INDICIOS DE ESPERANZA

22 noviembre, 2016

Lección 9 – Cuarto trimestre 2016

Si hay algo que es valioso en el libro de Job, y en la persona misma de Job, es su SINCERIDAD. En nuestra cultura cristiana, pareciera que nos hemos hecho a la idea de que el creyente debe decir solo cosas que tiendan a reafirmar una confianza absoluta en Dios, una fe inquebrantable, y jamás debe dar expresión a sus dudas o incluso a su descontento con Dios.

Sin embargo, Job, a pesar de ser un hombre “perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”, según la opinión misma de Dios (Job 1:8; 2:3), no tiene empacho en manifestar con toda sinceridad su disgusto, su dolor, su cuestionamiento de la forma en que Dios lo está tratando. Y el hecho mismo de que Dios haya incluido en el Canon Sagrado este libro nos da testimonio de que a Dios no le molestan nuestras dudas y cuestionamientos, que los comprende, valora y acepta como una expresión legítima de nuestra humanidad ante el dolor.

MALOS CONSEJEROS

Job se enoja con sus amigos, y es muy duro en sus expresiones hacia ellos en su rol de “consejeros”, según vimos en el capítulo correspondiente al estudio de esta semana (Job 13):

“Porque ciertamente vosotros sois fraguadores de mentira; sois todos vosotros médicos nulos. Ojalá callarais por completo, porque esto os fuera sabiduría. […] Vuestras máximas son refranes de ceniza, y vuestros baluartes son baluartes de lodo” (vers. 4, 5, 12).

Es que realmente hay “consejeros” que harían bien en callarse la boca antes que pontificar diagnósticos y soluciones simplistas, prejuzgadoras y erróneas hacia sus aconsejados. Es el típico error –como lo señalamos en otras oportunidades– de aquel que tiene una teoría en su cabeza, un esquema mental a priori de cómo son las cosas, y aplica indiscriminadamente este esquema a las problemáticas de las personas a las que intenta ayudar, sin penetrar en la singularidad de la persona, sus condiciones y sus circunstancias. Y en este error no solo incurren algunos consejeros del área de la salud mental (psicólogos, psiquiatras, etc.), sino también –y especialmente– consejeros religiosos (pastores, ancianos de iglesia, hermanos en general), pues cuentan con una “virtud” que puede ser, a su vez, su mayor defecto: como creen en el carácter divino e infalible de la Revelación Bíblica (y de otros escritos que consideran inspirados), no distinguen que el hecho de que sean grandes estudiosos de estas revelaciones infalibles de Dios no significa que SUS INTERPRETACIONES Y APLICACIONES de estas revelaciones sean infalibles. Así, no tienen la humildad y la generosidad de adentrarse en el universo de la persona a la que pretenden aconsejar, y hasta cierto punto faltándole el respeto pretenden dar la solución infalible a su problema.

Haríamos todos bien en acatar el refrán popular: “Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio” (Proverbio de la India)”.

Nuevamente insistimos: cuando alguien está sufriendo mucho, lo que necesita no es tanto palabras sino una presencia amiga, acompañamiento, gestos de apoyo y cariño. A veces hablamos demasiado; creemos que tenemos que estar siempre “predicando”.

FE VERDADERA VERSUS RECHAZO DE DIOS

Las expresiones de Job hacia Dios no son lineales, “íntegras”, sino que hay una permanente “contradicción” o “tensión”, propias de aquel que sufre mucho y se debate entre sus dudas y malestar hacia Dios, y su deseo y voluntad de creer a pesar de los pesares. Es que la fe parece ser, entonces, más que un “estado” pacífico y sereno de absoluta confianza en Dios, una “lucha” por aferrarse de Dios a pesar de todo. Parece ser un remitirse a Dios siempre, atravesando la espesura del dolor y la duda:

“Mas yo hablaría con el Todopoderoso, y querría razonar con Dios. […] He aquí, aunque él me matare, en él esperaré; no obstante, defenderé delante de él mis caminos. […] He aquí ahora, si yo expusiere mi causa, sé que seré justificado. ¿Quién es el que contenderá conmigo? Porque si ahora yo callara, moriría. […] Llama luego, y yo responderé; o yo hablaré, y respóndeme tú. ¿Cuántas iniquidades y pecados tengo yo? Hazme entender mi transgresión y mi pecado. ¿Por qué escondes tu rostro, y me cuentas por tu enemigo? ¿A la hoja arrebatada has de quebrantar, y a una paja seca has de perseguir? ¿Por qué escribes contra mí amarguras, y me haces cargo de los pecados de mi juventud?” (Job 13:3, 15, 18, 19, 22-26).

