EL LLAMADO PASTORAL DE PABLO

22 agosto, 2017

Lección 9 – Tercer trimestre 2017

Gálatas 4:12-20.

En el pasaje de Gálatas que consideramos esta semana, Pablo hace un alto y un paréntesis en su exposición teológica para concentrarse en asuntos humanos que están por detrás de la discusión doctrinal: por un lado, la relación de padre a hijos que Pablo tenía con los gálatas; y por el otro, las verdaderas motivaciones narcisistas de los maestros judaizantes.

“Os ruego, hermanos, que os hagáis como yo, porque yo también me hice como vosotros. Ningún agravio me habéis hecho” (Gál. 4:12).

Pablo muestra su grandeza de espíritu: “Ningún agravio me habéis hecho”.

Los gálatas habían empezado a desviar su afecto y su lealtad, de Pablo a los maestros judaizantes. Pero el apóstol pasa por alto este desafecto, no lo toma en cuenta. No alimenta el sentimiento narcisista de “¿Cómo me abandonan a mí, que soy su padre espiritual, y le prestan más atención a gente que no hizo nada por ellos, que no trabajó por ellos ni sufrió por ellos?” Él sabe y siente que lo importante aquí no es él mismo, sus propios sentimientos, su estatus delante de los gálatas, y mucho menos una supuesta ansia de poder y dominio sobre ellos. Lo que importa es su bienestar espiritual y, en definitiva, su salvación.

Cuántas veces nuestro servicio cristiano está marcado por el egocentrismo, como si todo se tratara de nosotros, de cuánto puede alimentar nuestro ego la respuesta de aquellos por quienes trabajamos. Y no nos damos cuenta de que somos tan solo “vasos de barro”, instrumentos en las manos de Dios para bendecir a los que nos rodean, y no valernos de ellos para reafirmar nuestra autoestima.

Con estas palabras, Pablo les dice que ni se les ocurra pensar que está ofendido. Lo que le preocupan no son sus propios sentimientos, sino ellos mismos, los gálatas.

“Pues vosotros sabéis que a causa de una enfermedad del cuerpo os anuncié el evangelio al principio; y no me despreciasteis ni desechasteis por la prueba que tenía en mi cuerpo, antes bien me recibisteis como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús. ¿Dónde, pues, está esa satisfacción que experimentabais? Porque os doy testimonio de que si hubieseis podido, os hubierais sacado vuestros propios ojos para dármelos” (vers. 13-15).

No son del todo claras las circunstancias en las que Pablo conoció a los gálatas y les dio a conocer el evangelio. Pero evidentemente Pablo les predicó en medio de serios problemas personales en relación con su salud. Él no se concentró en sus propios padecimientos físicos, sino que a pesar de ellos cumplió con su misión de amor de dar a conocer a Cristo. Lo notable del pasaje es que los gálatas tuvieron un corazón amplio y generoso, y lejos de menospreciar al mensajero establecieron una relación afectiva tal que, de ser posible, hubiesen cedido con gusto sus propios ojos para dárselos a Pablo.

Esta expresión de Pablo probablemente nos dé una pista de que el problema que aquejaba al apóstol tenía que ver con su visión, que probablemente la tenía muy disminuida, como se deja entrever también con aquellas palabras que escribe más adelante, hacia el final de su carta: “Mirad con cuán grandes letras os escribo de mi propia mano” (Gál. 6:11). Algunos piensan que aquí Pablo lo que hace es destacar lo que quiere decir, como cuando en la actualidad subrayamos con itálica o negrita alguna frase que queremos hacer prominente. Pero también es posible que haga alusión a sus problemas de la vista.

Sea como fuere, evidentemente el vínculo que había habido entre Pablo y los gálatas era muy estrecho, de mucho afecto y nobleza. Y, además, de mucha valoración espiritual, ya que lo consideraban y lo trataban “como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús”.

Es decir, Pablo no era un mero “asalariado” (Juan 10:12, 13), o “profesional de la fe”, que cumple con sus exigencias laborales bajo la presión de una administración eclesiástica. Es un padre espiritual, que ama a sus hijos en la fe, y se preocupa y ocupa realmente por ellos.

Por eso, ahora le sorprende este vuelco en sus sentimientos en relación con él y con sus enseñanzas, “fascinados”, o “hechizados” por estos nuevos maestros (Gál. 3:1), a tal punto que Pablo les pregunta: “¿Dónde, pues, está esa satisfacción que experimentabais?” ¿Dónde está todo ese amor, esa devoción, esa lealtad que antes los gálatas profesaban por él? ¿Cómo es posible que tanto afecto, tanta admiración, tanto amor, ahora queden en la nada, como si todo lo que Pablo hizo por ellos ahora careciera de significado y valor?

