¿DERECHO O CRUELDAD?

3 noviembre, 2022

Por FERNANDO DIAS y MAURICEIA FERRAZ DIAS

Un equipo médico se rehúsa a efectuar un aborto legal; otros profesionales practican el aborto en la clandestinidad. Un juez autoriza la realización de un aborto para un caso específico; en una situación similar, otro juez prohíbe la práctica. La Corte Suprema de un país interpreta que el aborto debería ser un derecho constitucional; una generación después, la misma Corte Suprema entiende que los derechos constitucionales no incluyen el de abortar.

En otro país, una nueva Constitución propone que todas las personas deben tener condiciones dignas de vida, pero abre el camino para la legalización del aborto, lo que interrumpiría la vida de los bebés por nacer.

A su vez, las entidades gubernamentales invierten en la disminución de las causas de mortalidad infantil, pero disimuladamente promueven la descriminalización del aborto. Por su parte, la misma prensa que denuncia la violación de los derechos humanos, paradójicamente, propaga la idea de que interrumpir una gestación también sería un derecho humano.

En algunos países, el mismo partido político que se opone a la legalización del aborto considera la pena de muerte como una opción. A su vez, los oponentes del partido mencionado consideran inhumana la ejecución de criminales, pero defienden la legalidad del aborto, que para muchos es la ejecución de inocentes. Los simpatizantes de la práctica del aborto evitan asociarlo a la idea de muerte; sus opositores, sin embargo, relacionan directamente el aborto con un asesinato.

Estas afirmaciones ilustran la polémica que rodea al tema del aborto por decisión. El tema divide opiniones y despierta pasiones. Cuando un político opina sobre este tema, sabe que tendrá apoyo o enfrentará críticas. Algunos, incluso, cambian o esconden su verdadera opinión con el fin de obtener más votos, pues saben que es un tema controvertido.

Hay formadores de opinión que alegan que abortar es un derecho de la mujer, que la sociedad no debería entrometerse en la privacidad de ella y que la criminalización del aborto obliga a las mujeres de bajos ingresos a someterse a los riesgos de las malas condiciones de las clínicas clandestinas. Otros resaltan el hecho de que el ser humano en gestación es una persona, y que nada justifica la interrupción deliberada de ese embarazo.

Más allá de todo esto, es digno de destacar que, como cristianos, encontramos información en la Biblia que nos permite una posición coherente sobre este tema tan polémico.

¿Es correcto realizar un aborto intencional?

La práctica del aborto es antigua. Todo indica que la interrupción de un embarazo ha sido un hecho común en la mayoría de las épocas y las culturas. Sin embargo, eso no significa que sea aceptable. El Código de Hammurabi, un sistema legal que ya existía en la Mesopotamia antes del nacimiento de Abraham, aplicaba una multa a quien hiciera abortar a alguien.

A su vez, la ley asiria preveía la pena capital para la embarazada que se provocaba un aborto. Por su parte, el código persa incriminaba también al padre del niño por nacer y a la persona que suministrara el producto abortivo. Los médicos de la Grecia clásica, al momento de hacer el juramento de Hipócrates, se comprometían a no inducir el aborto. Los filósofos griegos Solón y Licurgo consideraban que abortar era inmoral.

Si las culturas contemporáneas a la época de la composición de la Biblia no guardaron silencio sobre el tema, es de esperar que el Libro Sagrado brinde alguna contribución al respecto. De hecho, las Escrituras tienen algo que decir en cuanto a la vida humana intrauterina.

Hace tres mil años, David hizo una representación poética del desarrollo embrionario humano. El salmista describió que el Creador le dio forma en el vientre de su madre: “Tú formaste mis entrañas, me cubriste desde antes de nacer. Te alabo, porque de modo formidable y maravilloso fui hecho. Maravillosas son tus obras y mi alma lo sabe muy bien. No fueron encubiertos de ti mis huesos, aun cuando en oculto fui formado y tejido en lo más profundo de la tierra. Tus ojos veían mi embrión” (Sal. 139:13-16).

Otros autores bíblicos también mencionan que Dios moldea al ser humano en el útero materno (Sal. 22:9; Isa. 44:2, 24; 49:5; Jer. 1:5). Lo que en la descripción de los poetas hebreos parece mostrar a un Todopoderoso que “juega con plastilina” es, a la luz de los conocimientos actuales de embriología, un milagro de extraordinaria complejidad.

Un espermatozoide, la menor de las células humanas, es lanzado hacia el interior del útero y llega al óvulo, la mayor de las células humanas. Cada una de esas células contiene la mitad del material genético de un ser humano, pero ninguna de ellas puede multiplicarse a sí misma. Sin embargo, cuando un espermatozoide fertiliza al óvulo (en la concepción), toda la información genética para el desarrollo de un nuevo ser está dentro del cigoto, esa primera célula que se multiplica.

La diferenciación celular comienza en los primeros días de gestación. A los 21 días, el embrión ya cuenta con el corazón y el cerebro en formación. En la quinta semana de embarazo aparecen los dedos, los ojos y los oídos. En la octava semana de la vida intrauterina, el embrión ya tiene todos los órganos formados, incluso las huellas digitales. A partir de ese momento, el embrión recibe el nombre de feto, y lo que resta es que continúe el crecimiento hasta que nazca.

Cuando la mayoría de las madres descubre que está embarazada, el bebé ya tiene rostro, manos y pies, escucha sonidos, siente cosquillas y sueña. Una simple hojeada a una enciclopedia de embriología nos deja maravillados ante la habilidad del Creador. “Así como no sabes por dónde va el viento, ni cómo se forma el niño en el vientre de la madre, tampoco sabes nada de lo que hace Dios, creador de todas las cosas” (Ecl. 11:5, DHH). En la Biblia, el nacimiento de un hijo es señal de bendición (Gén. 1:28; Sal. 127:3), y un aborto espontáneo es un suceso lamentable (Núm. 12:12; Job 3:16; Sal. 58:8; Ecl. 6:4).

Sin embargo, hay mucho más. Dios no actúa solamente en la formación biológica del bebé, sino también interviene en la espiritualidad del niño. El ser humano es pecador desde la concepción (Sal. 51:5; 58:3; Job 15:14); por eso, es un ser condenado a la muerte (Rom. 6:23). Pero la gracia divina actúa en la vida. El feto es escogido por Dios (Sal. 139:16; Isa. 46:3; 49:1; Jer. 1:5; Luc. 1:76; Gál. 1:15, 16); puede ser consagrado y lleno del Espíritu Santo (Juec. 13:5; Luc. 1:15); y puede reaccionar a la actuación divina (Sal. 22:9, 10; 71:5, 6; Luc. 1:41).

Estos textos abren un espacio para creer que Dios ama aun a los seres humanos por nacer, y que envió a Cristo a morir por ellos y salvarlos de la condenación eterna. Obviamente, bastante tiempo después del nacimiento se ven desarrolladas las facultades que permiten una demostración plena de fe en Jesucristo. Pero eso no significa que Dios excluya del plan de salvación a los bebés que aún no nacieron.

Al reflexionar sobre el Salmo 139, John Stott escribió: “El salmista da testimonio de una relación que Dios ha establecido y que Dios sostiene. Por ello, tal vez [el término] ‘pacto’ resulte más adecuado; y se trata de un pacto unilateral, o pacto de ‘gracia’, que Dios inició y que Dios mantiene. Pues Dios nuestro Creador nos amó y se relacionó con nosotros mucho antes de que nosotros pudiéramos responderle en una relación consciente. Por lo tanto, lo que nos hace personas no es el hecho de que conozcamos a Dios, sino que él nos conoce a nosotros; no que lo amemos a él, sino que él ha derramado su amor sobre nosotros. De manera que cada uno de nosotros ya era una persona en el vientre materno, porque Dios ya nos conocía y nos amaba” (La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos [CRC Publications, Michigan], p. 338).

