VIENDO AL SER NO CREADO

trinidad

7 marzo, 2019

¿Cómo pueden las criaturas racionales llegar a entender la naturaleza del Ser no creado, cuyo modo de existencia es radicalmente diferente del suyo? Si nos atrevemos a decir algo acerca de él, lo hacemos solamente porque él nos habló antes, develando dimensiones de su naturaleza y accionar que nos ayudan a captar las maravillas de su poder y amor. Por lo tanto, cualquier cosa que digamos acerca del Santo, el Único, será una reformulación de la revelación especial que él nos dio, seguido de nuestro silencio reverencial delante del Ser no creado.

Su creatividad y unicidad

Lo que sabemos acerca de Dios ha sido revelado más que nada por sus acciones que demuestran su naturaleza y carácter. Cuando abrimos la Biblia, el primer personaje que encontramos es Dios, que muestra el poder de su creatividad: “En el principio creó Dios” (Gén. 1:1). Crear es la actividad divina más fundamental, y de esta depende el resto de sus actividades. No existía nada antes de este comienzo absoluto, pero él ya estaba allí. Él era y es el Ser no creado; y, en consecuencia, es absolutamente diferente del cosmos.

Su modo de existir no tiene paralelo dentro de la creación. Su presencia en el principio muestra que él es el Eterno: estaba antes del principio. Él es suficiente en sí mismo: existía antes de que hubiera cualquier otra cosa, y es por naturaleza la fuente misma de su propia existencia. Y él es todopoderoso: nadie lo ayudó en la creación del cosmos. Él también es un Creador amante que produce lo que es “bueno” o “bueno en gran manera” para sus criaturas (vv. 18, 31).

La actividad creadora de Dios no deja lugar al politeísmo. Antes del principio, él está solo para llamar a la existencia al cosmos por medio de su Palabra, sin hacer esfuerzos. Puesto que él creó todo lo que existe, obviamente es el Señor exclusivo sobre la creación: el único Dios en el cosmos. El resto de la Biblia reafirmará esta verdad teológica fundamental acerca del misterio de la unicidad del Creador (por ej., 1 Tim. 2:5; Gál. 4:20; Sant. 2:19). Él es uno en su accionar, uno en voluntad y uno en naturaleza, y no hay otro Dios fuera de él. “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es”, les dijo a los israelitas (Deut. 6:4). Su unicidad se ve en su singularidad con respecto a la creación y a la adoración de sus criaturas.

Su pluralidad

La naturaleza y complejidad de la unicidad de Dios se hacen más comprensibles a nuestro entendimiento limitado por medio del testimonio bíblico de que hay una pluralidad dentro de la naturaleza misma del Dios que es uno. El dinamismo de Dios nos sugiere que dentro del misterio de su naturaleza divina existe una interacción profunda de amor desinteresado que requiere hacer diferenciaciones dentro de la Deidad.

Quizás el texto bíblico hace alusión a este misterio cuando usa la palabra plural de “Dios” acompañada por verbos conjugados en singular (“Dios [’elohim, “dioses”] creó [3.ª pers. sing.]”): una pluralidad, y sin embargo uno. Génesis 1:26 enfatiza más este punto: “Entonces dijo [3.ª pers. sing.] Dios [’elohim]: Hagamos [1.ª pers. plur.] al hombre a nuestra [plur.] imagen, conforme a nuestra [plur.] semejanza”. Aquí se enfatiza la pluralidad dentro de la Deidad, pero en el versículo 27 volvemos a la unicidad de Dios (“Y creó [3.ª pers. sing.] Dios [’elohim] al hombre a su [3.ª pers. sing.] imagen”). Tenemos un Dios, pero dentro del misterio de esta unicidad existe una pluralidad. La referencia a Dios y al “Espíritu de Dios” en la obra de la Creación indica una pluralidad. El Nuevo Testamento considerará la actividad del Ser no creado en el principio e identificará explícitamente a la palabra creativa de Dios en Génesis 1 con el Hijo de Dios (Juan 1:1-3).

En el Antiguo Testamento, Dios continúa revelando su unicidad dentro de una pluralidad2 al hablar en términos binarios. Por ejemplo, leemos acerca de Dios y el Ángel del Señor, identificado por el contexto como un ser divino (por ej., Gén. 16:7-14; Éxo. 3:2-7; Jue. 6:11-24), y en otro caso Dios anuncia la venida del Mesías, llamándolo “Dios Fuerte” (Isa. 9:6). También encontramos pasajes en los que hay una pluralidad de tres. En algunos pasajes, el Mesías, el Espíritu de Dios y el Señor mismo son mencionados juntos, obrando para la salvación del pueblo de Dios (Isa. 11:1-3; 42:1). En otros casos, el Señor anuncia que enviará al Mesías con su Espíritu (Isa. 48:16).

