DIOS Y EL SUFRIMIENTO HUMANO

18/10/2016

Comentario lección 4 – Cuarto trimestre 2016

La lección de esta semana, si bien cita algunos textos de Job, parece ser un paréntesis dentro de nuestro análisis del libro (las lecciones 2 y 3 trataron de los capítulos 1 y 2 del libro, y recién retomaremos con el capítulo 3 la semana que viene). El autor parece querer que, antes de avanzar con las secciones más duras del libro (los conflictivos diálogos entre Job y sus amigos), hagamos una “teodicea”; es decir, repasemos argumentos en defensa de Dios, que lo “justifiquen” ante nuestras mentes y corazones en relación con su permiso de que existan el mal y sobre todo el dolor en nuestra experiencia humana.

Frente al “escándalo del dolor”, que tanto nos duele y que suele producir un cimbronazo para la fe del ser humano, los hombres solemos adoptar algunas de las siguientes actitudes, que van desde las más reaccionarias contra Dios hasta las que buscan armonizar la aparentemente irreconciliable bondad de Dios con la existencia del mal y el dolor:

1) Ateísmo: Dios no existe. Si fuese tan bondadoso y poderoso como proclaman las religiones, no podría permitir tantos y tan brutales sufrimientos que padece el ser humano y aun el mundo animal. No es posible que exista un ser así. Estamos solos y desamparados en este frío universo, para arreglarnos como podamos.

2) Antiteísmo: Dios existe, hay evidencias de esto en el mundo natural. Pero está manejando mal las cosas. Por lo tanto, me rebelo contra él, porque, como diría el personaje Bruce Nolan, de la película Todopoderoso (Bruce Almighty), “no hace bien su trabajo” (cuidarnos, protegernos, salvarnos de los peligros de este mundo). Es quizá la manifestación más franca de resentimiento contra Dios.

3) Deísmo: Dios existe, como se puede ver en el diseño inteligente que revela la naturaleza. Pero, una vez que Dios creó el universo, le puso sus leyes y le dio el primer impulso inicial, se desentiende de su creación, no interviene en la historia humana. Es el “Dios ausente”, el “Dios relojero” (que le da cuerda al reloj y deja que funcione solo), y parece formar parte de su plan que nos arreglemos por nuestra cuenta para vivir. No es posible tener ninguna relación con él.

4) Agnosticismo: Pareciera haber algunas evidencias de la existencia de Dios, pero no son suficientes para tener la certeza de su existencia. No se puede saber si Dios existe o no (es lo que significa la palabra “agnóstico”: “no-conocimiento”; niega la posibilidad de conocer). La aparente ausencia de Dios frente a tanto dolor pareciera contradecirse con aquellas aparentes evidencias de su existencia, lo que les resta su fuerza a estas últimas.

5) Soberanía absoluta de Dios: Dios es el absoluto soberano del universo, y todo lo que sucede en el mundo es por la voluntad de Dios, porque Dios así lo quiere. El dolor no sería, entonces, un accidente dentro de los planes divinos, sino enviado proactivamente por su voluntad.

6) El dolor como castigo divino: A semejanza de lo que pensaban los amigos de Job (que veremos a partir de la semana que viene), detrás de cada dolor se esconde una culpa, un pecado, y el sufrimiento es un castigo voluntario de Dios por causa de esos pecados. Debemos aceptar con humildad, entonces, la pena por nuestras culpas.

7) Concepto del Gran Conflicto, y el dolor como instrumento redentor en manos de Dios: Es el concepto sostenido por nuestra iglesia en forma mayoritaria. Dios no es el autor del mal ni del dolor. Existe por un permiso otorgado por Dios en contra de sus más profundos sentimientos hacia nosotros, por causa de su respeto hacia nuestra libertad (personal y como humanidad toda), porque no quiere que seamos seres esclavos ni autómatas sino hijos amantes y sensatos. El sufrimiento es, en gran medida (no absolutamente), consecuencia y no castigo por el pecado; una cuestión de causa-efecto. Los inocentes sufren porque estamos inmersos en un mundo caído, y todos recibimos los efectos colaterales de la rebelión.

