LA ORACIÓN EFICAZ

26 abril, 2021

Por José Plescia

Santiago dijo que “la oración eficaz del justo puede mucho” (Sant. 5:16). Pero ¿qué se entiende por “eficaz”? Cuando leemos, especialmente, Hechos de los apóstoles, encontramos milagros, maravillas, victorias y conversiones numerosas en respuesta a la oración. ¿Qué se necesitará hoy para que lo mismo se vea con más frecuencia? Edward Bounds escribió, a fines del siglo XIX: “La iglesia hoy busca mejores métodos. Dios busca mejores hombres. Lo que la iglesia necesita hoy día no es maquinaria más abundante o perfeccionada, ni nuevas organizaciones, ni métodos más modernos, sino hombres que puedan ser usados por el Espíritu Santo. Hombres de oración, poderosos en la oración” (La oración, fuente de poder, p. 14).

El mismo Santiago habla de dos errores humanos con respecto a la oración: “No tenéis lo que deseáis, porque no pedís” (Sant. 4:2) y “Pedís, pero no recibís, porque pedís mal” (Sant. 4:3).

Entre las oraciones mal hechas, encontramos la de 1 Reyes 19:4 y 5. Elías temía las amenazas de la reina Jezabel y escapó al desierto. Cansado, después de un día de camino y con un gran bajón anímico, se sentó debajo de un enebro y, deseando morirse, dijo: “Basta ya, Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres”. Cuando los hijos de Dios oran de este modo, después de orar se sienten peor que antes de hacerlo. Ante las dificultades, en lugar de mirar a Dios, se meten debajo del enebro. Si, como humanos que somos, alguna vez nos toca estar debajo del enebro, no tomemos decisiones, pues todo lo juzgaríamos bajo el prisma de nuestra condición. Orar con ese estado de ánimo y para contarle al Señor solamente nuestra autocompasión solo sirve para alimentar la depresión.

Otra oración que Dios no pudo contestar tal como fue expresada fue la de Moisés: “‘¿Por qué has hecho mal a tu siervo? ¿Y por qué no he hallado gracia a tus ojos, que has puesto la carga de todo este pueblo sobre mí? ¿Concebí yo a todo este pueblo […] para que me digas: Llévalo en tu seno? ¿De dónde conseguiré yo carne para dar a todo este pueblo? […] No puedo yo solo soportar a todo este pueblo: es una carga demasiado pesada para mí. Y si así vas a hacer tú conmigo, te ruego que me des muerte […] para que yo no vea mi mal’ ” (Núm. 11:11-15). Tal vez esta sea la peor oración pronunciada por un siervo de Dios.

Un alto porcentaje de personas depresivas oran más que otros cristianos, pero usan la oración para alimentar su autoconmiseración. Estas oraciones son una cansadora repetición de fracasos y errores. Le recuerdan a Dios todo lo malos que son. Se castigan por medio de la oración. La fe y la gratitud están ausentes de estas oraciones, y terminan creyendo que el Señor no los puede bendecir por causa de lo que son. No creen merecer nada, no esperan nada.

Se cuenta en la novela cristianaEl peregrino, de John Bunyan, que el protagonista –llamado “Cristiano”–, distraído, cayó junto con Vacilante en el pantano del desánimo. Vacilante consiguió salir regresando hacia atrás. El pantano estaba formado por los temores y las dudas de los pecadores que se sienten perdidos. Cristiano solamente pudo salir y seguir adelante cuando se aferró de la mano de un hombre llamado Socorro.

Al respecto, Elena de White escribió: “Muchos cometen un grave error en su vida religiosa al mantener la atención fija en sus sentimientos para juzgar si progresan o si declinan. Los sentimientos no son un criterio seguro. No hemos de buscar en nuestro interior la evidencia de nuestra aceptación por Dios. No encontraremos allí otra cosa que motivos de desaliento. Nuestra única esperanza consiste en mirar a Jesús, ‘autor y consumador de nuestra fe’ [Heb. 12:2]” (Joyas de los testimonios, t. 2, p. 60).