Algo parecido, y que nos puede ayudar a entender lo que Pablo quiere decir, es lo que nos sucede a los que somos padres de hijos adolescentes. Desde que nacieron nuestros hijos, hemos hecho un “derroche” de amor, de ternura, de paciencia, muchas veces de cansancio extremo, hasta el agobio, y aun de sacrificios personales por ellos, resignando muchas veces nuestras propias comodidades y aun necesidades, con tal de verlos felices. Y de repente –ni nos dimos cuenta de cómo ni cuándo–, esas tiernas criaturas que antes se nos colgaban del cuello o la espalda (para que les hiciéramos “caballito”) y nos estrujaban con sus abrazos y sus besos mojados en nuestras mejillas, ahora se convierten en seres distantes, fríos, indiferentes, a tal punto que a veces nos parecen seres extraños. Viven encerrados en su mundo, preocupados solamente por sus propios intereses y su relación con sus pares. ¿Fue en vano todo el amor que les dimos desde que nacieron? ¿No sirvió de nada?

Por supuesto, la psicología nos explica que esto es algo natural, que forma parte de su estadio evolutivo, de la búsqueda de su propia identidad y destino, por lo que tiene que haber necesariamente cierta toma de distancia de los padres, para poder afirmar su propia personalidad. Todo esto puede ser cierto, pero cómo duele.

Algo similar sucedió en la relación de los gálatas con Pablo, aunque aquellos no eran adolescentes, sino gente adulta, aunque quizá podamos hablar de cierta adolescencia o inmadurez ya no psicológica sino espiritual. Evidentemente, habría algo muy elocuente, o persuasivo, en la enseñanza de los maestros judaizantes, que los había hechizado, al punto de olvidarse no solo de las enseñanzas de Pablo, sino incluso de su relación afectiva con él mismo. Probablemente podríamos pensar en los gálatas como adolescentes espirituales, en busca de su identidad, confundidos por distintas voces.

“¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad?” (Gál. 4:16).

Cuando la reprensión, el consejo, la advertencia, están hechos por amor, provienen de una voz amiga. Si bien nuestro ego natural se puede sentir resentido por alguna admonición que se nos haga, no es un enemigo el que nos llama la atención a peligros que pueden destruir nuestra alma: “Fieles son las heridas del que ama; pero importunos los besos del que aborrece” (Prov. 27:6). Por supuesto, esta actitud amiga es muy diferente de la de aquel legalista farisaico que está espiando nuestra conducta para encontrar una falla y criticarla, bajo el pretexto de que es un hijo de Dios fiel que cumple con su misión de ayudarnos en nuestra vida espiritual. En la motivación y en la forma se puede advertir la diferencia entre unos y otros.

“Tienen celo por vosotros, pero no para bien, sino que quieren apartaros de nosotros para que vosotros tengáis celo por ellos” (Gál. 4:17).

Aquí está la verdadera motivación de estos maestros judaizantes: su narcicismo y sus ansias de poder. Su celo por los gálatas no es para el bien de los gálatas. Están más bien focalizados en sí mismos, y lo que buscan es la lealtad de los gálatas hacia ellos, para poder seguir alimentando su ego.

“Bueno es mostrar celo en lo bueno siempre, y no solamente cuando estoy presente con vosotros” (vers. 18).

Es decir, no es cuestión de aparentar y en la presencia de ciertas personas comportarnos correctamente, sino ser “de una pieza”, portándonos de la misma manera, obsérvenos quien nos observe, o aun si no somos observados por nadie. Una vida cristiana genuina se vive de la misma forma en secreto, en la intimidad de nuestra soledad, como cuando actuamos en público, bajo la mirada de otros.

“Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros, quisiera estar con vosotros ahora mismo y cambiar de tono, pues estoy perplejo en cuanto a vosotros” (vers. 19, 20).

“Hijitos”: Qué tono afectivo y tierno usa Pablo al dirigirse a los gálatas. Así como una madre, para dar a luz a su hijo, atraviesa por los dolores de parto, y está dispuesta a sufrir para dar lugar al milagro de la vida de su hijito, Pablo sufrió, simbólicamente, dolores de parto hasta que los gálatas arribaron a la vida espiritual: mucho trabajo, muchos sacrificios, por parte del apóstol, para lograr la conversión de los gálatas. Y ahora parece que todo esto fue en vano, y Pablo siente que nuevamente debe volver a sufrir estos dolores con tal de que Cristo vuelva a nacer en sus corazones.

