LAS ENSEÑANZAS DE JESÚS Y EL GRAN CONFLICTO

9 febrero, 2016

Comentario lección 7 – Primer trimestre 2016

En la lección de esta semana, el autor de la Guía de Estudio de la Biblia ha tratado de presentar algunas de las enseñanzas de Jesús y relacionarlas con el Gran Conflicto. La realidad es que todo el mensaje de la Biblia es dado con el trasfondo de esta gran lucha cósmica entre el bien y el mal, entre Cristo y Satanás. Vamos a reflexionar, entonces, en los textos que presenta la lección, intentando aplicarlos a la gran guerra espiritual en la que estamos empeñados.

 

VENID A MÍ… APRENDED DE MÍ… LLEVAD MI YUGO, Y HALLARÉIS DESCANSO PARA VUESTRAS ALMAS (Mateo 11:28-30)

Aparentemente, este texto no tiene nada que ver con el Gran Conflicto. No se menciona ni remotamente al enemigo ni la lucha que tenemos con él. Sin embargo, ¿no es acaso esta guerra espiritual la mayor causa de nuestro “cansancio” interior? Nuestras angustias, nuestros temores, nuestra depresión, nuestros conflictos internos y con otras personas, ¿no tienen su origen último en el Gran Conflicto?

Ciertamente, esta lucha espiritual es agotadora para el cerebro, para los nervios, para el ánimo. Y, en medio de este mar tormentoso de la vida, mientras vamos rumbo al Puerto de paz, Jesús nos promete que podemos hallar descanso para nuestra alma (nuestra psiquis, si nos atenemos a la palabra original traducida como “alma”). Jesús es más fuerte que el enemigo. Nos puede hacer vencedores. Y él presenta cuáles son las condiciones que nos permitirán encontrar ese descanso prometido: ir a él, para tener una comunión íntima con él; y aprender de él su mansedumbre y humildad.

Todas las tentaciones del enemigo apuntan, en última instancia, a defender y fortalecer nuestro tan acariciado y consentido YO. No me refiero al yo psíquico (lo yoico, dirían los psicólogos), que es lo que nos permite reconocernos como personas y desenvolvernos sanamente como tales. Estamos hablando aquí del yo como egoísmo, como hacer de uno mismo el centro del universo, como hacer todas las cosas con referencia a uno mismo, pensando en uno mismo y minimizando la importancia del prójimo. Cuando así lo hacemos, es lógico que no habrá paz a menos que los demás le den a nuestro yo el mismo grado de importancia que le damos nosotros. Queremos ser reconocidos, admirados, aplaudidos, mimados, consentidos, atendidos, servidos, y que se haga siempre nuestra voluntad. Cuando los demás no responden a estas expectativas de nuestro yo egoísta, pueden surgir, por lo menos, dos reacciones: una terrible frustración, que nos lleva a la angustia, el desánimo y la depresión; o buscar caminos alternativos para lograr que los demás adoren nuestro yo. Surgen así actitudes despóticas; manipulaciones psicológicas hacia quienes nos rodean; incluso sublimación de nuestro narcisismo a través del fenómeno religioso, tratando de destacarnos dentro de la iglesia, y de escalar posiciones y tener más poder. Pero el yo es insaciable, y no hay descanso para sus apetencias. Esto fue lo que le sucedió a Lucifer en el cielo, y lo que ha logrado que sea el leitmotiv de gran parte de la humanidad.

En contraste, Jesús, que era Dios, con todo el derecho legítimo de recibir la adoración suprema de todo el universo inteligente, depuso ese privilegio, porque para él había algo más importante que alimentar el ego (cosa que no tenía): salvarnos de nuestras miserias (Filipenses 2:5-11).

Nos ofrece, entonces, aprender de él su humildad y mansedumbre: es decir, morir al deseo de destacarse, de brillar, de consitar la admiración y el aplauso de los demás; y al deseo de dominar a otros y de reaccionar agresivamente cuando nos tocan el yo. Es decir, nos ofrece morir al yo, al egoísmo, al orgullo, a la vanidad, a la soberbia, a la prepotencia. Y nos indica que este es el verdadero camino para la paz, porque ya no dependeremos de otros para nuestra felicidad y bienestar.

Nos enseña, también, que el camino para la paz es asumir su yugo: el yugo del amor abnegado, del servicio, de la misericordia hacia el prójimo necesitado, de vivir para ayudar a los que necesitan nuestra compasión y ayuda. Contrariamente a lo que la imagen del yugo –un instrumento de trabajo– puede parecernos, el yugo de Jesús es “fácil”, y “ligera” su carga. El amor, la bondad, siempre dan reposo al alma y plena satisfacción. Esta es quizá la mejor forma de enfrentar al enemigo.

