MINISTERIO URBANO EN EL TIEMPO DEL FIN

13 septiembre, 2016

Comentario lección 12 – Tercer trimestre 2016

La lección de esta semana presenta la preocupación que debe tener la iglesia por el cumplimiento de la misión en las ciudades. Misión que tiene un doble aspecto: atender las necesidades terrenales de la gente (necesidades sentidas) y las espirituales (no siempre sentidas, pero tan reales y acuciantes como las otras).

Como bien se señala en la Guía de Estudio de la Biblia, hoy la mayor parte de la gente vive en las ciudades, lo que hace que sus características sociológicas, y sus consecuentes problemáticas, sean particulares, en algunos aspectos o grados distintas de las de quienes viven en zonas rurales.

ALGUNAS CARACTERÍSTICAS SALIENTES DE LA GENTE URBANA

Se podrían mencionar muchas, pero quisiera destacar tres que se mencionan en la lección:

1) Multiculturalidad: cada vez más, las ciudades se convierten en un crisol de etnias, culturas, costumbres, y aun de “tribus urbanas” (conformadas por jóvenes que piensan, hablan, actúan y se visten de una forma particular, respondiendo a su grupo de pertenencia). No se puede, por lo tanto, “cortar a todos con la misma tijera”, y abordarlos de la misma manera.

2) Posmodernismo: si bien gracias a los medios de comunicación cada vez más vivimos en medio de una “aldea global” (aun los que viven fuera de las ciudades), en la que se universaliza la cultura (de influencia predominantemente estadounidense, a través del cine, la televisión, la música, etc.), el fenómeno de la Posmodernidad, con sus características propias, se potencia en las ciudades, especialmente las megaciudades (como San Pablo, Buenos Aires, Nueva York, etc.). Algunas de estas características, con distinta fuerza dependiendo de los individuos, son:

  1. Agnosticismo religioso: como, a diferencia de la Modernidad, el pensamiento posmoderno, que privilegia el sentimiento por sobre la razón, duda de la posibilidad de conocer con certeza la realidad, también duda de la posibilidad de saber si realmente Dios existe y se revela. El hombre posmoderno suele ser escéptico y nihilista.
  2. Relativismo: aplicado, por supuesto, a lo religioso, como también a lo moral. No hay absolutos ni filosóficos, ni religiosos, ni éticos. Cada uno construye su propia realidad y verdad, sin valores universales.
  3. Hedonismo/Sensualismo/Utilitarismo/Pragmatismo versus Principios/Ética del deber/racionalidad: lo que importa no es tanto ser bueno o hacer el bien, sino sentirse bien, pasarlo bien. Evitar el estrés a ultranza, incluso en cuanto a las decisiones morales. Lo que importa es hacer lo que uno siente, lo que le dicta el corazón, “como me salga”.
  4. Extraña paradoja entre el individualismo y el espíritu de masa (ética del consenso y esnobismo social): por un lado, el hombre posmoderno defiende sus derechos personales a ultranza, él parece ser el ombligo del mundo y el referente último de su realidad. Pero, por otra parte, suele responder a las distintas modas morales vigentes, a lo que piensa la sociedad sobre determinados temas (aborto, homosexualidad, relaciones prematrimoniales, etc.) (todo transmitido a través de los medios de comunicación y los centros del saber), y especialmente a lo que piensa su grupo de pertenencia. No tiene la valentía de desentonar del grupo en cuestiones éticas o de estilo de vida. En el fondo, es un conformista, aunque se autoproclame muy libre y rebelde.
  5. Aislamiento, alienación: Particularmente, en las ciudades, debido en gran medida a la delincuencia y a la habitación en edificios y la superpoblación, el hombre actual vive bastante aislado de su entorno, encerrándose en su departamento, y prefiriendo la realidad virtual (televisión, computadora, celular) al contacto con la gente y la vida real.
  6. Vulnerabilidad a corrientes religiosas orientalistas o carismáticas: como ambas privilegian lo sensorial y lo emocional por sobre la razón y el uso de la fuerza de la voluntad (autodisciplina), el hombre posmoderno y citadino es mucho más inclinado a “prenderse” en alguna religión de este tipo, antes que en aquellas que los estimula a un cambio en su estilo de vida y a un crecimiento moral, y que los insta al estudio de la Biblia y el uso de la razón.
  7. Exigencia de autenticidad: el hombre posmoderno, si bien tiene sus propias y grandes contradicciones, aborrece la falta de sinceridad, la hipocresía, lo subrepticio, y es muy agudo para detectar cuando hay segundas intenciones. Exige la transparencia, y prefiere a alguien que abiertamente hable de sus convicciones a quien las oculta tras un camuflaje de ayuda social para luego dar “el zarpazo” de introducir encubiertamente su mensaje proselitista.

PROBLEMÁTICAS DE LAS GRANDES CIUDADES

En parte por lo anteriormente dicho, el hombre de ciudad tiene un estilo de vida marcado por:

  1. Estrés: sobrecarga de horas de trabajo; tiempo de viaje empleado en atravesar la ciudad para llegar al empleo, no siempre en condiciones óptimas de comodidad; estudios; atención del hogar; actividades culturales.
  2. Sentimiento de soledad y de alienación: muchas relaciones superficiales por estar rodeado de muchas personas en el trabajo, los centros de estudio y la calle, pero pocas relaciones profundas.
  3. Desconfianza hacia el otro: producto, en gran medida, de la inseguridad que se vive en las calles, de la criminalidad, o las malas intenciones de la gente aprovechadora. Lo que lleva al hermetismo no solo psicológico sino también en cuanto a la vivienda (difícilmente le abrimos la puerta a un extraño).
  4. Mucha gente indigente o en situación de calle: producto de la superpoblación, el desempleo y la ignorancia (y en algunos casos de la desidia de los propios afectados).