Entonces, ¿cómo se ora eficazmente? Simplemente, orando de todo corazón. Pero puede ayudar tener en cuenta los siguientes aspectos.

Orar con propósitos específicos

Algunos orientales pegan oraciones en las paletas de los molinos para que estas, al dar vueltas, oren por ellos. Muchos cristianos también dan vueltas sin decir nada concreto.

Puede ser útil tener cuatro tarjetitas y anotar en ellas nuestros motivos de oración:

1- Acción de gracias. “Por nada estéis angustiados, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Fil. 4:6). “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tes. 5:18).

Podemos orar en negativo o en positivo, diciendo las mismas cosas, pero de modo diferente. Decía una señora, en su oración negativa: “Señor, tú sabes que hacemos mal las cosas y que somos pecadores miserables como trapo de inmundicia…” Bien, podría haberlo dicho así: “Señor te agradecemos porque, aunque somos pecadores, tenemos la seguridad de tu amor y tu perdón. Gracias por habernos salvado mediante el sacrificio de Jesús”. Y también orar ante alguna dificultad: “Gracias, Señor, porque, aunque no comprendo el propósito de esta prueba, sé que me darás la salida. Porque a los que te aman, todas las cosas les ayudan para bien”.

2- Confesión. “El que oculta sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y se aparta de ellos alcanzará misericordia” (Prov. 28:13). “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).

3- Pedidos diversos. “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, lo haré” (Juan 14:13). “Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo” (Juan 16:24).

4- Intercesión. “Confesaos vuestras ofensas unos a otros y orad unos por otros” (Sant. 5:16). “No cesamos de orar por vosotros” (Col. 1:9). “Ruego […] que me ayudéis orando por mí a Dios” (Rom. 15:30).

Orar con fervor

Tres citas de Elena de White nos llevan a reflexionar en este aspecto: “Nuestras oraciones lánguidas y sin entusiasmo no tendrán respuesta del Cielo” (Nuestra elevada vocación, 5 de mayo). “Orar sin hambre del alma ni fe viva no vale nada” (Obreros evangélicos, p. 272). “Al sonido de la oración ferviente, toda la hueste de Satanás tiembla” (Joyas de los testimonios, t. 1, p. 135).

Un pastor realizaba un ciclo de conferencias de tres meses de duración acompañado por varios estudiantes de Teología. Mucha gente estaba estudiando la Biblia y pronto se harían los bautismos. Un día, el pastor fue llamado a su oficina por una abogada que dirigía una organización terrorista. La mujer lo intimó, bajo amenaza de muerte, a abandonar la ciudad en 24 horas. El pastor y su equipo oraron. ¿Cómo cree usted que oraron? Pasaron parte del día y toda la noche en ferviente ayuno y oración. Temprano en la mañana, decidieron confiar en Dios y continuar con la campaña. Esa misma mañana se enteraron de que el ejército había atacado a la organización subversiva y la había desbaratado. La Biblia rebosa de promesas: “Yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis. Vendréis y oraréis a mí, y yo os escucharé. Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jer. 29:11-13).

Orar con perseverancia

La Palabra de Dios nos recomienda ser “constantes en la oración” (Rom. 12:12) y orar “sin cesar” (1 Tes. 5:17). Y nos presenta a los grandes hombres de Dios como a hombres que perseveraron en la oración. Jacob luchó toda la noche con el Ángel de Jehová. “No te dejaré, si no me bendices […]. Y lo bendijo allí mismo” (Gén. 32:22-30). Moisés ayunó y oró durante cuarenta días (Éxo. 24:18; 34:28, 29). Jesús ayunó y oró cuarenta días en el desierto, y muchas otras veces se pasó la noche orando (Mat. 4:2; Luc. 6:12). ¿De qué forma caminó Enoc con Dios trescientos años? “Ora en tu habitación y, tan a menudo como puedas, eleva tu corazón a Dios al realizar tu trabajo cotidiano. Fue así como Enoc caminó con Dios” (Elena de White, El camino a Cristo, p. 84).

