EL ESPÍRITU SANTO Y LA IGLESIA

27 febrero, 2017

Lección 9 – Primer trimestre 2017

Cuando leemos las palabras de Jesús acerca del Espíritu Santo, referidas en el Aposento Alto el jueves de la Pasión, junto con el informe del libro de Hechos sobre la intervención del Espíritu Santo en la vida de la iglesia apostólica, y las abundantísimas alusiones, en las epístolas apostólicas, acerca del papel del Espíritu Santo en la iglesia, la conclusión a la que arribamos es que, en la organización salvífica de la Trinidad, el Padre y el Hijo entregaron al Espíritu Santo la CUSTODIA de la iglesia. Él es el verdadero y único VICARIO de Cristo, quien quedó en su lugar para custodiar, enseñar, dirigir, proteger, inspirar, alentar, consolar, estimular, transformar, salvar a la iglesia, e innumerables funciones más. Es quien la une a Cristo, quien nos une entre nosotros, y quien nos impulsa y capacita para la misión.

En nuestro comentario de esta semana, vamos a apartarnos un poco del esquema planteado por la Guía de Estudio de la Biblia y de los temas seleccionados por el autor de las lecciones, para hacer un rastreo de lo que el Nuevo Testamento dice acerca del papel del Espíritu Santo en la vida de la iglesia. Vamos a limitarnos a lo que Jesús enseñó y a lo que describe el libro de Hechos, y lamentablemente, por falta de espacio, vamos a obviar lo que enseñan las epístolas apostólicas, que contienen una información innumerable sobre la iglesia y el Espíritu Santo (pero que invitamos a rastrear por medio de una concordancia). Vamos a transcribir, en beneficio de los lectores, la mayoría de los textos bíblicos que hablan sobre el Espíritu y la iglesia en los evangelios y en el libro de Hechos, destacando en negrita las alusiones al Espíritu Santo, y dejando solo un breve comentario final para vuestra consideración.

JESÚS, EL ESPÍRITU SANTO Y LA IGLESIA

“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Juan 14:16-18).

“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26).

“Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí” (Juan 15:26).

“Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan 16:7-15).

“He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” (Luc. 24:49).

 

EL ESPÍRITU SANTO EN EL LIBRO DE HECHOS

“En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido” (Hech. 1:1, 2).

“Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hech. 1:4, 5).

Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:8).

“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hech. 2:1-4).

“Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís” (Hech. 2:33).

“Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hech. 2:38, 39).

Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: Gobernantes del pueblo, y ancianos de Israel” (Hech. 4:8).

“Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios” (Hech. 4:31).

“Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen” (Hech. 5:32).

“Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo” (Hech. 6:3).

Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios” (Hech. 7:55).

“Los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo” (Hech. 8:15-17).

Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro” (Hech. 8:29).

“Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino” (Hech. 8:39).

“Fue entonces Ananías y entró en la casa, y poniendo sobre él las manos, dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo” (Hech. 9:17).

“Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo” (Hech. 9:31).

Y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: He aquí, tres hombres te buscan. Levántate, pues, y desciende y no dudes de ir con ellos, porque yo los he enviado” (Hech. 10:19, 20).

“Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso. Y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo. Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios. Entonces respondió Pedro: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros?” (Hech. 10:44-47).

Porque era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe” (Hech. 11:24).

“Y levantándose uno de ellos, llamado Agabo, daba a entender por el Espíritu, que vendría una gran hambre en toda la tierra habitada; la cual sucedió en tiempo de Claudio” (Hech. 11:28).

“Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (Hech. 13:2).

“Entonces Saulo, que también es Pablo, lleno del Espíritu Santo, fijando en él los ojos, dijo:…” (Hech. 13:9, 10).

Y los discípulos estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo” (Hech. 13:52).

“Y después de mucha discusión, Pedro se levantó y les dijo: Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros” (Hech. 15:7, 8).

“Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias…” (Hech. 15:28).

“Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu no se lo permitió” (Hech. 16:6,7).

“Aconteció que entre tanto que Apolos estaba en Corinto, Pablo, después de recorrer las regiones superiores, vino a Efeso, y hallando a ciertos discípulos, les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo. Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan. Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban” (Hech. 19:1-6).

“Salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones” (Hech. 20:23).

“Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre” (Hech. 20:28).

“Y hallados los discípulos, nos quedamos allí siete días; y ellos decían a Pablo por el Espíritu, que no subiese a Jerusalén” (Hech. 21:4).

“Y permaneciendo nosotros allí algunos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo, quien viniendo a vernos, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles” (Hech. 21:10, 11).

CONCLUSIÓN

Luego de leer estas abundantísimas referencias al Espíritu Santo en el libro de Hechos, no podemos menos que coincidir con aquel comentario que dice que en realidad el libro de Hechos de los apóstoles debería llamarse Hechos del Espíritu Santo. Es que vemos al Espíritu Santo permanentemente presente y activo en la vida de la iglesia. Él hace y deshace. Habla de manera audible a los apóstoles y a los creyentes. Ordena ciertas cosas e impide otras. Llena con su presencia la vida de los creyentes, y el resultado es gozo, vidas poderosas, denuedo para comunicar el mensaje de Dios. Eliminar las timideces y las cobardías, y en su lugar llena de valor y elocuencia para testificar de Jesús. Dirige las decisiones de la iglesia. Advierte de peligros a los misioneros.

Esto nos hace ver que hoy nuestra mayor necesidad, como individuos y como iglesia, es la de recibir realmente al Espíritu Santo en nuestra vida, rendirnos a él para que él gobierne nuestros pensamientos, deseos, motivos, palabras y hechos. Ya tenemos demasiado estudio teórico, demasiada teología, demasiada doctrina, demasiados estudios proféticos (cosas todas que tienen su lugar). Lo que necesitamos es una obra profunda del Espíritu en nuestra vida, que nos convierta radicalmente, nos transforme, nos purifique, nos haga realmente semejantes a Jesús. Y que nos llene de poder para dejar de vivir vidas espiritualmente mediocres, arrastrándonos siempre en las miserias de nuestros problemas terrenales, para darnos fortaleza interior, poder, para brillar como Cristo y para servir fervientemente a nuestro prójimo necesitado y comunicar con denuedo el mensaje de Dios a las almas que perecen sin Dios y sin esperanza en el mundo.

Que Dios, entonces, nos dé hambre y sed del Espíritu Santo, que clamemos por él con fervor, y que podamos experimentar esta bendición prometida, y así lograr que nuestra vida se constituya en una bendición para los que nos rodean.

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1 Comentario

  1. Juan Carlos

    Amén…

    Responder

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