El Nuevo Testamento también da testimonio de la unicidad de Dios dentro de una pluralidad. En algunos casos, encontramos referencias a Dios y a su Hijo, Jesucristo (Juan 1:1, 18; 20:28; Rom. 9:5; Apoc. 1:1), mientras que en otros encontramos lo que se denomina fórmulas trinitarias. Estas se encuentran en los saludos apostólicos (1 Ped. 1:20; Apoc. 1:4, 5), en expresiones de acción de gracias (2 Tes. 2:13, 14), bendiciones (2 Cor. 3:13), exhortaciones (Rom. 15:30), instrucciones (Gál. 4:6) y en experiencias en visión (Apoc. 5:6, 7). La más conocida es la fórmula bautismal: “En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mat. 28:19).

Al hablar de un solo Dios en una pluralidad de tres personas, la revelación bíblica nos dice que la naturaleza de Dios es infinitamente más compleja que cualquier persona o cosa que podamos llamar “uno”. Sí, Dios es uno, pero la naturaleza de su unicidad es infinitamente superior a la de cualquier criatura. Solo podemos afirmar el misterio del Dios que es uno en una pluralidad de personas.

Padre e Hijo

La llegada del Hijo de Dios encarnado clarificó mucho más lo que el Antiguo Testamento había enseñado acerca de la naturaleza de Dios. Los escritores del Nuevo Testamento, como nosotros hoy, tenían dificultad al tratar de encontrar la terminología correcta para expresar diferenciación e igualdad dentro de los miembros de la Deidad.

Respecto al Hijo de Dios, Juan nos dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios” (Juan 1:1). El texto describe la relación entre Dios y el Verbo antes de la Creación, y mucho antes de la encarnación del Hijo. El pasaje obviamente está tratando de demostrar que hay una diferenciación de personas dentro de la Deidad. La frase “el Verbo era con [pros, “en compañía de”] Dios” significa que la revelación divina nos permite distinguir entre uno y otro.

Sin embargo, esta diferenciación no implica que haya independencia entre ellos, sino que opera dentro de una coexistencia caracterizada por una comunión profunda y mutua entre los dos.3 Juan añade inmediatamente: “Y el Verbo era Dios” (v. 1). De forma casi imperceptible, el apóstol pasa de hacer una diferenciación dentro de un círculo de amor a señalar igualdad. El Verbo es plenamente divino. La divinidad de Jesús es afirmada claramente al diferenciar las personas dentro del misterio de las relaciones intratrinitarias. El Hijo pertenece al misterio del Dios que es uno. Esto se afirma en todo el Nuevo Testamento.

Juan nos dice que el Hijo es el Dios único y singular que tenía comunión profunda con el Padre y que vino a revelarnos el carácter amante de Dios (Juan 1:18). Cuando Tomás vio al Señor resucitado, exclamó: “¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:28). Pablo y Pedro, entre otros, testificaron de la plenitud de la deidad de Cristo (por ej., Rom. 9:5; Heb. 1:8; Tit. 2:13; 1 Ped. 1:1). El poder salvador de Cristo se encuentra en el hecho de que él, como el Padre, tiene vida en sí mismo. Su divinidad hace eficaz su muerte sacrificial, y así revela al cosmos el carácter amante de Dios.

Solo Dios puede revelarse plenamente a su creación (Heb. 1:1), y solo un Dios así puede salvar a pecadores arrepentidos. En su carta a los Filipenses, Pablo narra la experiencia del Hijo de Dios que existía por la eternidad como Dios (Fil. 2:6), que decidió hacerse humano y murió en una cruz (vv. 7, 8), y luego el Padre lo exaltó. Esta experiencia cósmica del Hijo de Dios resultará en la resolución final del conflicto cósmico, cuando todas las criaturas se arrodillen y confiesen “que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (v. 11).

Padre, Hijo y Espíritu

Los títulos “Padre” e “Hijo” hacen que sea más fácil diferenciar entre los miembros de la Deidad, pero no es tan fácil con el título “Espíritu Santo”. Los sustantivos usados en hebreo (rúaj) y griego (pneuma) para “Espíritu” también significan “aliento, viento”, y fácilmente podrían dar la impresión de que están designando objetos impersonales.