Como decíamos en lecciones anteriores, Job parece participar también del concepto de que el dolor es un castigo directo de Dios por pecados propios o de los ancestros. Pero su disgusto es porque, por más que él se reconozca pecador en el sentido ontológico (el pecado forma parte de su naturaleza, como todos; y lógicamente no es un ser perfecto en el sentido absoluto de la palabra), TIENE LA CONCIENCIA LIMPIA. Sabe que es un hombre que, con sinceridad, ha tratado siempre de ser una buena persona, de comportarse con integridad, honestidad, pureza e incluso solidaridad hacia el necesitado (como veremos en lecciones siguientes). Y entonces no se explica por qué Dios lo está castigando (en su concepto semítico, es tan fuerte la idea de la soberanía de Dios que cree que todo lo que sucede en el mundo es por voluntad divina, incluso el dolor; no parece ser consciente del concepto del Conflicto Cósmico).

Job no está dispuesto a que, además de haber perdido a su familia, a sus siervos, sus bienes y aun su salud, le arrebaten lo único que le queda, su gran riqueza, que es la conciencia de su integridad moral, su honor. Y –aunque esto nos pueda parecer un tanto egocéntrico o aun legalista–, está dispuesto a defenderla incluso ante Dios. Pero pide algo que, en realidad, representa muy bien el sentimiento y el anhelo que todos tenemos frente al dolor: el deseo de encontrarnos cara a cara con Dios, de poder dialogar con él, de pedirle explicaciones, de poder incluso protestarle, pero siempre con la ilusión escondida de que si pudiéramos tener ese encuentro se verían calmadas todas nuestras quejas y dolores, ante la presencia augusta, infinitamente sabia y bondadosa del Creador. Es el gran anhelo del alma, la mayor aspiración del espíritu humano: el encuentro y el diálogo con Dios.

Por eso, el Pr. Roberto Badenas tiene la siguiente brillante reflexión acerca de la verdadera naturaleza de la fe:

“Desde esta perspectiva, lo contrario de creer no es dudar, sino rechazar. Por eso la falta más grave, la que Jesús denuncia más enérgicamente, es la indiferencia o el desprecio. El rechazo de Dios –llamado ‘el pecado contra el Espíritu Santo’– suele llevar al endiosamiento de uno mismo, y el desprecio del otro puede llevar a cualquier crimen. Casi podríamos decir que la falta de respeto es la esencia del mal” (Encuentros, p. 88). Y “¿Qué es, en realidad, la fe? […] Quizás ‘adhesión’ sea la palabra. Porque adhesión implica compromiso y entrega, sin que se requiera comprensión total. Es posible confiar en alguien sin comprenderlo del todo. Uno puede ponerse de parte de Dios aun sin entender su silencio” (ibíd., pp. 86, 87).

La fe verdadera, entonces, implica un aferrarse de Dios, porfiar en buscarlo, AUN A PESAR DE NUESTRAS DUDAS Y DE NUESTRO DISGUSTO por causa del dolor, porque sabemos que, en última instancia, en él están las respuestas al escándalo del mal, su solución definitiva, y las fuerzas que necesitamos para soportar hasta que llegue la liberación.

LA FUERZA DE LA ESPERANZA

El versículo central, en realidad, de la lección de esta semana, es el que se encuentra en Job 13:15:

“He aquí, aunque él me matare, en él esperaré”.