En tiempos más cercanos a nosotros, Juan Wesley oraba de 4 a 6 de la mañana; José Allein, de 4 a 8 de cada mañana; Juan Knox se levantaba a orar por las noches. Martín Lutero escribió: “Si dejo de pasar dos horas en oración cada mañana, el enemigo obtiene la victoria durante el día. Tengo tantas cosas que hacer que voy a dedicar tres horas a la oración” (La oración, fuente de poder, p. 43). “Yo juzgo que mi oración es más poderosa que Satanás. Si no fuera así, Lutero habría sido tratado de una manera muy diferente hace mucho tiempo […]. Si abandonara la oración por un solo día, perdería una gran parte del fuego de la fe” (ibíd., p. 91).

Dicen que el pastor Payson gastó las maderas del piso en el lugar donde siempre oraba, que Jaime White gastó sus pantalones en las rodillas y que David Livingstone murió de rodillas.

Los primeros cristianos no eran perseverantes en la oración (Mar. 14:37, 38). Pero, después de la muerte del Salvador, se decidieron a orar con perseverancia (Hech. 1:14), y así ocurrieron los triunfos y las maravillas relatados en Hechos de los apóstoles. Sin duda, “Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y por los siglos” (Heb. 13:8); si algo es diferente de aquella época, somos nosotros.

Un pastor muy consagrado me contó que en cierta oportunidad su salud estaba muy mal y fue internado. Su primo, un prestigioso médico, le dijo: “Juan, debo ser sincero, no sabemos si pasarás esta noche y estarás vivo por la mañana”. El pastor decidió que, si esa sería su última noche, la pasaría orando. Por la mañana encontraron la solución para su salud, y vivió unos noventa años. ¿Qué haríamos si supiéramos que este es nuestro último día de vida? No siempre podemos saberlo. ¿Hemos orado hoy lo suficiente?

Orar con fe

Un relato cuenta que comenzaban las clases y el niño tenía que ir a la escuela al día siguiente, pero no tenía zapatos. Oraron con su madre pidiéndole a Dios los zapatos que necesitaba. Por la tarde, llegaron algunas mujeres trayéndoles alimentos, ropa y un par de zapatos. Entusiasmada, la madre llamó al niño para probárselos, a lo que el chico respondió: “No hace falta mamá, Dios sabe mi número de zapatos”.

Otra historia cuenta que todo un pueblo se reunió en la plaza para orar por lluvia para los campos. Algunos sonrieron cuando vieron que una niña llevó un paraguas. En la mañana siguiente, al despertar, una señora se apresuró a abrir las ventanas y dijo: “Yo sabía que no iba a llover”. ¿Cuál es tu actitud al orar?

Jesús preguntó: “¿Creéis que puedo hacer esto?” (Mat. 9:28). Y reiteradas veces, después de un milagro, dijo:

  • “Vete, y como creíste te sea hecho” (Mat. 8:13; 9:29).
  • “‘Vete, tu fe te ha salvado’” (Mar. 10:52; Luc. 7:50; 8:48; 17:19; 18:42).
  • “‘Si puedes creer, al que cree todo le es posible’” (Mar. 9:23).
  • “Y todo lo que pidáis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mat. 21:22).

José Plescia, pastor jubilado. Fue evangelista de la Unión Argentina y director y orador del programa Una luz en el camino. El texto fue extraído de su libro Todavía hace milagros (Buenos Aires: ACES, 2017), pp. 67-73.

Artículos relacionados

BRILLANTE: ¿QUÉ DICE LA BIBLIA ACERCA DEL USO DE JOYAS?

BRILLANTE: ¿QUÉ DICE LA BIBLIA ACERCA DEL USO DE JOYAS?

“Lo importante es nuestro interior, Dios mira el corazón”. “Nuestra vestimenta revela quiénes somos. Exteriorizamos lo que llevamos dentro”. “Solo los fariseos juzgan la manera en la que uno está vestido y lo que lleva puesto”. “Somos representantes del Reino de los...

1 Comentario

  1. olga chavez alva

    Gracias pr este articulo q trae ayuda en estos tiempos dificiles

    Responder

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *