SEXO: AVERGONZADOS DE UN REGALO

Sabemos que el conocimiento tiene poder para aclarar y normalizar; el poder de cuidar, de naturalizar y (también) de desmitificar, de darme la posibilidad de reacomodar ideas que me acompañan y decidir si continuarán así. O, en todo caso, si las cambio y modifico.

Por esta razón, te invitamos a realizar un recorrido juntos, de manera breve, revisando algunos aspectos de esto que nos cuesta tanto: hablar de sexo.

Recordarme el error me da la posibilidad (si quiero) de cambiar

Estamos todos de acuerdo. Heredamos una idea errada. En algún momento de la historia, San Agustín argumentaba que el deseo sexual –lujuria– había animado a Adán a aceptar la propuesta de Eva de probar la fruta prohibida del Árbol de la Sabiduría. Así fue asociado por primera vez el deseo sexual con los orígenes del pecado.

Hoy, casi 16 siglos después, todavía tenemos restos de esa asociación en nuestro cerebro. Y, aunque hoy nos animemos a enfrentarla, y hasta quizá dejar de alimentarla, es importante que nos quede en claro que puede ser que padezcamos a causa de una idea irracional, heredada, antigua, que no coincide con el deseo de Dios para el ser humano: disfrutar, incluso del sexo.

Educarnos en sexualidad

Parece un mito: los temas sexuales no quieren ser abordados por padres o educadores.

Muchas veces se teme que hablar del tema se convierta en una apología o una motivación para que el adolescente practique conductas sexuales erróneas. Todo lo contrario. La buena información y el diálogo abierto entre padres y adolescentes sobre sexualidad es un factor favorable para su sano desarrollo, el cuidado y el respeto por el propio cuerpo y el de los demás, la aceptación personal y la prevención del abuso sexual.

Que los niños o los adolescentes sientan la libertad de hablar libremente dichos temas con sus padres les proporciona seguridad y compromiso con ellos mismos. No esperemos el momento indicado para hacerlo, busquemos ese momento.

La información de fácil acceso y errónea que presenta la tecnología actual probablemente llegue más rápido a nuestros adolescentes, y el cerebro adolescente (inmaduro todavía) no posee los recursos cognitivos para dominar impulsos emocionales; mucho menos hormonales.

Por eso, la educación sexual debe ser enseñada desde niños para que crezcan informados y conscientes de la gran responsabilidad, privilegio y oportunidad de cuidar su cuerpo.

Pero, si soy adulto, ¿puedo aprender? Una pregunta obvia de respuesta compleja.

«Se teme que hablar del tema se convierta en una apología o una motivación para que el adolescente practique conductas sexuales erróneas. Todo lo contrario».

Sabemos que podemos aprender, pero también que es un proceso que muy pocos se animan a afrontar. Sin lugar a dudas, disponernos a aprender sobre sexo en la adultez será un acto volitivo, casi valiente, que nos podrá llevar por la sorpresa, la incomodidad, el humor, el amor, y redescubrir quiénes somos.

Lo más probable es que no lo intentemos.

No es nuevo afirmar que con el transcurrir de los años nuestro cerebro elige los caminos conocidos, las emociones que no nos desestructuren, la comodidad.

Pero, si te animaras, no podemos mentirte: vale la pena. Y mucho más sabiendo que luego nos espera el disfrutar saludable, que siempre fue el plan de Dios.

Creados para disfrutar

Somos una pieza de diseño extraordinario. Incluso la ciencia puede ayudarnos a afirmar esto, que para quienes creemos en el Diseñador de todas las cosas ya no es novedad.

Diversos estudios de investigación coinciden en afirmar las diferencias individuales como un perfecto rompecabezas, que tiene como resultado reunir las diferentes piezas del disfrute. Avancemos conociendo las principales identificadas.

Se afirma que los hombres están generalmente más interesados (y tienen una mayor respuesta) frente a la representación visual que despierta los estímulos sexuales, en comparación con las mujeres.

La amígdala y el hipotálamo (órganos importantes de nuestro cerebro, que lideran las emociones, la memoria y el aprendizaje) se encuentran más activos en los hombres que en las mujeres al ver estímulos idénticos de tipo sexual.

Entendiendo que la amígdala es necesaria para el mantenimiento de la memoria a largo plazo, y que se asocia con eventos emocionalmente trascendentales, diversos estudios psicológicos afirman que las mujeres son capaces de recordar con mayor rapidez mayor número de eventos emocionales que los hombres, además de que los evocan de una manera más intensa y vívida.

Tampoco podemos dejar de recordar que, en el comportamiento emocional, los hombres tienen mayor tendencia a expresar su estado emocional de manera más conductual, mientras que las mujeres prefieren la mediación simbólica, la verbalización y la expresión oral.

Parece establecido que hay diferencias relevantes ligadas al sexo en la mente de hombres y mujeres, que se van conformando desde edades tempranas de la vida intrauterina.

La idea principal que deseamos afirmar, a partir de este conocimiento, lejos está de generar una jerarquía entre ellos. Por el contrario, cuanto más conozcamos, más herramientas tendremos para desarrollarnos y vincularnos con el otro.