Y, por sobre todo, nos enseña que ÉL ES NUESTRA PAZ. Su presencia omnipotente en nuestra vida puede penetrar en lo más recóndito de nuestra mente, de nuestros dolores, de nuestras heridas y nuestros daños interiores, y sanarlos con su amor, y con la esperanza que solo él nos puede dar.

 

FORMAS EN QUE EL ENEMIGO QUIERE NEUTRALIZAR LA SEMILLA DEL EVANGELIO (Mateo 13:1-9, 18-23)

El siguiente pasaje bíblico elegido por el autor es la famosa parábola del sembrador, o de los cuatro terrenos.

Aquí si aparece, en la explicación de la parábola por parte de Jesús, en forma más clara la alusión al Gran Conflicto y la intervención del enemigo en la vida de los hijos de Dios. La parábola presenta distintas formas que utiliza el enemigo para que el mensaje del evangelio no surta efecto en la vida de aquellos que lo escuchan. La semilla es la misma, las buenas nuevas de la salvación en Cristo. El sembrador no discrimina a nadie: siembra en todo tipo de terreno. Pero la semilla solo logra germinar, crecer y producir abundante fruto en aquellos que permiten a la Palabra y al Espíritu Santo hacer su obra, y que ponen este mensaje por encima de placeres, preocupaciones o dolores. Las parábolas, como todo recurso didáctico simbólico, tienen sus limitaciones, y no podemos pretender que el corazón humano se comporte de manera idéntica a la naturaleza. En el caso de estos terrenos, ellos no pueden elegir si seguir siendo suelo duro, pedregoso o lleno de espinos. Pero el corazón humano, bajo la acción incesante del Espíritu Santo, puede elegir qué tipo de terreno quiere ser. Y precisamente Jesús contó esta parábola no para hacernos sentir que tenemos un destino inexorable (ser buen terreno y salvarnos o ser un terreno duro, pedregoso o lleno de espinos), como pretende la doctrina de la predestinación calvinista, sino para que tengamos en cuenta los peligros espirituales puestos por el enemigo, a fin de que por la gracia de Dios podamos ponernos en condiciones de que el evangelio surta su efecto en nuestra vida.

El suelo duro: Aquí están representados los que oyen la Palabra, pero no la entienden, y luego viene el enemigo y arrebata lo que fue sembrado en su corazón (13:19). Y seguramente no es que no la entiendan porque les falte capacidad intelectual. Muchos grandes ateos y antirreligiosos en la historia han sido gente de dotes intelectuales brillantes (Voltaire, Nietzsche, Sartre, Freud, Bertrand Russell, etc.). Pero no la entienden porque hay obstrucciones mentales, ideológicas o psicológicas que impiden que la semilla penetre en su corazón. Pero, sin remitirnos a los ateos y antirreligiosos, cuántas veces nosotros mismos, aun dentro de la iglesia, permitimos que venga el enemigo y arrebate de nuestro corazón la semilla de la Palabra. Cuando, en la iglesia, en el culto (o en la Escuela Sabática u otro programa de la iglesia), estamos distraídos, viendo cómo se viste aquel hermano, o qué está haciendo aquel otro, o criticamos al pastor o al predicador por tal o cual defecto que conocemos de él, o nos sentimos incómodos porque la liturgia nos parece demasiado “aburrida”, o porque tal hermano al hacer la oración se comió las eses, en vez de concentrarnos, con hambre del alma, en recibir el mensaje, estamos haciéndole el juego al enemigo. Estamos impidiendo que el evangelio penetre en nuestro corazón, y el enemigo logra así neutralizar el mensaje que Dios quiere darnos. Si bien es cierto, la salvación es una obra de Dios, y no una obra humana de autoinducción, debemos hacer nuestra parte para colaborar con la obra del Espíritu Santo, al FOCALIZARNOS en el mensaje del evangelio, sin permitir que nada nos distraiga a la hora de escuchar la Palabra. Por otra parte, es necesario también que hagamos un esfuerzo espiritual, en oración, pero también intelectual, bajo la acción del Espíritu Santo y echando mano de las herramientas teológicas que existen (comentarios bíblicos, diccionarios bíblicos, comentarios de escritores cristianos), para comprender el sentido original del texto bíblico y su sentido espiritual aplicable a nuestra vida actual.

