WESLEY Y «EL CAMINO A CRISTO»

Wesley y El camino a Cristo

17 julio, 2017

A mediados de 1890, se le pidió a Elena de White (1827-1915) que escribiera un breve libro “sobre la experiencia cristiana”. Ella aceptó la tarea y, a pesar de encontrarse muy ocupada escribiendo otras cosas, lo pudo terminar a mediados del año siguiente (1891). Se decidió que el nombre del libro sería Steps to Christ [Pasos hacia Cristo].1

Al respecto, su hijo W. C. White explica: “Para que se lo pudiese vender masivamente en librerías, se sugirió que acordáramos publicarlo con alguna firma editorial bien conocida, a lo que el Pr. George B. Starr propuso que se lo ofreciese a Fleming H. Revell para su publicación. Se llevó a cabo esta propuesta, y Revell aceptó el manuscrito. La primera edición salió a principios de 1892. Desde sus mismos comienzos, el libro fue popular entre nuestro pueblo y entre otros. Se vendieron varios miles de ejemplares a 75 centavos de dólar cada uno”.2

La editorial Fleming H. Revell siguió publicando el libro hasta 1896, año en que la casa publicadora Review and Herald compró los derechos de autor. Si se compara la primera edición3 con la de 1896,4 se puede ver que a la segunda edición se le agregó todo un capítulo. Este nuevo capítulo, titulado “El amor de Dios por el hombre”, se convirtió en el capítulo Nº 1 del libro.

El hecho de que este libro haya sido publicado durante sus primeros cuatro años por una casa publicadora metodista podría llevar a alguno a indagar sobre posibles similitudes entre su contenido y la teología metodista. Por lo tanto, el propósito de este artículo es presentar algunos paralelos entre el contenido de El camino a Cristo y la teología y religión de Juan Wesley.

Algunas similitudes

1. El cuadrilátero wesleyano (Biblia, Tradición, Razón y Experiencia).5 Elena de White reconoció que “Dios nos habla a través de la naturaleza y la revelación, y mediante su Providencia y por medio de la influencia de su Espíritu”.6 Ella puso la Biblia como el principal canal de la revelación de Dios (pp. 74-78). Si bien explicó que “Dios desea que el hombre ejercite sus facultades de razonamiento” al estudiar las Escrituras (p. 109), advirtió sobre el error de “deificar la razón, la cual está sujeta a las debilidades y flaquezas de la humanidad” (p. 94). Ella explicó que “cuando nos allegamos a la Biblia, nuestra razón debe reconocer una autoridad superior a ella misma, y el corazón y el intelecto deben postrarse ante el gran YO SOY” (p. 95). También reconoció que, “a través de sus obras providenciales y por medio de la influencia de su Espíritu”, Dios habla a nuestra propia experiencia (p. 74). Pero la autora no tocó el tema de la tradición.

2. Libre albedrío.7 Así como Juan Wesley, Elena de White rechazó la doctrina de la predestinación y la gracia irresistible, por lo que seguía un enfoque más arminiano. Ella declaró que “en todos los hombres [y no solamente en los escogidos] [Cristo] veía a seres caídos a quienes era su misión salvar” (p. 10; el énfasis es añadido). Dado que Cristo “no fuerza la voluntad” (p. 30), “el pecador puede resistir este amor [de Cristo], puede rehusar ser atraído a Cristo; pero si no se resiste será atraído a Jesús” (p. 24). Pero incluso después de ser salva, una persona puede volver atrás y separarse de él (p. 45).

3. El camino de la salvación. Siguiendo un enfoque más wesleyano que luterano o calvinista, Elena de White veía la salvación como un proceso, más que como un punto concreto en el tiempo. El título, El camino a Cristo (cf. Gén. 28:10-22; Juan 1:51),8 sugiere en sí mismo una experiencia de salvación que es dinámica, en la que el pecador es atraído hacia Cristo por el poder de la Cruz (p. 24). Ella expresó que el pecador debe “ir a Cristo” (p. 27), someter su alma a él (p. 38) y “abandonar todo lo que nos separe de él” (p. 39), “para que el alma sea renovada en santidad” (p. 38). Al agregar que “Cristo es la fuente de todo impulso recto” (p. 23), ella mantuvo su concepto del libre albedrío sin incurrir en un enfoque legalista.

