¿VALE LA PENA SER ADULTO?

Miscelaneas - ¿Vale la pena ser adulto?

23 junio, 2018

Todos los días, Stanley Thornton es llevado al regazo de su mamá, vestido con ropa de bebé. Esto sería normal… ¡si no tuviera 31 años! Leíste bien: 31 años. Llega del trabajo, se pone ropa para niños y permanece abrazado a la mujer que contrató para cuidar de él como si fuera un bebé. Ella le da una mamadera y después lo lleva a su cuna, donde Stanley juega con ositos de peluche. Cuando le preguntan por qué actúa así, dice: “Me gusta que me traten así tan solo porque de esta manera obtengo amor, cariño y seguridad”.

Cada día que pasa, aumenta el número de personas que se comportan de esta manera. Existen muchos motivos para esto, pero el mayor de ellos es el hecho de que el mundo es cada día más malvado porque el amor se está enfriando (Mat. 24:12). Los seres humanos queremos y necesitamos ser amados, pero el egoísmo que va en aumento en este mundo nos lleva a no dar más tiempo y atención a los demás. ¿Cuál es el resultado de esto? Soluciones como estas, de gente que tiene miedo a crecer.

La vida adulta en la historia

Durante las últimas cuatro o cinco décadas, los historiadores han demostrado cómo las ideas acerca de la adultez se volvieron reales. Un ejemplo llamativo fue el siglo XIX y el comienzo del XX, cuando los niños se vestían con ropas de hombres adultos de la época (traje, corbata, sombrero), y se les exigía que se comportaran como sus padres y sus abuelos, usando palabras difíciles, comprando y vendiendo algunos objetos, gesticulando como adultos cuando estaban ante ciertas personas, evitando hacer bromas que causaran risas y participando de eventos en los que se necesitaba silencio absoluto (como conciertos de música clásica).

En la misma época, se educaba a las niñas para que fueran mujeres desde los tres años: se las vestía como su madre, o como tías y vecinas; se las introducía al trabajo doméstico desde entonces; se les enseñaba a ser discretas como una mujer adulta respetada; a permanecer calladas en público y confiadas en privado, y todas las demás características que entonces consideraban para alguien que es adulto.

Este cuadro se transformó drásticamente después de la Segunda Guerra Mundial. Con la posibilidad de que la vida pudiera acabar en cualquier momento con la explosión de una bomba, el mundo comenzó un proceso de retardar el envejecimiento: se desarrolló la industria de alimentos para vivir más; se publicaron libros sobre la cooperación (en vez de los conflictos); se fundó un organismo mundial dedicado a mantener la paz (la ONU); creció la industria del cine, la diversión y el placer. Por su parte,  las ropas comenzaron a hacer que hombres y mujeres parecieran adolescentes.

La adultez en la Biblia

Como sucede en toda transformación, lo que motivó este cambio de niños adultos a adultos infantiles fue una idea: que el ser humano debe vivir más y aprovechar la vida al máximo, hasta llegar al límite. Para que esto suceda, las personas deben mantenerse eternamente jóvenes. Pero la Biblia dice una cosa muy diferente. Observa estos textos:

“Todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal” (Heb. 5:13, 14).

“[Jehová] conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo. El hombre, como la hierba son sus días; florece como la flor del campo, que pasó el viento por ella, y pereció, y su lugar no la conocerá más” (Sal. 103:14-16).

Lo que Dios dice es que la vida pasa, maduramos y nos hacemos adultos. Pero lo que vemos son personas que se alimentan más de la ideología del mundo que de la Palabra de Dios, hasta el punto de que son biológicamente adultos pero permanecen como infantes espirituales. 

Ser adulto es, por sobre todo, asumir las responsabilidades de la vida; es dejar de recibir solamente, para ser alguien que incluso se da a sí mismo, sustenta a otros y multiplica.

En la iglesia, la infancia espiritual se caracteriza por solo recibir. Esto sucede al inicio de la vida espiritual, cuando aprendemos de la Biblia; conocemos la voluntad de Dios; nos enseñan sobre cómo es la vida realmente; sobre el Gran Conflicto que está detrás de toda acción, palabra y pensamiento. Esta fase es el momento de recibir las enseñanzas bíblicas, de comenzar un camino más firme con Dios, y de que nuestra vida sea transformada por el Espíritu Santo, independientemente de la edad que se tenga.

Pero esa fase tiene que pasar. Como dice Pablo: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (1 Cor. 13:11). Llega un momento en que dejamos de recibir solamente y comenzamos a darnos, para sustentar y hacer avanzar la predicación del evangelio. Dejamos de ser solamente “consumidores” de las cosas de Dios, y pasamos a ser dadores de tiempo, fuerza, dinero, inteligencia, influencia, y todos los demás recursos que el Señor nos dio para hacer avanzar su misión. Dios cuenta con estas cosas, y nosotros lo necesitamos.

¿Qué nos impide crecer espiritualmente?