Olvidarnos de estas particularidades sería un tanto iluso, y tanto más seguir insistiendo en que el otro se acomode o deba ser un igual a mí. Reconocer estas diferencias como una oportunidad de complementarnos y crecer junto al otro parece ser parte de un diseño sabio, orientado a disfrutar.

Hechos para compartir

Una definición de la sexualidad la describe como el “conjunto de características físicas y psicológicas propias de cada sexo”. Una de esas características psicológicas es la necesidad de sentirse amado, pertenecido, seguro con otro.

Independientemente de las diferencias de género, todos buscamos un alguien con quien pasar el resto de nuestra vida. Dios nos creó para buscar esa “ayuda idónea”, ese “complemento”. La Biblia nos señala que no es bueno que el hombre este solo. Dios nos creó como seres sociables, relacionales.

Como receptores del amor de Dios, necesitamos con quién poder compartir las bendiciones que recibimos de él. Y podemos ver allí también cómo toma sentido el mecanismo donde nos enriquecemos y retroalimentamos junto al otro.

Es importante señalar que esta retroalimentación gratificante también puede surgir del valor de la amistad, del compañerismo en el plano laboral, de las relaciones familiares, e incluso de los vínculos más superficiales como los de vecindad.

Vivir en sociedad implica que todo ser humano debe poner en práctica sus habilidades sociales en beneficio de su propia felicidad personal, puesto que tener un alto nivel de integración y contar con distintos grupos de pertenencia suma autoestima, reconocimiento, pensamiento positivo, motivación, felicidad y desarrollo sexual.

La forma en que pensamos, sentimos, actuamos y nos conectamos con otros está determinada por nuestra historia y nuestra sexualidad, que se expresa en vincularnos.

Si bien fuimos creados para compartir nuestra vida con otro, esto a veces se puede tornar complicado; vale preguntarme entonces si necesito prestar más atención a esto, permitir el encuentro, o desafiarme a aceptar las diferencias, quizá salir de mi zona de confort y darme la oportunidad de disfrutar.

¿Estamos seguros de tener la aprobación?

Al pasar, a veces escuchamos comentarios tales como: “Ve a disfrutar”, “Vamos a pasarla bien” o “Espero que hayas pasado una buena noche”, refiriéndose a diferentes aspectos de la sexualidad.

Muchas veces, al hacer o escuchar ese tipo de comentarios, se nos dibuja una expresión pícara en el rostro, o nos invade una sensación de estar hablando de algo prohibido, o nos avergonzamos.

Pero ¿está bien que como cristianos nos avergoncemos de nuestra sexualidad? ¿Es normal que evitemos hablar o comentar sobre ese aspecto de nuestra vida? O aun más, ¿es correcto que tratemos de separar la sexualidad de nuestra vida como si se tratara de “algo sucio” o mundano? Acompáñanos a meditar en algunos conceptos para ayudarnos a aclarar ideas.

El plan divino para el hombre y la mujer es unirse en santo matrimonio. Podemos ver qué dice Elena de White en El ministerio de curación, página 275: “Había [Cristo] dispuesto que hombres y mujeres de unieran en el santo lazo del matrimonio, para formar familias cuyos miembros, coronados de honor, fueran reconocidos como miembros de la familia celestial”. También podemos ver que “todos los que contraen relaciones matrimoniales con un propósito santo […] cumplen con el propósito de Dios para con ellos”.

Notemos que la sexualidad no es una invención humana, y mucho menos, pecado en sí misma; es un don creado por Dios para la mujer y el hombre.

Este primer concepto queda claro, entonces; pero esto lleva a un segundo tema: ¿Está el placer dentro de este marco?

En Proverbios 5:18 y 19, dice: “¡Goza con la compañera de tu juventud, delicada y amorosa cervatilla! ¡Que nunca te falten sus caricias! ¡Que siempre te envuelva con su amor!” ¿Notaste el término que se utiliza? Gozar. Esta palabra, según la Real Academia Española, se define como “sentir placer o alegría, a causa de algo”.

Entonces, la sexualidad está directamente relacionada con el placer, dentro del marco matrimonial. El doctor Julián Melgosa plantea que al vivir una sana sexualidad en la pareja se logra una relación más cercana y comprometida; una de las funciones del sexo, en este contexto, es dar placer y goce en el matrimonio.

El último concepto en el que queremos meditar dentro de este tema es la santidad en el don de la sexualidad. Como dijo Elena de White: “El calor de la verdadera amistad y el amor que une los corazones del esposo y esposa es un goce anticipado del cielo” (Cartas a jóvenes enamorados, sección 1). Toda la relación matrimonial es una pequeña muestra de la eternidad que disfrutaremos en el cielo; y dentro de la vida matrimonial, está la sexualidad.

Lo logramos: Hablar de sexo hasta el final

Repasar viejas ideas irracionales, o felicitarme por tener las acertadas. Animarse a aprender y enseñar sobre un área que promete tener mucho en qué educarme. Provocar la incomodidad que brota de convivir con otro diferente de mí. Saber que estoy configurado para disfrutar, y que Dios aprueba, quiere y soñó esto para mí.

Conclusiones que sacamos de elegir a nuestro favor. De elegir por este don de Dios, que te invitamos a no perder, porque después de todo… ya es tuyo. RA


Artículo elaborado por los integrantes del Centro de Asesoramiento Educacional (CAE), perteneciente a la Universidad Adventista del Plata.

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