Dios no desea nuestro dolor, pero siendo que existe puede usarlo como herramienta (dependiendo siempre de nuestra reacción a él) para lograr propósitos espirituales y morales en nuestra vida (Rom. 8:28):

* Hacernos sentir nuestra profunda necesidad de él, de tomarnos de su mano y convertirnos, al hacernos conscientes de nuestra fragilidad, desamparo y finitud.

* Hacernos tomar conciencia de los verdaderos valores de la vida (el amor, la familia, las relaciones humanas, la solidaridad, la misericordia, etc.), en contraposición con lo superfluo y banal.

* Purificar el alma del egoísmo natural, volviéndonos seres más sensibles, solidarios, de hondura humana, humildes, abnegados.

* Edificar el carácter: el dolor puede obrar como un cincel, para quitar las aristas y los aspectos desagradables de nuestra personalidad, a la vez que nos puede ayudar a madurar y hacernos fuertes (“lo que no te mata te fortalece”, rezaría el dicho popular).

* Despertar en nosotros una vocación de servicio, al haber sentido cuánto se sufre, y al contemplar cuánta necesidad humana (y animal) hay en el planeta, cuánta necesidad de ayuda existe por todas partes.

Entonces, frente a los aparentes signos de la ausencia de Dios en el mundo, por causa del dolor, el autor nos invita a fortalecer nuestra fe al repasar las evidencias objetivas, racionales, de la existencia de Dios y de su cuidado providencial en el orden natural, y en nuestra propia vida.

Esto es muy importante, porque, frente a tanto sufrimiento, nuestra reacción no es solo ni mayormente racional, sino que está en gran medida “tomada” por nuestras emociones, nuestra angustia, nuestra depresión, nuestros temores o incluso miedos. Estos estados de ánimo pueden ofuscarnos, obnubilarnos (lo que le sucedió a Job, según veremos a partir de la próxima lección), y hacernos “sentir” o que Dios no existe, o que no se ocupa de nosotros, o que está ensañado con nosotros y se deleita en nuestro sufrimiento. De allí la importancia de que nuestra fe sea racional (Rom. 12:1), que se aferre de las evidencias objetivas, inteligentes, racionales de la existencia de Dios y de su obra providencial consuetudinaria. Y, sobre todo, de la Revelación bíblica, que nos muestra el origen y la causa última del mal y del dolor, y las soluciones definitivas de Dios para la existencia del pecado y el sufrimiento. Por sobre todo, que nos revela la Cruz: el Dios que desciende a nuestro mundo, nuestra realidad dolorosa, y se deja afectar por el sufrimiento de la manera más lacerante y brutal, que jamás seremos llamados a soportar ninguno de nosotros.

EVIDENCIAS DE LA EXISTENCIA DE DIOS

Un primer recurso para hacer frente al dilema del dolor es repasar en nuestra mente, en nuestra conciencia, y aun acudiendo a materiales (libros, revistas, videos, charlas, etc.), las evidencias objetivas, racionales, de la existencia de Dios. A lo largo de los siglos, filósofos, teólogos y creyentes en general han elaborado distintos argumentos en favor de la existencia de Dios (argumento cosmológico, ontológico, moral, teleológico, etc.). Algunos argumentos son subjetivos (tienen que ver con la experiencia personal), y si bien tienen su lugar legítimo, pueden en algunos casos ser refutados por los incrédulos, como si fuesen solo un gran mecanismo psicológico de racionalización, de autoconvencimiento y autosugestión personales, en un intento de afirmar la existencia de Dios por causa de nuestra profunda necesidad de él. Pero, sin desacreditar en forma absoluta este tipo de razones para la fe, creo que lo mejor es basar nuestra convicción de la existencia de Dios en la información objetiva y universal que presenta el cosmos –y nuestro mundo dentro de él, y particularmente nuestra propia persona, como organismo maravillosamente diseñado–, a través de la observación sencilla de la naturaleza y, mejor todavía, de la información que la ciencia bien entendida arroja al respecto:

“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras” (Sal. 19:1-4).

“Porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Rom. 1:19, 20).

“Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas” (Sal. 139:13-16).

