La gran comisión y la gran promesa.
Poco antes de su ascensión al trono celestial, Cristo comisionó a sus discípulos para que fueran a todo el mundo como maestros de justicia. “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra”, dijo. “Por tanto, vayan a todas las naciones, hagan discípulos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado. Y yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:18-20).
Entre los creyentes a quienes se dio la comisión, había muchos de las clases más humildes de la vida, hombres y mujeres que habían aprendido a amar a su Señor y que habían decidido seguir su ejemplo de abnegado servicio. A estas personas humildes de talento limitado, así como a los discípulos que habían estado con el Salvador durante los años de su ministerio terrenal, se les dio la comisión de que “vayan por todo el mundo, y prediquen el evangelio a toda criatura” (Mar. 16:15). Estos humildes seguidores de Jesús compartieron con los apóstoles la reconfortante seguridad de su Señor: “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20).
A los miembros de la iglesia cristiana primitiva se les encomendó un precioso deber. El arrepentimiento y el perdón de los pecados debían predicarse en su nombre entre todas las naciones, comenzando por Jerusalén, y demostraron ser fieles a su confianza. Apoyados por el poder de lo Alto, confesaron audazmente su fe en un Salvador resucitado. Las últimas palabras del Salvador, que les ordenaba enseñar a todas las naciones, resonaban constantemente en sus oídos. Eran conscientes de la responsabilidad de su trabajo, y el Señor actuó a través de ellos.
El pueblo elegido de Dios debe ser celoso de buenas obras, separarse de toda ambición mundana y caminar humildemente tras las huellas de su Maestro. Libres de egoísmo y orgullo, deben esforzarse por honrar a Dios y hacer progresar su obra en el mundo. Con simpatía y compasión han de atender a los necesitados, tratando de aliviar el dolor de la humanidad sufriente. Al comprometerse en esta obra, serán ricamente bendecidos y verán almas ganadas para el Redentor. Este trabajo exige un esfuerzo laborioso, pero trae una rica recompensa, porque por él se salvan las almas que perecen.
Todos los que reciben la vida de Cristo están llamados a trabajar por la salvación de sus semejantes. Esta comisión abarca a toda la iglesia, y se aplica a todo aquel que ha aceptado a Cristo como su Salvador personal. Desde el momento de la conversión, los que reciben a Cristo han de convertirse en la luz del mundo. Deben reflejar la gloria de la Estrella resplandeciente de la mañana.
La comisión del Salvador a sus discípulos incluía como misioneros a todos los que creyeran en su nombre. Dios llama a todos los que han estado bebiendo del Agua de la Vida, para que conduzcan a otros a la Fuente. El Espíritu Santo, representante de Cristo, arma a los más débiles para que avancen hacia la victoria. Dios ve el fin desde el principio. Él conoce y anticipa cada necesidad, y provee para cada emergencia. A cada alma convertida, el Señor de la viña le dice ahora: “Vayan por todo el mundo, y prediquen el evangelio a toda criatura” (Mar. 16:15). El seguidor de Cristo debe comenzar una obra para Dios en el lugar donde está situado, o en algún lugar cercano o, tal vez, en un campo más lejano.
Dios tiene lugares en los campos locales y en las regiones del extranjero, donde las personas más humildes, con sus diferentes talentos, pueden servir. Hace mucho tiempo que el Señor espera que el espíritu misionero impregne a toda la iglesia, para que cada uno trabaje, en alguna parte del mundo, como a la vista de las huestes del Cielo: “Recibirán poder cuando venga sobre ustedes el Espíritu Santo, y me serán testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:8).
Cuando los que afirman tener una experiencia viva en las cosas de Dios hagan su obra señalada en los campos necesitados del país y del extranjero, en cumplimiento de la comisión evangélica, el mundo entero será pronto advertido, y el Señor Jesús volverá a esta Tierra con poder y gran gloria. “Y este evangelio del reino será predicado en todo el mundo, por testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin” (Mat. 24:14).
Extraído y adaptado de “The Great Comission: A Call to Service”, Review and Herald, 24 de marzo de 1910, pp. 3, 4.
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