ALERTA DE TORMENTA

RA Agosto 2016 - Nota de tapa

1 agosto, 2016

Lo que todo creyente necesita conocer

Cómo encontrar calma en medio de las tormentas de la vida.

Y sin embargo, el Protector de Israel estaba dormitando; su respiración se movía al son de las calmadas olas.

Molido de cansancio, casi incapaz de levantar su mano una vez más para bendecir o sanar a otro ciego, Jesús hubiera querido encontrarse personalmente con los cientos que habían esperado su toque durante horas. Ahora, se había marchado (Mar. 5:20), tan rápidamente como el sol se escondía detrás de las colinas purpúreas. Su humanidad se había hundido en el breve olvido del sueño, mientras los demás dirigían el bote. Su Padre guardaría a Israel esa noche.

Pero las colinas están llenas de ojos; no todos ellos humanos. Desde algún lugar del oriente, detrás de las tumbas donde deambulan los locos y los cerdos todavía curiosean entre el pasto, seres sobrenaturales estudian cada movimiento del bote de madera, cada golpe de remo sobre el plácido lago, cada beso del viento que llenaba la vela inflada.

Lucifer y su legión encontraron detestable la paz de aquel atardecer. Los corazones que florecen en el caos no pueden soportar la calma de la gracia. Y, cuando el bote que navegaba en dirección al este se aproximó a las profundidades del lago, el adversario finalmente alteró el denso silencio.

“Tenemos una oportunidad”, gruñó. Y los ángeles caídos salieron corriendo a implementar su estrategia. “Si perturbamos la paz, si aceleramos el viento, si generamos una tempestad como la que nunca se vio en este lago, podremos lanzar a las profundidades más frías de Galilea tanto al bote como a todos sus tripulantes”.

La malicia era mortal y eterna. Siempre fue el propósito del diablo poner fin a su mayor rival antes de que Jesús pudiera llevar a cabo el rescate del ser humano. “El príncipe del mal hizo cuanto pudo y empleó toda su astucia para matar a Jesús, pues vio que la misericordia y el amor del Salvador, su compasión y su tierna piedad estaban representando ante el mundo el carácter de Dios”.1

El príncipe de los poderes del aire tenía más que brisas bajo su manga. “Tiene estudiados los secretos de los laboratorios de la naturaleza y emplea todo su poder para dirigir los elementos en cuanto Dios se lo permita”.2 Una corriente ascendente aquí, una nube en formación allí, una conjunción diabólica de topografía, una noche fría y una caída de la presión atmosférica ofrecieron a Lucifer lo que le debió haber parecido su oportunidad más preciosa de poner fin a la vida del Salvador. No cambiaba nada, para el diablo, el que una docena de entumecidos discípulos, y los que estaban en muchos otros barcos rezagados, también vieran su fin. A su destructividad no le interesaban esos cálculos.

RA Agosto 2016 - frase000Y entonces la tormenta comenzó. Primero, con los cambios casi imperceptibles en la dirección y la fuerza del viento, que hicieron que el hombre que llevaba la caña del timón tuviera que trazar un nuevo recorrido sobre el lago (primero hacia el norte, luego hacia el sur), a fin de poder aprovechar el viento sobre la vela. Por sobre la colinas de Genesaret, la neblina de la noche se convirtió en una, luego veinte y después doscientas nubes, hasta que una turbulenta masa de viento quedó concentrada, amplificada y dirigida hacia los minúsculos botes que estaban a más de siete kilómetros de allí. Todo elemento de la agitada noche fue usado por Satanás. La furia reprimida por milenios sopló fría y caliente, y luego más caliente, hasta que un ciclón digno de ciertas costas lejanas descendió con fuerza amarga y demoledora.

Conocemos bien la historia; demasiado bien, diría. Despreocupados, todos los seguidores de Jesús habían pasado por alto las señales de que algo estaba a punto de suceder. Envueltos en la falsa seguridad de la monotonía y la miopía, los Doce no habían podido reconocer las advertencias de aquel que era su Salvador. Estaban más seguros de sí mismos de lo que debían, y sumaban paz con cada golpe de remo. Bajaron la guardia, cuando subir la guardia era justo lo que necesitaban.