Tanto el macrocosmos (el universo), como el mundo visible (árboles, plantas, flores, reino animal), y especialmente la maravilla del organismo humano, y dentro de él el mundo microscópico de las células y la genética, por ejemplo (microcosmos), nos presenta evidencias de existir gracias a un DISEÑO INTELIGENTE (argumento teleológico de la existencia de Dios). Sería, por ejemplo, irrazonable pensar que nuestros teléfonos celulares, o nuestras computadoras, o tantos otros productos tecnológicos de la inteligencia humana se formaron solos mediante un fortuito proceso que llevó millones de años en realizarse. Nuestra inteligencia más elemental nos OBLIGA a pensar que todo eso es fruto de un diseño inteligente. Del mismo modo, y con infinita más razón, la maravilla de diseño, organización, perfección y complejidad que encontramos en el mundo natural nos habla a los gritos que tuvo que haber habido un DISEÑADOR INTELIGENTE que lo creara.

EVIDENCIAS DE UN DIOS SUSTENTADOR

Pero la naturaleza no solo presenta evidencias de haber sido creada originalmente por un Dios inteligente, sino también su funcionamiento incesante nos obliga a ver en ella la mano providente de un Ser superior que la está permanentemente sustentando, guiando e impulsando todos los procesos físico-químicos necesarios para su subsistencia. Además, la adecuación entre el hábitat y sus habitantes nos muestra que todo está planificado para que podamos subsistir (las condiciones de vida en la Tierra, como distancia al Sol, nuestra fuente de energía, la relación con la Luna, los índices de humedad y presión atmosférica, procesos como la fotosíntesis, etc.).

En su clásica obra adventista de ciencia y religión titulada En busca de un sentido para la naturaleza, Richard M. Ritland nos muestra, desde el punto de vista científico, evidencias de la necesidad de que un poder exterior formidable haya dado la energía inicial para el funcionamiento del universo y lo siga haciendo para asegurar este funcionamiento en forma indefinida, sobre todo teniendo en cuenta la ley de la entropía (segunda ley de la termodinámica), según la cual el universo está tendiendo a la pérdida de energía y a la desintegración (autodestrucción), seguramente como consecuencia del pecado.

En este sentido, la Revelación bíblica nos habla de la actividad no solo creadora sino también permanentemente sustentadora de Dios:

“Él [Cristo] es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Col. 1:15-17; énfasis agregado).

“En estos postreros días [Dios] nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder” (Heb. 1:2, 3; énfasis agregado).

“Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hech. 17:28).

“Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” (Mat. 5:45).

Sin embargo, el mundo natural, al que en teología llamamos Revelación General (o Revelación Natural), no solo presenta evidencias de la existencia de un Creador inteligente y sustentador, sino también la presencia del mal y del dolor. Para este dilema, entonces, no basta esta revelación natural, hace falta una Revelación Especial, específica, que es la Biblia.

EVIDENCIAS DE LA BIBLIA COMO REVELACIÓN DIVINA

La Biblia es la que nos explica de dónde surgió el mal, y su efecto inevitable, que es el dolor. Pero ¿qué razones tenemos para creer en la Biblia como revelación divina?

1) Su autotestimonio: Aunque parezca una tautología (un argumento cerrado, que pretende fundamentarse en sí mismo), el hecho es que la Biblia contiene, a través de sus relatos y las declaraciones más explícitas de sus profetas, un autotestimonio en el que afirma que es Palabra de Dios, revelación divina. Los profetas bíblicos no se atribuyen el origen de sus mensajes, sino que afirman categóricamente haberlos recibido de parte de Dios a través de sueños, visiones, encuentros con ángeles, etc. (2 Tim. 3:16; 2 Ped. 1:21; y las innumerables veces que los profetas encabezan sus mensajes con el famoso “Así ha dicho Jehová”, o “Vino a mí palabra de Jehová, diciendo”, etc.).

Claro, frente a este argumento, alguno puede pensar que no es válido porque no acude a una valoración exterior, objetiva, sino que es autorreferencial. Pero ¿cuáles serían las opciones? Estas son algunas presentadas por los incrédulos:

* Pensar que los autores bíblicos eran una serie de mentirosos, que escribieron para embaucar al pueblo y lograr dominarlo al pretender ser mensajeros de Dios.

* Pensar que estos pretendidos mensajeros de parte de Dios eran una serie de psicóticos que sufrían de delirios místicos y alucinaciones paranoides.

