OBJETOR DE CONCIENCIA

18 noviembre, 2016

Personalmente no creo mucho en los héroes que nos propone Hollywood. Creo sí en otro tipo de héroes; en personas ordinarias haciendo cosas extraordinarias. Desmond Doss fue una de esas personas.

Cuando ingresó en el Ejército para participar en la Segunda Guerra Mundial, Desmond se negó a disparar un arma. Ni siquiera quería tener una. Sus creencias como adventista del séptimo día se lo impedían. No porque un pastor se lo dijera. No porque un reglamento de su iglesia se lo prohibiese. Era su propia fe, basada en la Biblia, la que le decía que no debía matar a otros seres humanos. Él creía que Dios se lo pedía, y había decidido obedecerlo. Desmond era un objetor de conciencia.

Puesto en la manera más simple posible, el derecho a la objeción de conciencia es eso: cuando la ley dice una cosa y las reglas religiosas o morales dicen lo contrario, poder hacer caso a lo que la conciencia mande. Es la posibilidad de desobedecer la ley para no tener que actuar en contra de las propias convicciones profundas.

La objeción de conciencia no es una concesión caritativa del Estado. Es un derecho. Y es un derecho porque, aunque es válido que en una sociedad democrática las mayorías creen las leyes, no es legítimo forzar a una persona (o grupo de personas) que se encuentra en minoría a conducirse en contra de sus propios principios religiosos o morales. Los primeros protestantes, aquellos alemanes reformados que en defensa de su fe desafiaron a la autoridad imperial y papal, lo expresaron con toda claridad: “En asuntos de conciencia, la mayoría no tiene poder”.

Esto no significa que el derecho a la objeción de conciencia pueda ejercerse de cualquier forma, ni mucho menos que pueda ser el resultado de un capricho personal. Tampoco puede ser una excusa para evitarnos cumplir un deber, poniéndonos en una mejor posición que el resto. Simplemente, es una forma de mantenernos fieles a nuestras creencias. En el caso de Desmond, él se negó a portar armas, pero cumplió con todo el resto de sus deberes. Hizo incluso más de lo que se le pedía y puso en riesgo su vida aún más que otros de sus compañeros. Ser objetor de conciencia siempre entraña una responsabilidad extra.

“DOSS SE ATREVIÓ A SEGUIR LOS DICTADOS DE SU CONCIENCIA AUN CONTRA EL PESO DE LA LEY”.

Aunque algunos piensen que los objetores de conciencia tienen “ventaja”, la realidad es que no es fácil ser un objetor de conciencia. Normalmente, se está solo dentro de un grupo que tiene otros valores –los de la mayoría–, que no entiende bien por qué alguien cree y quiere comportarse diferente. Los compañeros de Desmond lo hostigaban (hoy diríamos, le hacían bullying), los jefes le daban las peores tareas, y hasta quisieron juzgarlo por negarse a disparar armas. Sin embargo, demostrando una valentía inusual, él salvó a muchos de los mismos compañeros que lo acosaban, y en vez de ser juzgado en una corte marcial recibió la condecoración más alta: la Medalla de Honor del Congreso de los Estados Unidos.

Ser objetor de conciencia no tiene nada que ver con ser un extremista. El propósito de la objeción de conciencia no es dañar a otros, ni imponer las ideas propias a los demás, sino simplemente poder vivir de acuerdo con la propia fe. Como adventista del séptimo día, Desmond guardaba el sábado. De acuerdo con esa creencia religiosa, pedía que se lo eximiera de realizar tareas ordinarias en el séptimo día de la semana. Pero, en el momento de mayor necesidad, cuando el sentido del deber lo llamó, él respondió. Desprovisto de armas y bajo el fuego enemigo, Desmond salvó en unas pocas horas la vida de más de 75 compañeros. Aquel 5 de mayo de 1945 era sábado.

No creo en los héroes de Hollywood. Pero no tengo dudas de que Desmond Doss fue un héroe, uno de la vida real. Porque el heroísmo no consiste en matar personas, como a veces nos intentan convencer las películas. El verdadero héroe es aquel que está preparado para perder su vida para que otro la salve. Y también aquel que está dispuesto a vivir de acuerdo con las propias convicciones íntimas, sin importar el entorno o las consecuencias. En nuestros días, ser coherente con uno mismo y con lo que se cree es una de las mayores formas de heroísmo. RA

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