ALENTAR, NO IMPONER

8 marzo, 2021

¿Cuál es la característica principal de los matrimonios felices?

El Dr. Robert Lauer y su equipo estudiaron a 351 parejas que llevaban por lo menos quince años de casadas. Descubrieron que una característica de los matrimonios felices era la capacidad de reconocer y fomentar las cualidades del cónyuge. Es decir, darse cuenta de las cosas que gustan e interesan al otro, para brindárselas o favorecerlas. Promover las virtudes y las habilidades del cónyuge no es lo mismo que tratar de cambiarlo. Cuando intentas cambiar al otro, inevitablemente ejerces presión, manipulas y llevas al sometimiento. Se quiere imponer el criterio propio de perfección, o se busca corregirlo, lo que produce descontento y malestar. Algo distinto es aceptar al otro y alentarlo para que desarrolle sus dones y sus fortalezas, y que así llegue a ser lo mejor que pueda ser.

Hace un tiempo, atendí a una pareja que, después de ocho años de matrimonio feliz y dos hijos, descubrieron que no podían seguir viviendo juntos. Los últimos seis meses estuvieron separados. Me resultó extraño que ambos hablaban muy bien del otro y lamentaron la separación. Si había tantas cosas que los unían, ¿por qué estaban separados? Finalmente, el esposo confesó la razón de la discordia.

–Juzgue usted, doctor –dijo–. Durante ocho años de convivencia, me cansé de decir a esta mujer que no me lavara mi ropa. A mí me gusta tener la ropa bien planchada, doblada, ubicada en su lugar en el ropero. Ella lava toda la ropa junta y la deja entremezclada, en un recipiente. Eso me pone frenético. Ver mis camisas hechas un nudo con sus polleras y la ropa de los chicos ¡no lo soporto! Le he pedido de mil maneras que, al sacarla del secarropa, la doble y la deje separada. Pero nunca conseguí que me hiciera caso. No me explico cómo alguien tan inteligente no pueda entender algo tan simple. ¿Cómo puedo vivir con una mujer así? 

Me quedé sorprendido, mirándolo. No podía creer lo que escuchaba. Entonces, le pregunté:

–¿Durante ocho años estuvo diciéndole que no lavara su ropa junto a la de ella?

–Sí, doctor –respondió con énfasis.

–¿Y siempre fracasó?

–Sí, doctor.

–¿Y aún continuó insistiendo durante todos esos años?

–Sí.

–¡No puedo creerlo!

–Sí, es increíble, ¿no es cierto?

Él pensaba que estaba reconociendo la insensatez de ella, pero yo me refería a la de él.

–No, es su actitud lo que no entiendo

–¿Por qué? –preguntó intrigado.

–Porque si le produce tanto fastidio este asunto, ¿por qué insistió tanto tiempo, si no funcionaba? Si no lograba cambiarla, ¿por qué persistió? Es como dar un puntapié descalzo a un clavo con el propósito de doblarlo, y seguir insistiendo. Es usted quien se daña. 

Él me miraba con los ojos bien abiertos, sorprendido. Continué:

–Siempre hay cosas que podemos cambiar del cónyuge y otras que no podemos hacerlo. Entonces, hay que aceptar al otro como es. Si ella tiene tantas virtudes, ¿por qué no tolerar un defecto? Y, si no puede hacerlo, mande su ropa al lavadero. 

–Nunca lo había pensado de esa forma –dijo sorprendido. 

Desde ese momento, su actitud cambió. En la próxima entrevista, parecían novios. Me comunicaron que habían solucionado el problema de la ropa y del matrimonio. Habían acordado enviar la ropa al lavadero y él había decidido volver al hogar. Estaban de fiesta.

La reconciliación es una experiencia maravillosa que descubre el arte de la convivencia y recupera la alegría de vivir.

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