En la biología y la teología cristianas hay fundamentos para admitir que la vida humana comienza en la concepción. Un embrión, o feto, es una persona, lo que implica que el ser por nacer tiene derechos humanos, incluso el derecho a la existencia. La Biblia indica eso en el pasaje más explícito sobre el aborto provocado que se describe en un caso de la ley civil mosaica.

El código penal del Pentateuco es casuístico; es decir, se presentan casos esclarecedores, y de ellos los hebreos extraían aplicaciones para crímenes similares, varios de ellos castigados con la muerte. Ya no vivimos en una teocracia, pero las situaciones que describe Moisés contienen principios éticos que se puede aplicar hoy.

En Éxodo 21:22 al 25, Moisés describe una pelea entre dos hombres en la que una mujer embarazada –tal vez, la esposa de uno de ellos es agredida–. Ese acto violento podía resultar en dos tipos de daños, cada uno con un castigo diferente. A pesar de que muchas versiones bíblicas traducen la situación del versículo 22 como un “aborto” y la del versículo 23 como un “riesgo de muerte”, Walter Kaiser, erudito en Antiguo Testamento, explica que ninguna de las palabras hebreas para “aborto” se encuentra en el texto. Para Kaiser, lo correcto es entender que el pasaje describe dos situaciones: en la primera, la agresión induce a la mujer a un parto prematuro, sin la muerte del niño; en la segunda, hay muerte de la madre o del niño. El primer ejemplo, sin muerte, debía ser castigado con una indemnización estipulada por el padre del niño. El segundo ejemplo, con la muerte de la madre o del bebé en el vientre, implicaría la aplicación de la Ley del Talión, o ley de la reciprocidad. El castigo sería, entonces, “vida por vida”. Kaiser observa que la ley mosaica consideraba la vida del feto tan valiosa como la de la madre, pues se prescribe en la situación del aborto un castigo igual al de homicidio (Walter Káiser Jr., O Cristão e as Questões Éticas da Atualidade [Vida Nova, 2015], pp. 146-148).

Lo expuesto hasta aquí nos lleva a la conclusión de que la prohibición de matar que indica el sexto mandamiento del Decálogo abarca también una orden divina de no abortar (Éxo. 20:13). El historiador Flavio Josefo, quien vivió en los días de los apóstoles, escribió que “la ley les prohibió a las mujeres abortar o destruir a la simiente”, y equipara el aborto provocado con el homicidio (Contra Apión, p. 202).

Los primeros cristianos también rechazaban el aborto. La Didajé, el manual de iglesia más antiguo, escrito a comienzos del siglo II, expresaba lo siguiente en el punto “Exigencias del amor al prójimo”: “No mate al niño en el vientre materno ni después de que haya nacido” (Didajé p.2). En la carta de Bernabé, escrita en la misma época, hay una declaración semejante (Epístola de Bernabé, 19.5). En la primera apología cristiana, escrita en el año 120, se afirma que los cristianos no practicaban el aborto ni el infanticidio (Carta a Diogneto, pp. 5, 6). También en el siglo II, Clemente de Alejandría escribió que quien usaba medicamentos o maleficios para abortar se despojaba de todo sentimiento de humanidad (El pedagogo, 2.10). En el siglo III, Tertuliano también condenó el aborto (Apologética, 9.6). En consonancia con esa posición histórica, los cristianos de todas las épocas han considerado que abortar es un acto equivocado.

Con fundamento en la Biblia, los Adventistas del Séptimo Día creemos en el alto valor y la inviolabilidad de la vida humana, incluida la vida intrauterina. Entienden que la finalidad de la primera venida de Cristo al mundo fue para traer vida plena y abundante (Juan 10:10), y que, en su segunda venida, el Salvador resucitará a los muertos y eliminará la muerte (1 Cor. 15:26, 54-58; Apoc. 2:4).

