DESPUÉS DE LAS DOCE UVAS

29 diciembre, 2015

Por Víctor Armenteros

Cada pueblo tiene maneras que lo hace peculiar. Por ejemplo, un día de lluvia y frío será resuelto por un argentino con unas buenas tortas fritas; y con unos buñuelos o chocolate con churros por un español. Para despedirse, un francés puede dar hasta tres besos, mientras que un inuit (esquimal) frotará nuestra nariz con la intención de recordar nuestra fragancia. Algunas de estas formas son sumamente curiosas. ¿Sabías que en el Estado de Pensilvania, EE.UU., no se puede cantar en la ducha? ¿Que no se puede fotografiar a los policías en Francia? ¿Que en Singapur no te dejan mascar chicle? ¿Que en la isla de Yap las monedas son enormes piedras talladas? ¿Que los japoneses aprecian tanto el silencio que en algunos transportes públicos no se puede hablar por celular? Interesante, ¿no?

Hay una fecha que se destaca por manifestar costumbres tan variopintas como contrastantes: es el día de fin de año, o de año nuevo. Ese límite entre el pasado y el futuro presenta actividades bien interesantes. En Italia no puede faltar un buen plato de lentejas para la cena, porque representa las riquezas que traerá el nuevo año. Cuantas más lentejas se comen, más dinero se conseguirá. Más caro les sale en Dinamarca, que tienen que romper la vajilla después de la cena. Me imagino que muchos se habrán pasado a los vasos y platos de plástico. En Japón, tocan la friolera de 108 campanadas en los templos budistas. En Escocia, sacan a la calle multitud de dragones de tela o papel y queman un barril que recorre rodando las calles. En Rusia, el abuelito hielo reparte dulces por las casas, mientras en Brasil se arrojan flores al mar acompañadas de deseos.

En España, existe una tradición que reúne a familias y amigos en una actividad única: comer doce uvas en los últimos momentos del año. Junto a los televisores, millones de españoles escuchan doce campanadas, las últimas del año que finaliza, mientras toman una uva por cada una de ellas. Es difícil, y solo los más avezados o con una boca bien grande conseguimos acabar el desafío. Es muy divertido ver a los pequeños con los carrillos llenos y con los ojos bien abiertos, atentos a cada sonido. Los más “TOC” pelan previamente las uvas y les quitan las semillas. Así es más fácil la ingestión. Al final, sea como fuere, abrazos y felicitaciones. Recuerdo un estribillo de una canción de un afamado grupo de música que, haciendo referencia a este momento, cantaba:

“Y en el reloj de antaño como de año en año, cinco minutos más para la cuenta atrás,

hacemos el balance de lo bueno y malo, cinco minutos antes de la cuenta atrás”.

Y es cierto, porque son momentos de balance y de deseos.

Hacer balance, de tanto en tanto, es sumamente beneficioso, y cuánto más al final de un año. ¿Por qué? Porque nos permite tener perspectiva del presente. El presente es tan efímero que precisa memoria para comprenderse, para trazar el itinerario de la vida. ¿Qué hice? ¿Cómo lo hice? ¿Dónde estoy? ¿Para qué estoy? ¿Quién soy? ¿Por qué lo soy? Y en el balance se sopesa lo bueno y lo mejorable. Es un momento espectacular para entenderse como persona, para crecer como ser humano. Y, de ese entendimiento, surge el deseo.

Hay frases en todas las lenguas que hacen referencia a este momento, dándonos qué pensar sobre los anhelos de cada pueblo. En euskera, se dice “Urte berri, asmo berri” (año nuevo, nuevos proyectos), y nos muestra a un pueblo organizado que intenta planificar su futuro. Los alemanes, curiosamente, inciden en el azar, y dicen “Neues Jahr, neues Glück” (año nuevo, suerte nueva), como si la vida dependiera solamente de la fortuna. Los franceses, cómo no, hacen referencia a la estética y comentan “An nouveau, tout est beau” (año nuevo, todo es bello). Me gusta mucho el sentido que da el refrán en español: “Año nuevo, vida nueva”. Es como si las oportunidades volvieran a la casilla de salida, y pudiéramos afrontarlo todo de forma renovada y vital. Es como si la planificación, la suerte o la novedad no fueran suficientes, y necesitásemos una vida, una nueva vida. No es bastante con la que nos proporciona este mundo; necesitamos un nuevo mundo con una vida excelente.

Dicen que dos de los deseos más comunes son adelgazar y aprender inglés. Habla bastante de nuestra sociedad (desequilibrio y colonización), pero no tanto de nosotros. ¿Cuáles son esos deseos imperecederos que anhelamos más que ningún otro? Posiblemente, los que tienen que ver con nuestro diseño como seres humanos: amor, felicidad, seguridad y esperanza. Y es de destacar que, usualmente, no pensamos tanto en darlos como en recibirlos. Ahí quizás esté la clave de por qué cada año volvemos a realizar balance y a encontrarnos en falta. La actitud de recibir nos vuelve egocéntricos, y eso genera un monstruo sin saciedad. La actitud de dar nos convierte en generosos y, sin dudarlo, nos llena como nada en el mundo.

Cristo lo dijo: “Se es mucho más feliz dando que recibiendo” (Hech. 20:35). Y, por ello, Jesús dio mucho amor, generó ambientes de felicidad, reafirmó las certezas y regaló esperanza. Eso sí que son unos deseos y unas acciones admirables. Como para repetirlas.

Nos queda poco tiempo para el final del año y poco tiempo para el final de los años de este mundo. Sea que nos atraquemos de uvas o que rompamos vajillas, es momento de balances y anhelos. Es momento de que mires al tiempo con los ojos de Dios y comprendas que la eternidad no va de kilos (a menos que sean de cariño) o de idiomas (aunque hablases el “angélico”, no apruebas sin amor) sino de entrega. Entrégate a Cristo, entrégate a los demás, y constatarás que la plenitud era una cosa bien distinta y muy superior.

Bueno, te dejo; he quedado con la familia, por Skype, para tomar las uvas, y no tengo ninguna intención de perderme ese momento con olor a Nueva Tierra.

  • Victor Armenteros

    Prolífico escritor, autor de diversos artículos en el área bíblica y rabínica, y de libros como "Amor se escribe sin h", Víctor Armenteros (oriundo de España) tiene dos doctorados: uno en Teología y otro en Filología Semítica. Además, ha colaborado como traductor en la Biblia Traducción Interconfesional.

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2 Comentarios

  1. Evelio Miranda

    Siempre con este escritor se aprende.
    Un abrazo,

    Responder
  2. David Calsin

    Muy bueno el artículo.
    Cada cultura dentro de sus prácticas y representaciones expresa ansias de mejoría y buenos deseos
    En mi barrio en año nuevo la gente corre con las maletas repletas dando vueltas a la manzana según dicen que significa «será un año de muchos viajes»
    Saludos

    Responder

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