SIEMBRA PACIENTE VERSUS IMPACTOS ESPORÁDICOS

Por tales características y problemáticas, la doble misión de la iglesia (la asistencialista y la específicamente religiosa) no puede llevarse a cabo mediante acciones solamente esporádicas, para producir un “impacto” momentáneo en la población. Porque los impactos no tienen la virtud de satisfacer las necesidades cotidianas de la gente sino solo causar un efecto ocasional, generalmente con fines proselitistas. Es el típico “Touch and go”. Y el evangelio, como venimos viendo en este trimestre, tiene que ver con interesarse realmente en la gente y sus necesidades, y tratar de tender una mano para ayudarla de manera concreta, efectiva y a largo plazo.

Esta siembra requiere, por supuesto, paciencia, tesón, perseverancia y la esperanza de que nuestros humildes esfuerzos tendrán su fruto, pero no sabemos cuándo. Hay tantos factores psicológicos, ideológicos y espirituales que se encuentran en el corazón de la gente que no basta con dar una serie de conferencias o estudios bíblicos eminentemente doctrinales para que se produzca el milagro de la conversión en las personas, como si fueran meras computadoras a las que les cargamos la información (la doctrina), y entonces responden mecánicamente. Es una obra compleja, que solo puede ser realizada en el corazón por la acción todopoderosa, iluminadora y subyugadora del Espíritu Santo, a través de hombres y mujeres que por sobre todas las cosas amen a la gente a la que quieren ayudar, y con sus actos de amor desinteresado muestren la realidad del evangelio. Esas obras de amor son, en realidad, el mensaje del evangelio, aquello a lo que apunta el fin último del mensaje de Cristo.

Por eso, no podemos ansiosamente estipular el tiempo de la cosecha. Nuestra tarea es sembrar fielmente, pacientemente, esperanzadamente; un trabajo de hormiga, dejando los resultados en manos de Dios, pero siendo sus instrumentos para invitarlos a aceptar a Jesús como su Salvador.

ADAPTABILIDAD

El gran principio de la salvación es el principio de la Encarnación: Jesús, para alcanzarnos, vino a nuestro terreno, se hizo hombre y habitó entre nosotros, no aisladamente de nosotros (Juan 1:14). De la misma forma, la misión de la iglesia se cumple compartiendo la vida de la gente, y sus intereses y gustos más legítimos (vida cotidiana, trabajo, estudios, recreaciones, entretenimientos, cultura).

Pablo entendió este principio cuando habló, en 1 Corintios 9, de hacerse “judío al judío; y al griego, griego”. Por lo tanto, no podemos conservar la mentalidad de hacer las cosas de determinada manera porque “siempre se hicieron así”; mantener las tradiciones eclesiásticas o evangelizadoras solo por una inercia cultural religiosa. Debemos estar dispuestos a los cambios necesarios y legítimos de ideas, planes, estructuras, allí donde haga falta, y atrevernos a innovar.

Como la misión de la iglesia es atender las necesidades humanas, nuestros métodos, estructuras y planes deben estar ideados y llevarse a cabo en función de estas necesidades, y no simplemente por mantener la inercia de lo establecido.

LA IMPORTANCIA DE LOS GRUPOS PEQUEÑOS

Precisamente por esta necesidad de amistad, de una verdadera conexión y de satisfacer el sentido de pertenencia, los grupos pequeños cristianos, algo tan sencillo y fundacional de la iglesia cristiana (así funcionaban los cristianos en la iglesia primitiva, no había ni templos cristianos ni grandes salones de reunión), son el clima más excelente en el que se puede alimentar la fe cristiana, cultivar amistades significativas y proclamar el evangelio. Mucha gente tiene grandes prejuicios con respecto a asistir a una iglesia –desconfía de todo lo que tenga sabor a institución religiosa– pero está dispuesta a ir a una reunión en casa de alguien que ha llegado a ser su amigo, o que lo invita a participar de este tipo de reuniones. Es el ambiente óptimo en el que se pueden cuidar “las ovejas”, escuchar sus necesidades, y brindar la contención emocional y humana que tanta gente necesita. Sin que esto minimice la importancia de cultivar la religión en los templos (la adoración congregacional), los grupos pequeños deberían convertirse en un estilo de vida para todos nosotros, en la medida de nuestras posibilidades.

Pero, por encima de todas las características urbanas o rurales de la gente, posmodernas o no, y de todas las trabas que esto pueda representar para la obra del evangelio, la misión cristiana siempre se lleva a cabo a fuerza de milagros; es decir, de la intervención de Dios. No son nuestra sabiduría, nuestras estrategias, nuestros planes, los que pueden realizar por sí solos esta tarea. Si bien tenemos que “exprimir” nuestros cerebros ideando planes y estrategias para alcanzar a la gente, atreviéndonos a implementar métodos diversos, novedosos, originales, y hasta un poco “locos”, confiemos en que el poder del Espíritu Santo está siempre actuando con nosotros, a través de nosotros e incluso sin nosotros o, en el peor de los casos, a pesar de nosotros. Oremos intensamente por las almas y estemos siempre a disposición de lo que el Espíritu de Dios quiere hacer a través de nosotros en favor de los necesitados.

 

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