¿Qué señales había de que se acercaba una tormenta? Ninguna que ellos pudieran ver, sentir u oler; no había presagios en el aire, ni se les estaba por caer el cielo encima. “Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación” (2 Ped. 3:4). Ni se habían imaginado todavía que ellos y aquel a quien seguían estaban en el centro de una crisis mayor que el lago, su medio de subsistencia, o incluso sus vidas. Habían pasado por alto el claro significado de todo lo que Jesús les había tratado de decir, pensando que las controversias con los sacerdotes y los ancianos eran todo lo que realmente importaba.

RA Agosto 2016 - frase001Pero había, y todavía hay, un conflicto más grande de lo que sabemos. Incluso ahora la neblina se está levantando, arremolinándose sobre los picos de los así llamados eventos cotidianos. Las corrientes de aire ascendente de la falsa retórica, el aire helado de las economías desinfladas –cortina de nubes de la politiquería de siempre–, el calor de la sangre derramada sobre los adoquines por algún nuevo ataque suicida (¿dónde habrá ocurrido hoy?), son los formadores de una “tormenta”. Son las advertencias, a menudo inadvertidas, de que nada es lo que parece. “Cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán” (1 Tes. 5:3).

El génesis de las tormentas

¿Cómo se generan las tormentas? Los meteorólogos de la sede del canal de pronósticos Weather Channel dan una serie de variables.

“Estas son algunas de las cosas que debería saber acerca de las tormentas –dijo pacientemente, como si estuviera acostumbrado a tratar con legos acerca de su ciencia–. Las peores tormentas en el mundo están en los Estados Unidos y en Bangladesh”; irónicamente, dos países con economías totalmente opuestas, gran disparidad en riqueza, e incluso diferencias mayores con respecto a su capacidad de recuperación tras las catástrofes. La peor tormenta de los Estados Unidos (Katrina, en el año 2005) se cobró 1.464 vidas. El ciclón Bhola de noviembre de 1970 produjo 500 mil muertes en el delta inundado de Bangladesh.

Aparentemente, para los que saben, el planeta es una vasta y considerable tormenta, en un constante proceso de formación, reconfiguración y desarme. No existe un solo momento de “buen tiempo”, porque incluso los días de sol y brisa agradable son precursores de tormentas del otro lado del mundo. Todos los momentos de aparente quietud son, en verdad, solo la calma que antecede al incesante ritmo de tormentas en formación.

Pero, específicamente, ¿cuál es la secuencia de una tormenta y cuál sería la primera señal de su inminencia? ¿Serían nubes arremolinándose a la distancia, o el viento que bambolea los pinos?

¿Y qué, con respecto a creencias populares, tales como la ausencia del canto de los pájaros, las vacas que se echan al piso a mediodía o el famoso dolor en los huesos de la abuela? ¿En qué medida las tormentas son el resultado de los cambios de humedad, a medida que los desiertos y los bosques lluviosos ofrecen su “tira y afloje”? ¿O es que la baja repentina de la presión barométrica es la señal más clara de cambio?

“En verdad, depende de la zona del mundo en la que se viva –comentan los meteorólogos de manera evasiva–. Los cambios se dan de manera casi simultánea: en la presión del aire, las nubes y los vientos”. La creencia en un patrón secuencial predecible es, aparentemente, tan poco fiable como, bueno… como el tiempo.

“Los cambios se dan de manera casi simultánea”. Los que se apoyan en un proceso invariable de señales de advertencia de tormentas rápidamente se darán cuenta de su error, dado que es la convergencia de condiciones, no la secuencia, lo que toma por sorpresa a los más experimentados meteorólogos. Esperar a que la naturaleza nos advierta de sus planes de hacer estragos en la naturaleza –o en nuestra vida– es la manera más segura de equivocarse, y de no estar preparados para la crisis que muy pronto estará sobre nuestra cabeza.

