió como “una cristiana de lo más devota”. Y agregó: “Aunque tenía apenas 16 años, era una obrera en la causa de Cristo en público y de casa en casa”. Ya más adelante, entre 1844 y 1845, le llegó la noticia de que, mediante una visión, se le había mostrado a ella que Dios había estado conduciendo el movimiento millerita.
Convencido de que sus visiones eran genuinas y que este era un mensaje necesario de aliento para los creyentes, resolvió viajar con Elena y otra compañera, mientras ella relataba sus visiones y frenaba el fanatismo que comenzaba a surgir entre los milleritas.
Las críticas que se despertaron por estos viajes que hacían juntos hicieron que Jaime tuviera temor de que podría debilitar la veracidad del mensaje profético. Así, entendió que era la voluntad de Dios que comenzaran un ministerio juntos como matrimonio. Entonces, Jaime pasó a ser más que su compañero de viajes y asistente literario. Como defensor del don espiritual de Elena, estaba convencido de su llamado profético. Más adelante declaró que la mayor validez del llamado de su compañera consistía en ver todo lo que había logrado a pesar de su limitada educación. Sugería, por este hecho, que Dios la había escogido, evitando que se la señalara por su propia capacidad.
Luego de su muerte, L. H. Christian escribió: “Grande como fue el servicio de liderazgo del pastor White a la causa adventista, su mayor servicio fue su fe permanente en el espíritu de profecía y su defensa de este don. Que él –un vigoroso hombre de negocios de amplio sentido común y de juicio equilibrado, absolutamente libre de fanatismo, siempre en contra de las manifestaciones espurias de la religión, y que conocía íntimamente a la mensajera como su esposa– abogase siempre tan lealmente en favor del llamamiento y el trabajo de ella como una mensajera de Dios les dio a nuestros miembros gran confianza en sus testimonios […]. Para él, la misión de su vida era ser un instrumento para dar a conocer a la iglesia las visiones del Señor dadas a su compañera. Estos testimonios lo instruyeron y reprendieron a él tanto como a otros, pero los aceptó y siguió implícitamente como luz del Cielo”.
James Springer White murió el 6 de agosto de 1881, en Battle Creek, Michigan (EE. UU.), pero dejó un legado enorme para el Adventismo del Séptimo Día. Sirvan las reflexiones precedentes como un homenaje y un motivo de gratitud a Dios por su importante contribución a los comienzos y el desarrollo de la obra adventista en sus primeros tiempos.
«EL MEJOR HOMBRE QUE JAMÁS VIVIÓ»
Por Daniel Plenc
La vivencia de los esposos White hasta 1881 quedó registrada en el libro Life Sketches of Ellen G. White [Notas biográficas de Elena G. de White]. En sus páginas puede encontrarse aquello que la Sra. de White expresó acerca de su esposo Jaime White. Basta la enumeración de algunas de ellas.
Recuérdese que Elena G. Harmon nació en la zona rural de Gorham, Estado de Maine (EE. UU.), el 26 de noviembre de 1827, del matrimonio formado por Robert y Eunice Harmon (Elena y su hermana gemela, Elizabeth, eran las menores de ocho hijos). Pasada la desilusión de los años 1843-1844 respecto de la venida de Cristo, Elena fue llamada a viajar para relatar a los creyentes chasqueados el contenido de sus primeras visiones. En la primavera de 1845, al viajar por Orrington, en el este de Maine, se encontró con Jaime White. Desde entonces, siempre en compañía de familiares u otras personas, Jaime comenzó a acompañarla en sus actividades a fin de enfrentar diversos problemas e influencias perturbadoras o fanáticas. En su viaje de 1846 a New Bedford, Massachusetts, Elena conoció a José Bates, otro de los fundadores del Movimiento Adventista del Séptimo Día.
El matrimonio con Jaime White ocurrió el 30 de agosto de 1846. Elena recuerda cómo arrostraron la pobreza y sacaron adelante la familia. Sus hijos Henry Nicholas (1847), James Edson (1849), William Clarence (1854) y John Herbert (1860) fueron llegando, pero dos de ellos murieron antes que sus padres: Herbert (1860) y Henry (1863). Todo, en medio de los traslados y los viajes requeridos por su ministerio. Vivieron mayormente en Topsham (Maine), Oswego y Rochester (Nueva York), Battle Creek (Michigan) y California.
Elena fue testigo, a veces con lágrimas, del esfuerzo de su esposo. Vio como acarreó piedras para la vía férrea, cortó leña con hacha, trabajó en la siega del heno con guadaña, al mismo tiempo que aceptaban invitaciones para celebrar reuniones en diferentes lugares. Solo tiempo después pudo dedicarse enteramente al ministerio y la administración de la iglesia.
Fue Elena quien, por medio de una visión, introdujo de lleno a Jaime en la obra de las publicaciones, a la que dedicaría gran parte de sus energías.
La Sra. de White no dejó de registrar detalles de aquellos viajes que juntos hicieron por los Estados de Nueva York, Vermont, Maine, Massachusetts, Connecticut, Michigan, New Hampshire y California, así como por Canadá. Su crónica se detiene en cómo debieron enfrentar errores, opiniones personales, fanatismo y oposición.
Los apuntes autobiográficos de Elena de White hablan de las dificultades de salud y las pruebas personales que ambos sufrieron durante casi toda su vida. Si bien Elena decía que su esposo hacía el trabajo de tres hombres, también es cierto que padeció por ello. En 1865 sufrió una parálisis parcial, de modo que los White estuvieron desligados de la obra activa por quince meses hasta que Elena decidió no dejar más a Jaime inactivo, e iniciaron una gira al norte de Michigan. Para 1877, consignó Elena de White que Jaime estaba en “constante ansiedad mental”. Ese mismo año sufrió un ataque, con su consiguiente postración y depresión.
La cuenta llevada por Elena advertía de tres parálisis sufridas por Jaime White. Lo dice con nostalgia: “Habíamos trabajado lado a lado en la causa de Cristo por 35 años […]” (Notas biográficas de Elena G. de White, p. 273). La primavera y parte del verano de 1881 los pasaron en Battle Creek, Michigan, con una fuerte preocupación por las instituciones adventistas y sus líderes. La reflexión que por su parte hizo Jaime White fue dura pero realista: “He esperado de los hombres más de lo que debía. Amo a Dios y a su obra, y amo también a mis hermanos” (ibíd., p. 276).
Pudieron todavía estar en el congreso campestre realizado en Charlotte, en julio. Ese habría de ser el último viaje que harían juntos. Jaime tomó frío y se indispuso en el regreso a la casa. Cada mañana acudían al Señor y oraban en un bosquecillo. Finalmente, Elena tenía unas preguntas para hacerle al guerrero cansado y enfermo: “Le pregunté si Jesús era precioso para él. Dijo: Sí, oh sí”. Interrogó otra vez: “¿No tienes deseos de vivir? […] Él contestó: no” (ibíd., p. 278). Jaime White falleció el sábado 6 de agosto de 1881, a las cinco de la tarde. El sábado siguiente fue el funeral en el tabernáculo. Elena habló unos diez minutos. Jaime fue sepultado en el cementerio Oak Hill, de Battle Creek. Confesó Elena sobre esos días: “A veces me parecía que no podría soportar la muerte de mi esposo […]. Siento hondamente la pérdida, pero no me atrevo a entregarme a una congoja inútil” (ibíd., p. 280).
Los Adventistas ven en Jaime White un fundador de su movimiento y un importante líder y organizador. Elena también fue consciente de sus defectos y limitaciones. Sin embargo, Jaime fue para ella un “esposo fuerte, valiente y de noble corazón”. Su concepto no podría ser más inequívoco: “Siento que es el mejor hombre que jamás haya vivido en esta Tierra” (White Estate, Archivo de Documentos, 733-c).
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