Sin embargo, si usted es un estudioso de la Biblia, que compara distintas versiones, habrá observado que no todas ellas rinden de esta forma esta expresión de Job. Por ejemplo, la Nueva Versión Internacional lo vierte así:

“¡Que me mate! ¡Ya no tengo esperanza!”

El sentido es exactamente el opuesto a la expresión de esperanza que tantas veces hemos citado de Job 13:15. ¿Cuál es la traducción correcta?

El Comentario bíblico adventista, al comentar este versículo, nos ofrece la siguiente explicación, que es bueno que conozcamos:

En él esperaré.

“Es posible traducir el hebreo de esta frase de dos diferentes maneras: (1) ‘en él esperaré’, (2) ‘no esperaré’. La diferencia reside en el deletreo de la palabra hebrea lo’ (לֹא) traducida ‘en él’. Lo’ significa ‘no’; es el adverbio de negación común en hebreo. Para traducirlo ‘en él’, normalmente la ortografía sería lo (לוֹ). Sin embargo, la manera en que lo rinde la RVR está sostenida por la LXX, la Vulgata, la Siríaca y los Tárgumes. En el mismo texto masorético se indica que lo’ (לֹא) debe leerse lo (לוֹ). Se reconoce como error de copia, pero la santidad del texto no permite modificar ni una letra de él, por lo cual se señala la corrección en el margen. El mismo problema aparece en Éxo. 21:8; Lev. 11:21; 25:30; 1 Sam. 2:3; 2 Sam. 16:18.

“Al leerse ‘en él esperaré’, se percibe el primer peldaño en la escalera por la cual Job emerge del abismo de la desesperación. ‘Desde las profundidades del desaliento, Job se elevó a las alturas de la confianza implícita en la misericordia y el poder salvador de Dios. Declaró triunfalmente: He aquí, aunque él me matare, en él esperaré’ (PR 120)”.

De manera, entonces, que queda intacta esa expresión extraordinaria de fe de Job: “Aunque él me matare, en él esperaré” (Job 13:15). Esto nos suena muy parecido a lo que, siglos después, los tres jóvenes hebreos le dijeron a Nabucodonosor: “He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (Dan. 3:17, 18).

Es decir, no importa mi destino EN ESTA TIERRA; sé que Dios es más grande que mis circunstancias y que esta corta vida terrenal. Y aun cuando mi suerte última aquí sea la tumba, sé que hay un más allá que me espera, en manos de Dios. Este versículo, al igual que el de Job 19:25 y 26, que veremos más adelante (“Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios”), parece darnos indicios de que Job tenía conciencia de la promesa de la resurrección y de la vida eterna.

Y es que, en realidad, lo que nos puede sostener en medio del dolor es siempre la esperanza: saber que hay un futuro mejor, que nuestra vida no se resume y circunscribe solamente ni definitivamente al momento doloroso por el que estamos atravesando, sino que hay una salida. ¿Cómo puede aguantar la “insoportable levedad del ser” (Milan Kundera) el ateo, el incrédulo, para quien esta vida, con todos sus dolores y miserias, como diría el ya citado Dr. House, “es todo lo que tenemos”?

Pero, gracias a Dios, el creyente sabe QUE HAY UN FUTURO en su horizonte, que hay una esperanza. Y, si Job, que no parece tener tanta información revelada como la que nosotros tenemos, pudo mirar hacia adelante sabiendo que en Dios hay un futuro mejor, cuánto más nosotros, que tenemos toda la Revelación escrita en la Biblia, con la cruz de Cristo y sus innumerables promesas llenas de esperanza, podemos mirar hacia adelante con optimismo y alegría.

Que la “bienaventurada esperanza” (Tito 2:13) del retorno de Jesús, y las glorias que vienen con él, nos sostenga en nuestro peregrinaje en la Tierra, en medio de nuestras luchas, sabiendo que estamos rumbo a un mundo mejor, de felicidad inefable, de dicha sin fin.

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2 Comentarios

  1. Walter Arias Schilman

    Estimado Pablo, como cada viernes… agradecido!

    Responder
    • Pablo M. Claverie

      Muchas gracias, Walter! Y muchas bendiciones!!

      Responder

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