De hecho, a veces se asocia al “Espíritu” con el poder divino, pero algo que es asombroso es que el Espíritu de Dios actúa como una persona y se lo identifica claramente como tal: él no es aliento o viento literales. Por ejemplo, el Espíritu puede ser contristado (Isa. 63:10; Efe. 4:30), toma decisiones (Hech. 15:28), habla (Mat. 10:20), enseña (Juan 14:26) y fortalece (Hech. 9:31).

El Espíritu de Dios posee atributos que lo identifican como divino. Él es eterno (Heb. 9:14), omnipresente (Sal. 139:7, 12), omnipotente (Hech. 1:8), omnisciente (1 Cor. 2:10, 11); y consecuentemente se lo identifica como Dios (Hech. 5:3, 4). Al usar la palabra “Espíritu” se ilustra la obra del tercer miembro de la Deidad, haciendo referencia al “viento”, que está presente de forma activa en todo el mundo, para establecer que Dios está presente de forma personal en toda la creación, sustentándola y preservándola.

Dado que el Espíritu no se hizo humano, sigue siendo igual de misterioso que el Padre, lo que hace que nos sea más difícil visualizarlo. Jesús nos ofrece para esto una perspectiva útil. Él les informó a los discípulos que pediría al Padre que les envíe “otro Consolador”, haciendo referencia al Espíritu (Juan 14:16). La palabra en griego, parákletos, también significa “ayudador, abogado, consejero”. Jesús se refiere al Espíritu como un ser personal que, durante nuestra peregrinación, está a nuestro lado para hablar en nuestro lugar y para sustentarnos y guiarnos.

Jesús también hace una distinción entre el Espíritu, el Padre y él mismo. En Juan 14:16 y 17 vemos mencionados juntos a los tres miembros de la Deidad: “Yo [Jesús] rogaré al Padre […] otro Consolador, […] el Espíritu de verdad”. El Espíritu se diferencia de Jesús, ya que Jesús pide al Padre que envíe “otro Consolador”, indicando que él también es un Consolador, pero no es igual al Espíritu. En este pasaje, el Espíritu también es diferente del Padre, ya que es el Padre quien lo envía (ver también el v. 26).

El verbo griego pempo, traducido como “enviar”, designa la acción de despachar a alguien, “ya sea humano o trascendente, a menudo con el propósito de hacer un comunicado”.4 Jesús usa este verbo al hablar del Padre, quien lo envió a este mundo (por ej., Juan 4:34; 5:30; 12:44, 45; comp. Gál. 4:4). Tanto Jesús como el Espíritu, que tenían comunión eterna y mutua con el Padre, fueron enviados por el Padre en el momento apropiado para cumplir diferentes aspectos del plan de salvación.

Durante toda la eternidad, Dios ha sido uno en el misterio de tres personas que existen en una profundísima comunión de amor y comunión. En la Biblia no hay indicios de un orden jerárquico eterno entre los tres. Una relación así seguramente nos llevaría al concepto del triteísmo. Este Dios, el Ser no creado (Padre, Hijo y Espíritu Santo), hizo existir el cosmos. Para poder liberar a la creación del poder invasor del pecado, el Hijo se hizo humano y produjo una nueva creación. El Espíritu, el Ser que siempre estuvo presente dentro de la creación sustentándola, ahora transforma a los pecadores en santos y los sustenta. Al realizar su obra salvadora, el Ser no creado muestra que el misterio de su naturaleza es el amor.

Por Ángel Manuel Rodríguez


Referencias:

1 Para ver mucho más sobre este tema, véase Jiří Moskala, “Toward a Trinitarian Thinking in the Old Testament”, Journal of the Adventist Theological Society 21/1-2 (2010):245-275.

2 Sobre el significado de la preposición griega pros, véase Murray J. Harris, Prepositions and Theology in the Greek New Testament: An Essential Reference Resource for Exegesis (Grand Rapids: Zondervan, 2012), pp. 190-192.

3 Walter Bauer y Frederick W. Danker, Greek-English Lexicon of the New Testament and Other Early Christian Literature (Chicago: University of Chicago Press, 2000), p. 794.

 

Ángel Manuel Rodríguez ya retirado del servicio activo, fue durante muchos años director del Instituto de Investigación Bíblica de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día.

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