Y así también sucede con los eventos políticos, económicos y ambientales que se desarrollan rápidamente, en señal de que nuestro mundo se está dirigiendo hacia un estado que va más allá de “lo normal”. La gran crisis predicha en la profecía bíblica, y enfatizada por el Espíritu de Profecía, con certeza no ajustará su ritmo para que sincronice con nuestras líneas o esquemas de tiempo, por más elaborados que sean.

Dado que el diablo se deleita en tomar por sorpresa a la humanidad, y barrer a cuantos pueda para siempre, ¿deberíamos esperar que los eventos finales sean tan medidos, moderados y fáciles de describir? No; de hecho, “las agencias del mal combinan y consolidan sus fuerzas para la gran crisis final. Grandes cambios están a punto de producirse en el mundo, y los movimientos finales serán rápidos”.3

“Satanás obra asimismo por medio de los elementos para cosechar muchedumbres de almas aún no preparadas. […] Ejerce su poder en todos los lugares y bajo mil formas: en las desgracias y las calamidades de mar y tierra, en las grandes conflagraciones, en los tremendos huracanes y en las terribles tempestades de granizo, en las inundaciones, en los ciclones, en las mareas extraordinarias y en los terremotos. Destruye las mieses casi maduras, y a ello sigue la hambruna y la angustia; propaga por el aire emanaciones mefíticas, y miles de seres perecen en la pestilencia. Estas plagas irán menudeando más y más, y se harán más y más desastrosas”.4

RA Agosto 2016 - frase003La experiencia de los seguidores de Guillermo Miller –que conformaron el núcleo de la Iglesia Adventista del Séptimo Día– hace más de 150 años nos recuerda cuán fácilmente incluso los más devotos puede estar equivocados, cuando asumen que su comprensión de la profecía bíblica (y su cumplimiento en su tiempo) está completamente libre de errores. Solo en el período posterior al Gran Chasco de octubre de 1844 llegaron a comprender que, si bien la profecía bíblica de los 2.300 años era verdadera, su interpretación inicial de esa profecía era falible y corta de miras. Así que, en nuestra propia era, los que aseveran confiadamente que algunos eventos políticos, un desastre natural o el estallido de una guerra es un indicador incontrovertible de una “fecha indisputable” para la segunda venida de Jesús casi con certeza experimentarán tanto la vergüenza pública de estar equivocados como la angustia privada de no haber visto cumplidas sus expectativas.

Las verdades atemporales de la profecía bíblica con certeza tendrán su gran cumplimiento: “Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mat. 5:18).

Pero el cumplimiento de estas palabras inspiradas está relacionado con la afirmación de la fidelidad de Dios, no con la confirmación de la precisión de sus seguidores. Por lejos, es mejor decir, como Miller mismo concluyó: “Me he concentrado en otro tiempo, y allí permaneceré hasta que Dios me dé más luz. Y ese momento es Hoy, Hoy y Hoy, hasta que él venga, y vea a aquel a quien mi alma anhela”.5

Nuestro lugar en la tormenta

La espeluznante tormenta descrita en Marcos 4 nos recuerda las lecciones de vida que aprendieron los que enfrentaron aquella tormenta en un bote hundible. “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Cor. 10:11).

La primera de ellas es el valor de prestar atención. Si bien tenemos que admitir que algunos creyentes se han vuelto hipervigilantes, y conectan los puntos entre cada itinerario papal o los últimos dictámenes de la Suprema Corte de los EE.UU. con su comprensión de los eventos que precederán a la segunda venida de Cristo, el mayor peligro es la conjetura de que todo continuará siendo igual, y de que no puede suceder algo que cambie la historia para siempre dentro de, digamos, los próximos cinco años.

Jesús mismo reprendió a los líderes con mayor visión de futuro de su sociedad por su falta de atención a los grandes eventos que él había inaugurado. Consumidos por la cotidianeidad de sus ocupaciones, perdieron de vista las advertencias de la tormenta que estaba a punto de cernirse sobre sus cabezas: “Mas él respondiendo, les dijo: Cuando anochece, decís: Buen tiempo; porque el cielo tiene arreboles. Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles el cielo nublado. ¡Hipócritas! que sabéis distinguir el aspecto del cielo, mas las señales de los tiempos no podéis” (Mat. 16:2, 3).