Ayudando a llevar el peso emocional
Quien ya se ha decidido alguna vez por el aborto, ya sea la madre, el padre o un profesional, a veces carga con un peso emocional. Eso ocurre, en especial, si el aborto fue injustificado. Pero es bueno recordar que todo pecado tiene perdón (Isa. 1:18; 55:7; Eze. 33:11; 1 Juan 1:9; 2:1, 2). Para recibir el perdón divino, solo debemos confesar todo a Dios (Sal. 32; 51).

En su libro Cura Após o Aborto ([La cura después del aborto] Fiel, 2018), David Powlison aconseja que, además de la confesión, es importante que la persona que optó por el aborto evite imaginar al niño abortado, y que busque un amigo que pueda empatizar con su situación. Esa persona debe enfatizar la promesa del perdón divino. Después de todo, Dios quiere redimir a la persona que abortó y transformarla en alguien que comparta su amor.

Casos complicados

A pesar de que el bebé que aún no nació tiene derechos inalienables, hay situaciones en las que –aparentemente– el aborto sería un mal menor, puesto que evitaría otros problemas. Veamos:

  1. Aborto cuando el embarazo es fruto de una violación.
  2. Aborto cuando se le diagnostica al feto una enfermedad o deficiencia incurable.
  3. Aborto cuando se intenta salvar la vida de la madre.

En Brasil, por ejemplo, el Código Penal criminaliza el aborto en los artículos del 124 al 127. Sin embargo, el artículo 128 establece que no es delito el aborto practicado por un médico si no hay otra manera de salvar la vida de la madre o si el embarazo es el resultado de una violación. Además, una decisión del Supremo Tribunal Federal del 12 de abril de 2012 entiende que los fetos con anencefalia (sin desarrollo completo del cerebro) no tienen condiciones de vida y, por lo tanto, no es delito abortarlos.

Este precedente ha permitido el aborto legal de fetos diagnosticados con otros síndromes incompatibles con la vida; por ejemplo, cuando hay malformaciones graves o no se forman algunos órganos vitales. En la mayoría de estos casos, hay abortos espontáneos o muerte al nacer. Si el bebé nace vivo, apenas sobrevive unas horas o días después del parto.

La Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día votó dos documentos oficiales sobre el aborto: uno el 12 de octubre de 1992 y otro el 16 de octubre de 2019. El primer documento puede encontrarse en el libro Declaraciones, orientaciones y otros documentos (ACES, 2010) y el más reciente fue publicado en el sitio web de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

En ambos textos, se le da valor a la vida humana, y solo en situaciones graves y poco frecuentes, en las que hay consecuencias que implicarían la muerte, debería considerarse el aborto.

La iglesia reconoce la complejidad del tema y se dispone a ayudar a quien ya se ha practicado un aborto. Así, se recomienda que la hermandad cristiana sea acogedora y presente la gracia de Cristo a la persona que está atravesando por esta situación.

El aborto no debe considerarse como método anticonceptivo y tampoco es recurso para encubrir un comportamiento sexual irresponsable. Mucho menos será una manera de eliminar seres humanos con malformaciones. Francis Schaeffer y Everett Koop, en su libro Whatever Happened to the Human Race? ([¿Qué le pasó a la raza humana?] Monerismo, 2020), argumentan que la legalización del aborto induce a la humanidad a la insensibilidad moral y a la desvalorización de la vida. Para ellos, es un paso en dirección a la aceptación de la eutanasia y el infanticidio.

Abortar un feto humano tiene un peso moral. Dios nos dio la vida y, por eso, puede quitárnosla. Las personas no pueden asumir una responsabilidad que Dios no les dio. Pocos entienden que es más fácil remover un feto del útero que deshacerse de la culpa de la conciencia.