Todo esto nos habla de las características de un verdadero pastor: alguien que ama a las almas, que siente verdadera pasión por ellas, verdadera preocupación, y que se ocupa de velar por el bienestar espiritual de las personas y lucha por su salvación.

Que Dios nos bendiga para que, en el ámbito en el que nos desenvolvamos, con las personas que tengamos a nuestro cuidado –sean hijos, padres, hermanos carnales o hermanos en la fe, catecúmenos, vecinos, amigos, etc.–, podamos tener la misma vocación de amor y servicio de Pablo, preocupándonos realmente por las almas y luchando por su salvación.


COMENTARIOS DE MARTÍN LUTERO

“¡Qué ejemplo más hermoso de cómo se debe enseñar la verdad! Al causar una herida, debes hacerlo de manera tal que sepas también cómo aliviarla y sanarla; al ser severo, debes serlo de manera tal que no olvides la benignidad. Así es como procede también Dios: convierte los rayos en lluvia, y hace que las negras nubes y el cielo oscuro se disuelvan en fructíferos chaparrones. Así dice también el proverbio: tempestad con lluvia no daña; pero si solo caen rayos secos y sin lluvia, eso sí es de temer, por el daño que causa. Pues tampoco la palabra de Dios ‘deberá contender para siempre, ni para siempre andar con amenazas’ (Sal. 103:91)”.

“¡Fíjate en el maravilloso amor del apóstol que lo hace identificarse enteramente con los gálatas! Todo lo transfiere a sí mismo de una manera tal que se olvida por completo de su propia persona. ¡Cómo sufre con ellos, cómo se esfuerza, cómo se agita, cuán solícito es, no en su propio interés sino exclusivamente en interés de los gálatas! ¡Qué hermoso ejemplo da el apóstol de lo que es un pastor cristiano! El amor verdadero ‘no busca lo suyo’ (1 Cor. 13:5). ‘Queridísimos hijitos míos’ (dice Pablo), ‘mi corazón maternal está atormentado. He sido vuestro padre, y he llegado a ser vuestra madre. Os llevo en mi seno, os doy forma y figura. Quisiera daros a luz y haceros entrar en la vida, si de alguna manera pudiera hacerlo’. San Jerónimo se extiende en largas alabanzas de este tierno afecto; pues solo una actitud como la de Pablo conduce a que realmente se busque las almas y no el dinero. ¡Fíjate además en el cuidado con que el apóstol escoge las palabras! No dice: ‘hasta que yo forme a Cristo en vosotros’, sino ‘hasta que Cristo sea formado’: lo que hace él, Pablo, es lo de menos; la mayor parte de la obra la atribuye a la gracia de Dios. Como una madre, él los lleva en su seno, cual semilla aun no desarrollada, hasta que intervenga el Espíritu y los forme en Cristo. Un predicador puede preocuparse mucho acerca de cómo ‘dar a luz’ cristianos; pero para formarlos, él no tiene más capacidad que la que tiene una madre para formar el fruto en su vientre: ella no hace más que llevar ese feto que ha de ser formado y dado a luz. Tampoco dijo Pablo: ‘hasta que seáis formados en semejanza de Cristo (lat. in Christum)’, sino ‘hasta que Cristo sea formado en vosotros’, porque la vida del cristiano no es la de él mismo, sino que es la vida de Cristo que vive en él, como se indicó en el capítulo 2 (vers. 20): ‘Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí’. Nosotros tenemos que ser destruidos y ‘deformados para que Cristo cobre forma en nosotros como el único que llena nuestro ser”.

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1 Comentario

  1. carlos a ramirez

    en esta leccion correspondiente a esta fecha Pablo a los Galatas los llama hijitos mios ,que se hicieran como el, un simple amigo, tambien se presenta asi mismo como un ejemplo con autoridad y no que lo imitaran a el, sino que no fueran como el,hablando de ser , no actuar y en 2da de Tesalonicense 3: 7 al 9, Pablo les presenta como se debe trabajar.de Tesaloy tambien habla de su experiencia como cristianos por el amor, el gozo, la libertad etc; en 1Corintios 9:19 al 23 » Para poder comunicar el Evangelio deberiamos Me he hecho judio para ganar a los judios, me he hecho gentil para ganarme a gentiles, me he hecho debil para ganarme a los debiles , si utilizamos esta tecnica de Pablo para llegarle a las peersonas.

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