ASUNTOS DE FAMILIA

12 octubre, 2021

“Llámalo clan, llámalo grupo, llámalo tribu, llámalo familia. Lo llames como lo llames, necesitas una”.

Jane Howards.

“Cada familia es un mundo”, reza el refrán popular, y en el caso de Sofía, la exreina consorte de España (dejó de serlo en junio de 2014, cuando su esposo Juan Carlos I abdicó), bien se podría decir que “cada familia es un mundo… de la realeza”.

Basta analizar el árbol genealógico para ver cómo Sofía tiene sangre real por parte de sus padres, sus abuelos, sus bisabuelos y sus tatarabuelos. El dato poco habitual revela que ella está emparentada con todas las casas reales europeas de la actualidad. Veamos: es hija de Pablo I (quien fuera rey de Grecia); es sobrina del duque de Edimburgo; tiene lazos de parentesco con el rey Christian IX de Dinamarca; y también con Harald, de Noruega. También está emparentada con el rey Felipe de Bélgica, con el duque Enrique de Luxemburgo y con Guillermo Alejandro de Holanda. Yendo atrás en el tiempo, es posible encontrar un ancestro en común con la familia real de Liechtenstein y antepasados familiares con Alberto de Mónaco.

La familia y el entorno que nos rodea es algo vital. Y, como liderazgo es influencia, todo líder se forma en una familia y también conduce a su familia. Esta constituye para el líder, queriéndolo o no, un aspecto específico en su vocación, elección, pensamiento y acción.

Lo supo Amón, hijo del sanguinario Manasés y padre del ejemplar Josías, cuyo reinado  demostró un legado intacto de la obra de su antecesor: “De veintidós años era Amón cuando comenzó a reinar, y dos años reinó en Jerusalén. E hizo lo malo ante los ojos de Jehová, como había hecho Manasés su padre; porque ofreció sacrificios y sirvió a todos los ídolos que su padre Manasés había hecho” (2 Cron. 33:21, 22).

El pésimo comportamiento del padre fluyó hacia su hijo, “cuya vida había sido amoldada sin remedio por la apostasía fatal de Manasés”, al decir de Elena de White (Profetas y reyes, pp. 282, 283). Por esta causa, Dios no permitió que reinase mucho tiempo (ibíd.) y murió como fruto de una conspiración palaciega impulsada por sus propios siervos. Sí, la apostasía también se lega.

Sin embargo, un detalle no menor se desprende de esta breve y triste historia: “[…] nunca se humilló delante de Jehová, como se humilló Manasés su padre; antes bien aumentó el pecado” (2 Crón. 33:23). Amón, quien integra la genealogía de Jesús (Mat. 1:10) y cuyo nombre significa, paradójicamente, “pueblo” o “clan paterno”, no asumió como suyo el arrepentimiento. Este valor pudo haber salvado su liderazgo… o, al menos, brindarle protección para su vida. Ninguna de las dos cosas ocurrió.

Un líder debe saber que su familia también es parte de su ministerio en el liderazgo. Por lo tanto, no debe descuidarla. Por su parte, la familia de un líder debe saber que él debe contar no solo con su apoyo incondicional, sino también con su contención, sus consejos y su acompañamiento. Nadie puede triunfar en solitario.

La familia del líder (incluso) debe hacerle notar sus fallas y los adecuados caminos para la restauración. Se sabe que cada familia tiene sus altibajos: Manasés se restauró, Amón se perdió y Josías –quien no tendría, en apariencia, muchas chances de éxito espiritual– fue un digno representante en el trono de David.

Además de la familia de sangre, todo líder cuenta con la familia de la iglesia. En esta también puede encontrar amparo y sustento. Y, dentro de esa familia, están otros líderes que sirven de sostén y guía. Un líder nunca está solo. No lo estuvieron Manasés, Amón ni Josías. Ellos contaron con los inspirados consejos de profetas notables como Habacuc, quien los instó a alegrarse en Jehová aun cuando todo saliera mal y hacer de él su fortaleza (Hab. 3:16-19); es decir, a ser justos y vivir por la fe (Hab. 2:4).

Somos un pueblo (y una gran familia) que transita por este complicado mundo y tiene como objetivo llegar al Hogar celestial. En ese andamiaje, los líderes cumplen un rol relevante. Necesitamos más Josías y menos Amones.

Por eso, estimado líder, sé humilde, aprende de los errores y refúgiate en tu familia. Y, por encima de todo, ten en claro que “al servir a Dios no hay por qué experimentar abatimiento, vacilación o temor. El Señor hará más que cumplir las más altas expectativas de aquellos que ponen su confianza en él. Les dará la sabiduría que exigen sus variadas necesidades” (Elena de White, Profetas y reyes, p. 285).

  • Pablo Ale

    Es Licenciado en Teología y en Comunicación Social. Además, tiene una maestría en Escritura creativa. Es autor de los libros “¿Iguales o diferentes?”, “1 clic” y “Un día histórico”. Actualmente es editor de libros, redactor de la Revista Adventista y director de las revistas Conexión 2.0 y Vida Feliz, en la Asociación Casa Editora Sudamericana.

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