4. Santidad. Como Wesley, Elena de White daba énfasis a la santidad como objetivo de la vida cristiana. Ella definió “la ley de Dios y […] la vida de Cristo” como “los grandes principios de la santidad” (p. 31). Expresó que el propósito de la encarnación de Cristo es cambiar a los seres humanos “del pecado a la santidad”, para que pudieran “participar del gozo de la santidad” (pp. 15, 12). Y Wesley consideró la santidad como un proceso dinámico de crecimiento “en gracia y santidad” (p. 59).

5. La obra gradual de la santificación. Juan Wesley insistía mucho con “la obra gradual de la santificación”, que Dios “obra en nosotros por su Espíritu”.9 Elena de White también enfatizó la necesidad de “crecer en Cristo” (cap. 8). Para permanecer en Cristo, una persona necesita una experiencia diaria de “entrega continua” a Cristo (p. 54), de modo que el Espíritu Santo pueda ejercer su obra de transformar nuestros corazones y ponernos “en armonía con Dios” (p. 49).

6. Obediencia a la Ley. Juan Wesley condenó el antinomismo como “aquella entusiasta doctrina de demonios”, destacando, en vez de ello, el concepto de una fe que lleva a los hombres a obedecer la Ley moral de Dios.10 Elena de White también advirtió sobre el “error […] peligroso” de pensar “que creer en Cristo exime a los hombres de guardar la Ley de Dios” (p. 52). Ella sostuvo que la obediencia a la Ley “es el fruto de la fe” y “la verdadera señal del discipulado” (p. 52). De este modo, quien es regenerado puede “estar en pie delante de la Ley sin vergüenza ni remordimiento” (p. 45).

7. La lucha contra el yo. La lucha personal que Juan Wesley sostenía contra sí mismo, tal como se ve reflejada en muchas partes de su diario, es una clara confirmación de la declaración de Elena de White de que “la guerra contra el yo es la batalla más grande que jamás hayamos peleado” (p. 38).

8. El testimonio interno del Espíritu. Así como Juan Wesley habla de “una impresión interna [del Espíritu] sobre el alma”,11 Elena de White también destacó “el testimonio [del Espíritu] de que la Biblia es verdadera, de que Cristo es el Hijo de Dios” (p. 97).

9. La seguridad de la salvación. Dado el hecho de que ni Juan Wesley ni Elena de White aceptaron la seguridad natural de la salvación que proviene del concepto calvinista de la predestinación, ellos tuvieron que definir la seguridad desde la perspectiva de permanecer en Cristo. Si bien el énfasis tardío de Wesley se enfocó en la seguridad que proviene del testimonio interno del Espíritu Santo,12 y el de Elena de White se orientó hacia la necesidad de dejar de mirarnos a nosotros mismos y de mantener los ojos fijados en Cristo (p. 61), ambos autores coinciden en el hecho de que ven la seguridad como una cuestión de permanencia en Cristo, y no el tener una condición natural de ser predestinado para la salvación.

10. Oposición al concepto de la contemplación en quietud. De modo similar a la crítica de Wesley a los moravos,13 Elena de White subrayó que la contemplación espiritual del Señor tiene que estar balanceada con una vida activa de labor cristiana. Ella explicó que “el corazón que más plenamente descansa en Cristo es el más ardiente y activo en el trabajo para él” (pp. 60, 61). Y agregó: “La vida debe ser como la vida de Cristo: repartida entre la montaña y la multitud. El que no hace nada más que orar pronto dejará de orar, o sus oraciones llegarán a ser una rutina formal” (p. 86). También dice: “Los que se esfuerzan por mantener una vida cristiana aceptando pasivamente las bendiciones que vienen por medio de la gracia, sin hacer nada por Cristo, simplemente procuran vivir comiendo sin trabajar. Pero el resultado de esto, tanto en el mundo espiritual como en el temporal, es siempre la degeneración y la decadencia. El hombre que rehusara ejercitar sus miembros pronto perdería todo el poder para usarlos. Así también, el cristiano que no ejercita las facultades que Dios le ha dado no solo dejará de crecer en Cristo sino también perderá la fuerza que tenía (p. 68).

11. El tenor general de las Escrituras. Así como Juan Wesley habló del “tenor general” de las Escrituras,14 Elena de White también enfatizó la importancia de “todo el tenor de la inspiración” (p. 93).

12. Participación de las reuniones de oración. Así como los primeros metodistas tenían mucho interés en la participación en sus reuniones de oración, Elena de White también destacó que “los que realmente buscan la comunión con Dios serán vistos en las reuniones de oración, fieles en cumplir su deber, ávidos y ansiosos de cosechar todos los beneficios que puedan obtener” (p. 84).