La preocupación por los asuntos de la vida diaria persuadió a los residentes del mundo antediluviano, que nunca habían visto una tormenta, de que la idea de la crisis que Noé predicaba era infundada y sin precedentes. Pero, para todos, menos para Noé y los miembros de su familia inmediata, el tiempo de prueba para el mundo se cerró bajo un cielo claro y una puesta de sol gloriosa. Esta es una advertencia, para los que llegamos a los confines de los siglos, de que la confianza infundada en la paz y la seguridad es, en sí misma, una señal de los tiempos.

En estos mismos momentos, las economías nacionales que eran el orgullo de los mercados de valores de Nueva York, Londres y Tokio, solo doce meses atrás, ahora se están balanceando sobre el abismo. Algunas monedas han logrado apenas mantenerse a flote; otras directamente se han hundido. Los precios de los combustibles, que mantienen en marcha nuestro mundo, se han derrumbado a más de la mitad; pero aun así, la así llamada recuperación, en el mejor de los casos, es tímida. Las alianzas políticas y militares, rápidamente cambiantes, han convertido a muchas fronteras nacionales en meras líneas trazadas en la arena, a medida que miles de migrantes desplazados sobrecargan las infraestructuras del pasado. El tribalismo, alguna vez considerado una reliquia del siglo pasado, ha encontrado nuevo poder en Asia, África, Europa, e incluso las Américas, tal como la actual situación política bien lo ilustra.

Si bien no hay nada de malo en amar la paz y las puestas de sol multicolores, nunca deberíamos cometer el error de asumir que nada cambiará en la noche; o de que nos espera una navegación sin sobresaltos. Prestar atención requiere la sensata interacción tanto de los hechos como de la fe: todo, con el objetivo de no ser sorprendidos por lo que seguramente golpeará al despreocupado mundo que nos rodea. El apóstol Pablo nos anima a permanecer en esta alerta: “Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón. Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas” (1 Tes. 5:4, 5).

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Permanecer en el bote

Al menos tan importante como permanecer alerta es el valor del compañerismo, de la fidelidad, el permanecer cerca de Jesús. Aquellos a quienes Juan describe en el Apocalipsis como entre los redimidos “siguen al Cordero por dondequiera que va” (Apoc. 14:4); incluyendo hasta sobre el bote, aun cuando eso parezca desacertado por los críticos o por la creencia popular.

En la versión de Marcos de la tormenta en el lago, encontramos a los discípulos remando y tratando frenéticamente de achicar el agua dentro del bote, en parte porque no comprendían el poder de aquel junto a quien navegaban. La mayoría de los hombres en el bote esa noche era pescadores consumados, con largos años de experiencia en toda clase de condiciones climáticas sobre el lago. Pero nada en su experiencia los había preparado para la violencia y el drama de esos momentos. Estaban convencidos de que se iban a hundir hasta el fondo del lago, para descansar por siempre entre los peces que solían atrapar. Mientras tanto, Jesús yacía plácidamente dormido en la popa del barco, completamente ajeno a toda la conmoción y el pánico que lo rodeaba.

Es suficiente decir que estaban furiosos con él. Dado que ellos estaban experimentando una emergencia en su vida, asumían que él también debía estar experimentándola. Y, como continuó durmiendo mientras ellos seguían en pánico, finalmente lo despertaron y le dijeron, a la buena usanza galilea: “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” (Mar. 4:38).

Eran palabras duras para ser dichas a Jesús. Durante meses, él había mostrado su profundo afecto por ellos en incontables actos de generosidad y consideración. Había tratado de enseñarles con paciencia acerca de Dios, cuando sus mentes estaban centradas en lo terrenal. Los había rescatado, cuando se habían metido a sí mismos en peligros y situaciones embarazosas. Había mediado en sus incesantes pujas entre sí acerca de quién terminaría en la posición más elevada, y les había dado la primera tarea verdaderamente noble que cualquiera de ellos haya tenido.

Y ahora, allí están, acusando a Jesús de no preocuparse lo suficiente por ellos. Expresaban su indignación porque en medio de una tormenta que ellos creían insufrible él estaba durmiendo de manera imperturbable.