En el caso de un feto diagnosticado con un síndrome incompatible con la vida fuera del útero, la elección de no abortar libera a los padres del peso de decidir la muerte del hijo. Otros, tal vez, racionalizan que el aborto previene una inevitable agonía posparto, en caso de que el bebé nazca vivo. No existen soluciones listas para problemas como este. Para los padres que viven este dilema, la sabiduría de Dios está a disposición (Sant. 1:5-8). La iglesia debe amparar a los padres que deben tomar esta decisión tan difícil (Mat. 7:1, 2; Luc. 6:37; Rom. 2:1; 14:4).

El aborto por causa de riesgo en la vida de la madre es una situación que se ha vuelto cada vez menos común con el avance de la medicina. El embarazo no enferma y el aborto no cura, pero una embarazada puede enfermarse y una mujer enferma puede concebir. Las alteraciones fisiológicas del embarazo sumadas a las patológicas de la enfermedad pueden eventualmente amenazar la vida de la madre. La falta de recursos médicos puede sugerir el aborto como medio de eliminar factores que podrían llevar a esa madre a la muerte. Este tipo de decisión es, en esencia, una terapia contraproducente, pues el principio guía de la medicina es siempre intentar salvar la vida.

La primera opción debe ser intentar un tratamiento que sea menos agresivo para el bebé, concentrarlo en el segundo trimestre de gestación (cuando es más seguro para el feto) o anticipar el parto, si se trata ya de un embarazo avanzado. También hay tratamientos indispensables e impostergables a los que debe someterse la madre, y ponen en riesgo la vida del bebé. En ese caso, se espera un aborto, aunque no es lo deseado. Ese aborto, como resultado del tratamiento para salvar a la madre, no es inmoral, pues resulta de una limitación de la medicina.

La justificación más común (y más controvertida) para la realización de un aborto parte de los embarazos que resultan de una violación. Los protocolos de atención a las víctimas de violencia sexual incluyen, en la profilaxis posexposición a riesgo de enfermedades de transmisión sexual, la administración de un anticonceptivo de emergencia (conocida como la “pastilla del día después”) como máximo hasta 72 horas luego de la agresión. Por desgracia, la víctima no siempre tiene libertad o conocimiento para buscar ayuda a tiempo.

La sociedad debe trabajar para erradicar la violencia sexual, y la mujer que eventualmente se embaraza de su abusador debe ser acogida y aconsejada para considerar la orientación bíblica y tomar la decisión que considere mejor dentro de sus posibilidades, en el contexto de una situación compleja y no deseada.

La iglesia debe ser una familia para la víctima de abuso sexual. Puede ser que esa madre, en caso de optar por preservar la vida de su hijo, no esté preparada emocionalmente para criar a un niño fruto de un hecho traumático. Dar al niño en adopción puede ser una buena opción para ella.


FERNANDO DIAS es pastor y tiene una maestría en Teología. MAURICEIA FERRAZ DIAS es enfermera y tiene un posgrado en Gestión de Enfermería y Salud Familiar.

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2 Comentarios

  1. Karen Gogolin

    Hola. Envié una carta al Editor en respuesta a este artículo, ya que considero que merece otra evaluación ética y bioética, ya que por un lado destaca el valor de la vida humana pero por el otro se desentiende del derecho a la vida en situaciones como violación o patología fetal no compatible con la vida (de paso, si está vivo es porque seguramente estemos usando mal el término y quizás ninguno de nosotros somos en realidad compatibles con la vida en este mundo de pecado). De ser posible me gustaría contactar a los autores. Saludos

    Responder
  2. Luis

    Dios nos dio la mision de esparcir el evangelio, no de andar promoviendo leyes, cuando poyamos prohibir el aborto, pensamos tambien en los años de carcel que se merece la mujer? El adulterio es pecado, porque no promovemos una ley que lo prohiba? que le den unos 10 años de carcel al adultero, en la iglesia conozco varios.

    La cuestion del aborto era un problema solo de los catolicos que astutamente han logrado enganchar al mundo protestante, por apoyarlos en una cuestion que es solo personal, sin querer vamos a terminar apoyandolos en restricciones mas generales, porque apoyar politicos y jueces conservadores ya empoderados seguiria la libertad de conciencia.

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