Los pedregales: Este suelo representa al oidor light, superfluo, emocionalista. Se conmueve por la elocuencia de tal o cual predicador; experimenta el placer de una buena predicación, de una liturgia colorida desde el punto de vista artístico; le parece razonable y hasta deseable el mensaje del evangelio, sus promesas, bendiciones y beneficios. Pero no permite que este mensaje penetre en lo más profundo de su corazón, que afecte su vida toda (sus motivaciones, propósitos, deseos, pensamientos, palabra, conducta moral), y en cuanto el evangelio representa para él una “incomodidad”, cuando experimenta la burla, el desprecio, la discriminación o el rechazo por causa de Cristo, siente que el precio por ser cristiano es demasiado alto. No era lo que él esperaba. Él creía que con Cristo tendría el Paraíso aquí en la Tierra. Cuando se da cuenta de que en esta vida habrá pruebas POR CAUSA DEL EVANGELIO, porque vivimos en un planeta en rebelión, que está a contrapelo de los principios divinos, se decepciona, se desanima, y prefiere volver a lo conocido, lo “seguro”, su vida anterior.

Los espinos: Estos, a diferencia de los de junto al camino, no están solamente DISTRAÍDOS, sino que son quienes están tan ABSORBIDOS por las preocupaciones materiales (ya sea la supervivencia material, en los menos favorecidos económicamente; o la ambición desmedida de prosperidad y éxito económico, en los de una economía más opulenta), o por los problemas terrenales (de relaciones familiares, o de soledad, o de salud propia o de algún ser querido); o por otra parte tienen hábitos tan hedonistas, corriendo siempre tras la búsqueda del placer, de las comodidades, de las diversiones o los entretenimientos, que no tienen espacio en su mente, su corazón y su tiempo para Cristo y su evangelio. La semilla es “ahogada”, y no puede dar fruto.

El buen terreno: Jesús, con esta parábola, apunta a que todos nos resistamos a las trampas del enemigo y, por la gracia del Espíritu Santo, nos convirtamos en un buen terreno. Un terreno blando, que permita la penetración de la semilla. Que tenga espacio suficiente para que germine, crezca y dé fruto. Este terreno representa nuestro corazón: un corazón receptivo, con sentido de necesidad de Dios, con hambre de Cristo y de su salvación. Un corazón que siente que ya no quiere vivir solo y manejarse solo con sus propias fuerzas y capacidad espiritual y moral; un corazón rendido ante el amor de Dios y dispuesto a entregarse, para que Dios haga su obra redentora y transformadora en él; un corazón dispuesto a ser guiado por los principios del evangelio, para vivir de acuerdo con la voluntad moral de Dios y permitir que el plan de Dios se cumpla en su vida. En nosotros está la decisión de qué tipo de terreno queremos ser.

 

CONSTRUIR LA VIDA SOBRE LO INCONMOVIBLE (Mateo 7:21-27)

En esta comparación que hace Jesús no hay una alusión directa al Gran Conflicto ni a la persona del Enemigo. Pero ciertamente es una de las imágenes más conmovedoras que Jesús presentó de aquello que decide el destino, tanto terrenal como eterno.

Mientras vivamos en esta Tierra, campo de batalla del Gran Conflicto, será inevitable que vengan lluvias, soplen vientos y golpeen con ímpetu contra nuestra casa, entendida esta como nuestra propia vida, como también nuestro hogar, nuestra familia; y aun nuestra iglesia, nuestra comunidad y nuestra nación. El enemigo no dejará de presentarnos problemas, luchas, conflictos, CRISIS. Está empeñado en nuestra destrucción (Juan 10:10). Y nuestra reacción a los problemas y las crisis puede, en gran medida (aunque no siempre sea el único factor), demostrar sobre qué hemos estado edificando nuestra existencia: si sobre las endebles, efímeras, arenas de lo humano, de nuestros propios recursos, poniendo nuestra “confianza en la carne” (Filipenses 3:3), y desoyendo el mensaje de Dios, siendo rebeldes a sus consejos y voluntad; o sobre lo único seguro, infalible e imperecedero que conoce nuestro mundo, que es Dios y su Palabra.

Claro, es mucho más fácil cavar en la arena. Cavar en la roca requiere un gran esfuerzo, pero vale la pena. NO ES FÁCIL SER CRISTIANOS. La salvación es gratuita, y es una obra de Dios por medio del Espíritu Santo. Pero hay tantas cosas que atentan contra esta obra regeneradora que a menos que hagamos un esfuerzo especial para buscar a Dios, para compenetrarnos de su Palabra y para ponerla en práctica los embates del enemigo lograrán tumbarnos.