Sin embargo, frente a estas hipótesis prejuiciadas, se yerguen algunos hechos que nos obligan a tomar con seriedad la posibilidad de que la Biblia sea lo que dice ser: Palabra de Dios, revelación divina:

2) Seriedad histórica: Si bien la Biblia no tiene la función de ser un libro de historia, sino que su propósito es eminentemente religioso, es un libro arraigado en la historia. Describe hechos históricos concretos (con nombre y apellido de personajes, citas de lugares históricos y geográficos, fechas concretas), que si bien durante el auge de la Alta Crítica (fines del siglo XVIII en adelante) se los ha tratado de cuestionar, la ciencia de la arqueología, una y otra vez, ha venido demostrando la veracidad histórica de su información, incluso con mayor confiabilidad que muchas de las fuentes históricas antiguas extrabíblicas.

3) Seriedad y profundidad filosóficas: La Biblia ha dado estímulo para la investigación y el pensamiento de muchos de los más notables hombres de ciencia y pensadores de la historia humana. Su profundidad de pensamiento, la cosmovisión filosófica que permea sus páginas a pesar de haber sido escrita durante quince siglos, por más de cuarenta autores de distinta formación y ocupaciones, nos habla de que es un libro que, como mínimo, merece ser tomado en serio, en vez de ser calificado como fruto de embaucadores o esquizofrénicos.

4) El cumplimiento de sus profecías: Aquí entra en juego el elemento sobrenatural. Los anteriores argumentos, si bien son muy valiosos, solo apuntan a la seriedad documental de la Biblia, a que no puede ser fruto de mentes engañadoras o afiebradas. Pero este argumento presenta evidencias de que hay algo más que humano en la Biblia. Es imposible que el azar, la suerte, haya sido la fuente de tantas profecías que se han cumplido de manera tan asombrosa en la historia (por ejemplo, la serie profética de Daniel 2, 7, 8; las setenta semanas de Daniel 9; etc.). Es imposible que más de cuarenta “locos” o “mentirosos” hayan fraguado semejante libro y anunciado “con tan buena suerte” sus decenas de profecías cuyo cumplimiento es verificable en la historia.

Por lo tanto, solo nos queda una posible conclusión: aceptar que la Biblia es lo que dice ser: Palabra de Dios, revelación divina.

Y esta revelación divina, si bien, como dijimos en comentarios anteriores, no llega a darnos una explicación absolutamente satisfactoria acerca de por qué o para qué Dios permite tantos y tan brutales sufrimientos en el mundo, nos revela los siguientes conceptos acerca del dolor (aquí mencionaremos solo algunos pocos), que presentaremos en forma sintética:

1) Dios es amor, y solo desea nuestra felicidad. Además, es omnisapiente: todo lo sabe, todo lo comprende, tiene una sabiduría infinita, inigualable. También es omnipotente; es decir, tiene un poder ilimitado, puede hacer todo lo que quiera y considere que debe hacer, de acuerdo con los dictados de su sabiduría infinita y su amor infinito.

2) Dios creó un mundo maravilloso, diseñado no solo para nuestra funcionalidad, sino también para nuestra felicidad, a través de las maravillas y bellezas de la naturaleza, y tantos motivos de placer que encontramos en el mundo natural. Además, está permanentemente sustentándolo y sustentándonos, para que vivamos y seamos felices.

3) El mal y el dolor son fruto del “terrible experimento de la rebelión”; es decir, de independizarnos de la Fuente de la vida y el bien: Dios. Son producto de la acción diabólica en el mundo y, en gran medida, del egoísmo humano, o de vivir inmersos en un mundo caído, en rebelión, en el cual sufrimos las consecuencias globales (no siempre particulares) de la rebelión. Además, algunos sufrimientos son originados por nuestra propia insensatez o nuestros propios pecados.

4) Dios, si bien permite el dolor, no se ha quedado impávido contemplando desde el cielo cómo sufrimos. Él se comprometió con nuestro drama –y tragedia en muchos casos–, y en la persona de Jesucristo SE HIZO UNO CON NUESTRO DOLOR, al haberse encarnado y atravesado por nuestro terreno, la experiencia de ser un ser humano, y de vivir en este planeta rebelde y caído. Y no solo eso, sino también, de manera misteriosa y milagrosa, al haber llevado a cabo la Expiación, “llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores” (Isa. 53:4). Y mediante su muerte sustitutiva en la Cruz, ganó su derecho a sacarnos de este mundo de dolor para llevarnos a ese mundo mejor que todos soñamos.