Muchas cosas nos impiden madurar en la vida cristiana; después de todo, estamos inmersos en el Gran Conflicto. Pero muchas de esas cosas son producidas por nosotros mismos, dentro de la iglesia, por más contradictorio que suene. Uno de estos elementos son las diferencias y la distancia generacional entre los mayores y los más jóvenes. Por un lado, los mayores afirman que los jóvenes no conocen bien la Biblia; por otro lado, los jóvenes dicen que los mayores están desactualizados. Los mayores opinan que los jóvenes son independientes de la iglesia; y los jóvenes, que los mayores tienen la mente “cuadrada”. Los mayores piensan que los jóvenes no harán que la iglesia avance con los estudios bíblicos, las visitas y las conversiones, pero los jóvenes aseguran que los mayores no confían en ellos para nada.

Necesitamos superar esto. No podemos perder tiempo con malentendidos, sabiendo que Dios prometió bendiciones especiales que vienen al tener unidad en la iglesia. En estos momentos, antes de la venida de Jesús, tenemos que quitar las diferencias, pedir perdón a quien hayamos lastimado y seguir adelante en el crecimiento con Cristo. Por esto, compartiré algunos consejos:

Consejos para los adultos:

1) Confíen en los jóvenes de la iglesia. Ellos necesitan la confianza y el apoyo de las personas de experiencia para avanzar bien en su camino al cielo. Confíen en ellos, paso a paso, y tendremos buenas sorpresas. Elena de White menciona: “Hágase sentir a los jóvenes que se les tiene confianza, y pocos serán los que no traten de mostrarse dignos de ella” (La educación, p. 290).

2) Denles libertad para que lideren las actividades de la iglesia; especialmente para conducir eventos de la iglesia, predicaciones y proyectos. Las sugerencias que les den serán valiosas y podrán entusiasmar a personas que están debilitadas en la fe. Estados Unidos construye aviones de combate que cuestan más de cien millones de dólares y ponen a su cargo jóvenes para pilotearlos; ¿por qué no incluir a los jóvenes en el liderazgo de la iglesia?

3) Acompañen su desarrollo con paciencia. Tal vez haya equivocaciones y acciones precipitadas, es cierto; tal vez, algunas cosas no saldrán bien y ellos pueden desanimarse. Pero nada de esto es motivo para desacreditarlos, desistir de ellos o condenarlos. Recuerda que tú también fuiste joven.

4) Hagan la siguiente reflexión propia: ¿Ya pasaron de la fase de recibir a la fase de dar y sustentar y hacer avanzar la misión de Dios? ¿O aún son consumidores, que solo reciben? ¿Qué acciones de dar, sustentar y hacer avanzar la misión han efectuado? ¿Han enseñado la Biblia a personas interesadas? ¿Han visitado a huérfanos, viudas y prisioneros? ¿Han socorrido a los pobres? ¿Han llevado personas a ser imitadoras de Cristo a partir de su ejemplo?

Consejos para los jóvenes:

1) No sigan comiendo “papilla”, es decir, alimento poco sustancial. Existe una fase en la que solo recibimos, pero esa fase tiene que terminar. Después de esta, viene la fase en que comienzas a dar estudios bíblicos a las personas, visitar huérfanos, enfermos, viudas y encarcelados; en que empleas los dones que Dios te dio para sustentar y hacer avanzar su misión. No retardes ni huyas de esta fase: la salvación no sucede solo por ir a la iglesia una vez por semana y leer pensamientos positivos en WhatsApp. La vida, desde ahora hasta la eternidad, se obtiene con el alimento sólido.

2) No vencerán a los gigantes con una armadura prestada; en otras palabras, no ganarán carreras por solo usar las zapatillas de Usain Bolt. Tengan una experiencia personal con Dios.

3) Sean humildes. Los adultos ya enfrentaron cosas que ustedes aún ni se imaginan que existan. Ellos han estado peleando la buena batalla de la fe hace mucho tiempo; saben cosas que solo el paso del tiempo nos puede enseñar. Ellos saben muchas cosas; tal vez no sepan muchas cosas del mundo moderno que tú sí sabes, pero conocen los fundamentos y saben cómo vale la pena ser fiel a Cristo, por mucho que cueste.

4) Sean sinceros consigo mismos. Tienen que considerar el hecho de pertenecer a Dios. Esto es algo vital al construir su identidad. ¿Están haciendo planes para el cielo o solo están viviendo para pasarla bien en este mundo? ¿Han asumido con responsabilidad el hecho de que forman parte de la última generación antes del regreso de Jesús?

Mientras que Stanley Thornton vuelve a su casa todos los días y se viste de bebé, toma su mamadera y va a su cuna a jugar con animales de peluche, los hijos de Dios se acercan más a él, se entregan más completamente a él, crecen en él, participan en su misión, tienen placer en las cosas de él. Se vuelven más semejantes a Jesús; maduran en su amor, su gracia, su conocimiento y su compasión. ¿Es posible evitar madurar espiritualmente? Sí, es posible. Pero las marcas en las manos de Jesús nos muestran que crecer en Cristo es algo eternamente superior a encerrarnos en nosotros mismos. Por esto, ¡sí, vale la pena ser adulto! RA

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