ESA PREGUNTA QUE NUNCA DESAPARECE

21 noviembre, 2017

«La cruz nos muestra el costo inmenso de nuestra libertad”.

Dolor. Sufrimiento.

A nadie le gusta leer estas palabras. Menos aún experimentar lo que ellas significan. Desde el primer llanto apenas salimos del útero de nuestra madre hasta el último suspiro, el dolor y el sufrimiento están presentes en nuestra vida, como una sombra maligna que solo en ocasiones logramos olvidar.

Y es allí que cuesta reconciliar tanto dolor y sufrimiento con la existencia de un Dios bueno y todopoderoso. Como lo declaró el filósofo John Hick: “Si Dios es perfectamente amoroso, él debe desear abolir el mal; y si él es todopoderoso, debe ser capaz de abolir el mal. Pero el mal existe; por lo tanto, Dios no puede ser omnipotente ni perfectamente amoroso”.

Existe una conexión entre las convicciones teológicas y la experiencia práctica. Después de todo, las ideas tienen consecuencias prácticas, y en el caso del sufrimiento estas consecuencias son enormes. En otras palabras, la manera en que interpretamos el sufrimiento tiene mucho que ver con la forma en que experimentamos el sufrimiento.

Desde el punto de vista bíblico, la libertad tiene el potencial de generar sufrimiento. Pero ¿cómo es posible que algo tan bueno como la posibilidad de autodeterminación y libre albedrío sea la causa de algo tan malo como el dolor y el sufrimiento? De acuerdo con el registro bíblico de los orígenes del ser humano, Dios hizo al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza (ver Gén. 1), lo que incluía la capacidad de amar y ser amado, dado que “Dios es amor” (1 Juan 4:8).

Ahora, una de las señas distintivas del amor es que no puede ser exigido. Por lo tanto, al crear al ser humano con la capacidad de amar, Dios también le dio al ser humano la capacidad de elegir. Sin embargo, esa capacidad de autodeterminación también trae aparejada la posibilidad de elegir la actitud opuesta: el odio y la oposición.

Es en esta posibilidad de elegir que se encuentra la explicación del dolor y el sufrimiento. En algún momento antes de la creación de este mundo, una de las criaturas celestiales que estaba más cerca de Dios, haciendo uso de la posibilidad de autodeterminación, decidió dejar de amar a Dios, para tomar el camino del odio y de la guerra (ver Isa. 14; Eze. 28). Esta libre decisión generó lo que ahora llamamos el conflicto cósmico entre Cristo y Satanás (Apoc. 12).

El registro del Génesis declara que todo lo que Dios creó “era bueno en gran manera” (Gén. 1:31). En ese mundo perfecto, no existía ni el dolor ni el sufrimiento. Sin embargo, Adán y Eva decidieron pecar, y esa decisión de distanciamiento de Dios trajo aparejada la entrada a este mundo no solo del dolor y el sufrimiento, sino también la aparición de la muerte (Gén. 3). En ese sentido, el dolor y el sufrimiento tienen a Satanás como su instigador, y a la libre decisión del ser humano como puerta de entrada a este mundo tal como lo conocemos.

Incluso en el mismo momento en que Dios declaraba las terribles consecuencias de la decisión que Adán y Eva habían tomado, también presentaba la salida y la solución final al dolor, el sufrimiento y la muerte. Dios dijo a Satanás: “Yo pondré enemistad entre la mujer y tú, y entre su descendencia y tu descendencia; ella te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el talón” (Gén. 3:15). Dios estaba prometiendo la llegada del Mesías (la descendencia de la mujer), que vendría a este mundo a morir en la Cruz. Así, el Hijo de Dios se hizo carne (Juan 1:1-4, 14), vivió una vida perfecta y experimentó la muerte para pagar la deuda que nuestro pecado (nuestra decisión de apartarnos de Dios) había generado.

La Cruz nos muestra el costo inmenso de nuestra libertad. Pero también evidencia el deseo de Dios de liberarnos del dolor, el sufrimiento y la muerte. Sin embargo, el Gran Conflicto todavía no ha terminado. Una de la razones es que la humanidad y el universo entero necesitan comprender el craso error de seguir los dictados de Satanás, y mostrar el verdadero carácter amoroso de Dios. En otras palabras, Dios desea que utilicemos responsablemente, de aquí en más, ese maravilloso regalo de la libertad.

Por supuesto, muy pronto Dios pondrá un punto final a la historia de dolor y sufrimiento en este mundo. Esta es la maravillosa promesa: “Dios enjugará las lágrimas de los ojos de ellos, y ya no habrá muerte, ni más llanto, ni lamento ni dolor; porque las primeras cosas habrán dejado de existir” (Apoc. 21:4). De esta manera, la Biblia es como un mapa que nos muestra el camino de salida de este laberinto de dolor y sufrimiento que experimentamos a diario. No estamos condenados solo a vivir, sufrir y morir. Existe una salida; Dios ya proveyó la solución. Si tan solo crees en Jesús y entregas tu vida a él, una nueva vida es posible.RA

  • Marcos Blanco

    Pastor y doctor en Teología. Desempeña su ministerio en la ACES desde 2001. Autor de "Versiones de la Biblia", es Jefe de Redacción y director de la Revista Adventista desde 2010. Está casado con Claudia y tiene dos hijos: Gabriel y Julieta.

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