Cristo es la Roca de nuestra salvación. Pero en esta comparación que hace Jesús como conclusión del Sermón del Monte no habla de la Roca como de un Cristo místico, vacío de contenido moral. Específicamente, Jesús dice que quienes edifican sobre la Roca son los “que me oye[n] estas palabras, y las hace[n]”. Es decir, lo que PRACTICAN su fe en Cristo y no se quedan meramente con el deleite místico y egoísta de la grandeza de la obra redentora de Cristo. Son los que se comprometen en su vida práctica con las enseñanzas de Jesús. En otras palabras, son los que son verdaderamente DISCÍPULOS de Jesús; es decir, seguidores e imitadores suyos, aprendices de Cristo. Los otros, los que edifican su vida sobre las endebles arenas, son los que oyen las enseñanzas de Jesús pero no intentan vivir de acuerdo con ellas.

 

LA CRÍTICA: UNA DE LAS MAYORES ARMAS DEL ENEMIGO (Mateo 7:1-5)

Tampoco aquí se hace alusión al enemigo ni a la gran guerra cósmica. Pero la observación de la experiencia eclesiástica, y aun de la vida familiar y social, nos habla de cómo el juzgar a otros, el medirlos como seres humanos o como cristianos, y el dar rienda suelta a la lengua, al chisme, a la crítica, es una de las mayores armas del enemigo para no solo neutralizar el poder del evangelio en la propia vida, sino también traer desánimo, desunión y apostasía en la iglesia.

Ustedes saben muy bien que hay estudios estadísticos hechos por la iglesia en relación con las mayores causas de apostasía dentro de ella. Y, a la cabeza de estos factores no están los problemas teológicos, o con la observancia del sábado por cuestiones laborales, sino precisamente son los problemas de relaciones humanas y de críticas lo que desanima a tanta gente de la comunión de la iglesia.

El espíritu de crítica, en primer lugar, nos empequeñece a nosotros mismos, cuando lo albergamos. Nos hace de mente estrecha, de corazón pequeño y duro en relación con nuestro prójimo y nuestros hermanos de iglesia. Nos convierte en “espías despreciables de las faltas o los errores ajenos” (White, en El discurso maestro de Jesucristo). Nos degrada como personas, y nos hace compartir el mismo espíritu que llevó al enemigo a rebelarse en el cielo y a difamar su carácter entre los ángeles y luego entre los hombres.

Y, en segundo lugar, es un arma letal para destruir relaciones humanas.

Propongámonos, por la gracia de Dios, eliminar este espíritu de nuestra vida, sabiendo cuán frágiles y pecadores somos todos nosotros. Prefiramos siempre un espíritu aceptador y afirmador en relación con los que nos rodean.

 

LA MÁS MARAVILLOSA PROMESA EN MEDIO DEL CONFLICTO (Mateo 28:20)

Jesús no nos promete inmunidad contra los ataques del enemigo y los efectos de vivir en un mundo de pecado. El Paraíso, la Patria verdadera, el Hogar verdadero, serán una realidad para nosotros recién cuando Jesús regrese a buscarnos. Pero mientras tanto, mientras dure nuestro peregrinar por esta Tierra, mientras estemos en medio de esta batalla cósmica, Jesús nos promete su compañía constante, su protección, su salvación, y su presencia fortalecedora de nuestro corazón para triunfar en la gran batalla por nuestras almas.

“Yo estoy con vosotros TODOS LOS DÍAS, hasta el fin del mundo”. En los días de alegría y en los de tristeza, en los días de luz y en los de tinieblas, en los de éxito y en los que nos sentimos fracasados, en los de bonanza y en los de persecución; en estos días de cosas cotidianas y rutinarias, y en la gran crisis final que sobrevendrá sobre la Tierra.

Un bellísimo himno cristiano titulado “Señor Jesús, el día ya se fue” concluye sus hermosas y significativas estrofas con la siguiente exclamación de absoluta confianza en ese compañero eterno de la existencia:

 

“Que vea al fin en mi postrer visión

de luz la senda que me lleve a Sion,

do alegre cantaré al triunfar la fe:

‘Jesús conmigo en vida y muerte fue’ ”.

 

Que con esta bendita seguridad, podamos avanzar lo que resta de esta guerra, hasta que Jesús nos libre definitivamente de la presencia del mal y del maligno en su feliz y glorioso retorno.

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2 Comentarios

  1. Claudia

    Cada semana espero los comentarios de la lección, que tanto me ayudar a esclarecer y prepararme para cada sábado.
    Agradezco y felicito al Lic. Claverie por la dedicación y aporte.
    Gracias
    Claudia

    Responder
    • Pablo M. Claverie

      Gracias por tu comentario, Claudia! Me anima a seguir escribiendo, sabiendo que no es en vano. Que Dios te bendiga!!

      Responder

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