UNA PROMESA DE VICTORIA

6 octubre, 2020

“Incluso la noche más oscura terminará con la salida del sol”.

Victor Hugo.

Cuando aquel 31 de agosto de 1997 el Mercedes Benz S 280 se estrelló en el interior del parisino Túnel de l’Alma, Diana de Gales se deslizó hacia los brazos de la muerte y no solo nació el mito de Lady Di. También emergió una terrible crisis en el seno del Palacio de Buckingham.

Enrique, el hijo menor de Diana (más conocido como el príncipe Harry), recuerda con tristeza aquel duro momento: “Después de perder a mi madre a los doce años, bloqueé todas mis emociones durante dos décadas. Esto tuvo un profundo efecto en mí y en la forma de manejar lo que me había pasado”, declaró. Fue su hermano, el príncipe Guillermo, quien lo ayudó a reconocer que tenía un problema. “Tenía 20, 25, 28 años, e iba por la vida diciendo que todo estaba bien. Pero, de pronto, ese duelo que no había procesado empezó a manifestarse, y me di cuenta de que tenía muchas cosas que afrontar”, explicó Harry contando cómo superó este indeseado contexto.

La frase “… y fueron felices para siempre viviendo en el palacio” emerge de las páginas de bellos relatos de literatura infantil pero pocas veces se aplicó a la realidad entre los bastidores de las casas reales. Tampoco se aplicó a Acaz. Hijo de Jotam y padre de Ezequías, fue un olvidable rey de Judá que ocupó el más alto sitial durante veinte años. 

El relato de Acaz es copioso en maldades: fue idólatra, sacrificó a su hijo en el fuego y adoró a dioses extraños (2 Rey. 16:3, 4; 2 Crón. 28:2-4, 23-25). Su liderazgo estuvo circundado por dificultades internas y externas. Puertas adentro, Peka, rey de Israel (aliado con Rezín, rey de Damasco), comenzó una invasión contra Judá. Fronteras afuera, el poderoso ejército asirio liderado por Tiglat-pileser III también codiciaba el territorio judío. Con un panorama absolutamente desolador, Acaz se resignó a creer que los milagros no existen. Después de todo, la nieve no es cálida y las tortugas no son fugaces. Pero Dios, un especialista en gratas sorpresas, envió a su siervo Isaías para pintar de azul la oscuridad. 

Así como Guillermo ayudó a Harry, el profeta inspirado se encontró con el monarca desorientado en el estanque de camino a la heredad del Lavador. Y le impartió noticias alentadoras, como agua fresca en medio del Sinaí.

Isaías 7:14 es contundente y va dirigido a Acaz: “Guarda, y repósate; no temas, ni se turbe tu corazón a causa de estos dos cabos de tizón que humean, por el ardor de la ira de Rezín y de Siria”. No. No son las palabras de Jesús a sus discípulos en Juan 14:1 al 3. Son los mensajes de Dios a un rey apóstata, en quien quiere encender el fuego de la sana pasión por la verdadera adoración.

Aún quedan en Acaz vestigios de altruismo y de fe. Decide no pedir una señal ante el mensaje, ni tentar a Dios. Pero el Cielo se la concede: “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel (que traducido es ‘Dios con nosotros’)” (Isa. 7:14).

La promesa más sublime de la Escritura referente a la primera venida de Jesús le fue dada a un aciago Acaz en medio de un conflicto bélico estresante. El amor de Dios por nosotros es maravilloso e incomprensible. Nunca nos deja solos. Nunca nos abandona. Aun cuando sigamos empantanados en nuestros estériles caprichos. Como Acaz, quien eligió saciar su sed de tranquilidad con la arena asiria en vez de con el Agua de vida. Desechando el consejo de Isaías, se rindió ante Tiglat-pileser III y fue súbdito del enemigo al que Dios le había prometido vencer. Aun así, Acaz integra la genealogía de Jesús (Mat. 1:9).

Tal vez desempeñes tu liderazgo bajo la melancólica aflicción de la muerte de un ser querido, al abrigo de la áspera confabulación crítica de aquellos a quienes sirves o conviviendo con recurrentes fantasmas internos que suelen ser tan peligrosos como las espadas filosas de la dura realidad. Cada día solemos enfrentar invasiones que buscan alienarnos de Dios, de nuestro prójimo y de nuestra misión. No te rindas. Lee, estudia y recuerda las promesas inspiradas. Isaías 7 es un capítulo ideal para líderes desbordados ante la crisis y desanimados ante la aparente derrota.

Sigamos adelante sin temor. A nuestro lado pelea Emanuel, Dios con nosotros.

  • Pablo Ale

    Es Licenciado en Teología y en Comunicación Social. Además, tiene una maestría en Escritura creativa. Es autor de los libros “¿Iguales o diferentes?”, “1 clic” y “Un día histórico”. Actualmente es editor de libros, redactor de la Revista Adventista y director de las revistas Conexión 2.0 y Vida Feliz, en la Asociación Casa Editora Sudamericana.

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1 Comentario

  1. Esmi

    Excelente

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