5) Mientras estamos en este mundo, si bien Dios permite el dolor por causas que no llegamos a entender del todo, también le pone un límite temporal, muchas veces. De cuántas enfermedades, accidentes, crímenes y tragedias nos ha librado en esta vida sin que sepamos, solo nos enteraremos en la eternidad. Pero, aun aquí, muchas veces hemos visto su mano providencial y protectora guiando nuestra vida, sosteniéndola en medio del infortunio, librándonos de situaciones y personas problemáticas, protegiéndonos del mal y de los malos.

6) El dolor puede ser usado por Dios para nuestro crecimiento espiritual y moral, y para contribuir a nuestra salvación, como hemos señalado en párrafos anteriores. Dios es tan creativo y poderoso que incluso es capaz de valerse de aquello que le desagrada, que es nuestro sufrimiento, para lograr nuestro crecimiento y nuestra salvación.

7) Dios tiene la última palabra sobre el mal y el dolor, y su gran promesa es que le pondrá un punto final, mediante la segunda venida de Cristo, la gran esperanza absoluta, con la cual nos llevará a ese mundo feliz donde “enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apoc. 21:4).

Entonces, frente al gran misterio del dolor, no conviene que nos desgastemos en tratar de entender los porqués o paraqués de Dios, sino que lo que debemos hacer es aferrarnos de estas evidencias objetivas para afianzar nuestra fe, nuestra confianza en él, mirando siempre a la luz y la esperanza que emanan del Calvario y del retorno de Jesús a la Tierra, hasta que llegue el día en que nos lleve a ese mundo soñado que está preparando con amor para cada uno de nosotros, y que fue comprado al precio infinito de la sangre de Cristo, el “varón de dolores, experimentado en quebranto” (Isa. 53:3).

Y, para concluir, también es bueno recordar que nuestra vida terrenal no es todo sufrimiento. Gracias a Dios (y en el sentido más enfático), aun a pesar de vivir en un mundo de pecado, hay todavía muchísimos motivos de dicha, en los cuales es bueno que aprendamos a concentrarnos. Que el siguiente hermoso pensamiento de El camino a Cristo nos sirva de confianza y aliciente en nuestra senda hasta que lleguemos al Hogar Celestial:

“El salmista dice: ‘Confía en Jehová y haz el bien; habitarás en la tierra y te apacentarás de la verdad’. ‘Confía en Jehová’. Cada día tiene sus aflicciones, cuidados y perplejidades; y cuando nos encontramos con ellos, ¡cuán prestos estamos para hablar de nuestras dificultades y pruebas! Nos dejamos invadir por muchas preocupaciones prestadas, abrigamos muchos temores y expresamos tal peso de ansiedad, que cualquiera podría suponer que no tenemos un Salvador compasivo y misericordioso dispuesto a oír todas nuestras peticiones y a ser nuestro auxilio presente, constante, en todo tiempo de necesidad. Algunos temen siempre y toman preocupaciones prestadas. Todos los días disfrutan de las pruebas del amor de Dios, todos los días gozan de las bondades de su Providencia, pero pasan por alto estas bendiciones presentes. Su mente siempre está espaciándose en algo desagradable que temen pueda venir; o puede ser que realmente exista alguna dificultad que, aunque pequeña, ciega sus ojos a las muchas bendiciones que demandan gratitud. Las dificultades con que tropiezan, en vez de guiarlos a Dios, única fuente de ayuda, los alejan de él, porque les despiertan desasosiego y pesar. ¿Hacemos bien en ser así de incrédulos? ¿Por qué ser ingratos y desconfiados? Jesús es nuestro amigo; todo el Cielo está interesado en nuestro bienestar. No debemos permitir que las perplejidades y cuidados cotidianos desgasten la mente y nublen nuestra frente. Si lo hacemos, siempre habrá algo que nos moleste y fatigue. No debemos dejarnos dominar por los cuidados que no sólo nos desgastan y destruyen, sino que no nos ayudan a soportar las pruebas” (p. 104).

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1 Comentario

  1. Luis Daniel Gómez

    Hola dónde puedo leer el libro en busca de un sentido para la naturaleza? Gracias

    Responder

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