Algunas diferencias

1. Justicia imputada. En tanto que Juan Wesley llama al concepto de la justicia imputada la “obra maestra de Satanás”,15 Elena de White expresó que Cristo no solo se ofrece a “quitarnos nuestros pecados”, sino también a “darnos su justicia “(énfasis añadido). Explicó que “el carácter de Cristo toma el lugar del tuyo, y eres aceptado delante Dios como si jamás hubieses pecado”. Luego, agrega que “el único fundamento de nuestra esperanza está en la justicia de Cristo imputada a nosotros, y la producida por su Espíritu obrando en nosotros y a través de nosotros” (p. 54; énfasis añadido). De este modo, podemos estar vestidos “de la justicia de Cristo” (p. 101).

2. Perfección. Si bien Elena de White habló mucho sobre la “santificación” y la “santidad”, no aborda el tema de la “perfección” como Juan Wesley probablemente lo haría.

3. Vigilar los pecados. En tanto que Juan Wesley tenía gran inquietud por vigilar sus propios pecados, especialmente en sus primeros años, el énfasis de Elena de White estaba puesto en la necesidad de dejar de mirar nuestros propios pecados y de mirar a Cristo. Ella escribió: “Una vida en Cristo es una vida de reposo. Puede no haber éxtasis de sentimientos, pero habrá una confianza permanente y apacible. Tu esperanza no está en ti; está en Cristo. Tu debilidad está unida a su fortaleza; tu ignorancia, a su sabiduría; tu fragilidad, a su poder eterno. De modo que no debes mirarte a ti mismo, ni dejar que la mente se espacie en el yo, sino mirar a Cristo” (p. 60).

Conclusión

Luego de haber realizado estas observaciones comparativas entre el libro El camino a Cristo y la teología y la religión de Juan Wesley, podemos plantear las siguientes preguntas: ¿Apoyaría Juan Wesley un libro como este? Si él lo hubiera escrito, ¿cuál sería, más probablemente, su abordaje del asunto?

Pareciera evidente que Juan Wesley no tendría mayores dificultades en apoyar el contenido general del libro. No obstante, probablemente objetaría el uso de la expresión “justicia imputada” de Cristo. Tal vez, él debatiría algunos puntos “menores”, como el asunto de vigilar los propios pecados. Si él escribiera un libro semejante, probablemente cambiaría esos puntos, y tal vez pondría mayor énfasis en la cuestión de la perfección cristiana.

Sin embargo, no queda ninguna duda de que el libro El camino a Cristo sigue más de cerca la teología metodista que las tradiciones reformada y luterana. RA


Referencias:

1 El título elegido en castellano fue El camino a Cristo.

2 W. C. White, “Its History”, en “The Story of ‘Steps to Christ’ ” [La historia de El camino a Cristo], White Estate Bulletin, t. 1, Nº 2, p. 9. Véase también Tim Poirier, “A Century of Steps” [Un siglo de El camino], Adventist Review (14 de mayo de 1992), pp. 14, 15.

3 Elena de White, Steps to Christ (Chicago y Nueva York: Fleming H. Revell, 1892).

4 ______________, Steps to Christ (Battle Creek, Míchigan: Review and Herald, 1896).

5 Véase Donald A. D. Thorsen, The Wesleyan Quadrilateral: Scripture, Tradition, Reason & Experience as a Model of Evangelical Theology [El cuadrilátero wesleyano: Escrituras, tradición, razón y experiencia como modelo de teología evangélica] (Grand Rapids, Míchigan: Zondervan, 1990).

6 White, El camino a Cristo (Florida, Buenos Aires: ACES, 2014), p. 79.Todas las próximas referencias estarán tomadas de esta edición, y el énfasis es añadido.

7 Véase Albert C. Outler, ed., John Wesley (Nueva York: Oxford University Press, 1964), pp. 425-491.

8 Ibíd., p. 17.

9 Ibíd., pp. 201, 275 (cursiva en el original).

10 Ibíd., pp. 179, 223.

11 Ibíd., p. 211.

12 Véase Richard P. Heitzenrater, Mirror and Memory: Reflections on Early Methodism (Nashville, Tennessee: Abingdon, 1989), pp. 106-149.

13 Véase Outler, ed., pp. 354, 355.

14 Ibíd., p. 202.

15 Ibíd., p. 380.

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