Conocen bien la historia. Cuando Jesús terminó de calmar la tormenta (algo que debió de haberle tomado unos tres segundos), se volvió a ellos y les recordó nuevamente cuán poco comprendían los ritmos de su vida: “¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?” (vers. 40).

Si hubieran estado a tono con Jesús; si hubieran estado en armonía con Jesús; si hubieran estado viviendo su vida al ritmo de la vida de él, habrían sabido que nada malo podía pasarles a menos que Jesús lo permitiera.

Si hubiesen valorado plenamente el privilegio de estar en compañía de Jesús, habrían sabido que el lugar más seguro de todo el universo en ese momento era realmente en ese bote a punto de hundirse en medio del mar de Galilea, porque Jesús estaba en él.

Y ¿qué acerca de ti? ¿Estás ansioso hoy? ¿Estás temeroso, y clamando a Dios que “haga algo”; que traiga una solución; que intervenga de alguna manera en tu vida o en la vida de tus seres queridos? ¿Te parece, a veces, que Jesús debe de estar durmiendo, que no está escuchando tus oraciones urgentes y fervientes? ¿Te encuentras con frecuencia a punto de “reprender a Dios”; de decirle cuán indiferente parece estar, cuán desinteresado parece ante las emergencias y las crisis de tu vida cotidiana?

Si alguna de estas cosas se aplica a ti, entonces es tiempo de detenerte a preguntarte si la vida que estás llevando es la vida de un discípulo. Tu vida ¿se mueve al ritmo de la vida de Jesús? ¿Disfrutas de pasar tiempo a solas con él cada día? ¿Buscas con frecuencia tiempo para dedicar a tu familia, a tus amigos, para adorar y para “renovar experiencias”? ¿Estás viviendo tu vida al ritmo de la de Jesús o estás danzando frenéticamente al son rápido de nuestra generación secularizada y sin descanso?

Jesús, el gran Rabí de tu vida, te dice hoy lo que una vez dijo a sus nerviosos y aterrorizados discípulos: “Venid a mí […] y yo os haré descansar” (Mat. 11:28). ¿Puedes escucharlo hoy? ¿Puedes aquietar lo suficiente tu alocado corazón y tus exhaustos nervios, para escuchar verdaderamente su invitación?

¿Puedes apartar de tu mente la interminable lista de tareas por hacer en tu vida? ¿Puedes alejarlas lo suficiente como para escuchar la voz de aquel que te ama con amor eterno?

“Te daré descanso”, dice Jesús. “Y no solo descanso en cama durante la noche, para que puedas dormir como un niño con limpia conciencia, sino te daré, también, descanso en medio de todo el mundo agitado y frenético que te rodea. Te susurraré, cuando todo lo demás en tu vida esté gritándote órdenes o ladrándote. Te sanaré de esa horrible enfermedad que te hace pensar que debes tomar absolutamente todo en tus manos y luchar para hacer que funcione.

“Te enseñaré cómo dormir en medio de noches tormentosas, y cómo encontrar paz real en medio del estruendo del trueno”.

Hace más de un siglo, Elena de White miró hacia nuestros días… y también nuestras noches. “Se avecina una tormenta de furia incontenible. ¿Estamos preparados para afrontarla? No necesitamos decir: Los peligros de los últimos días pronto han de venir sobre nosotros. Ya han llegado”.6

La tormenta que está frente a nosotros no es ficticia ni evitable. Quizá pueda sorprendernos, tal como la tormenta sobre Galilea sorprendió a los discípulos de Jesús, con todo su espanto y poder. Todo lo que pueda ser sacudido será removido. Deberíamos estar acostumbrándonos a los vientos huracanados y al crujido del entablado bajo nuestros pies. Todo lo que parece seguro ahora demostrará ser ilusorio. “Y toda isla huyó, y los montes no fueron hallados” (Apoc. 16:20).

Pero nunca somos abandonados o dejados a merced de las borrascosas olas. El que comenzó esta gran obra –en este movimiento remanente y en nuestra vida– cumplirá su promesa de terminarla. El que se levanta sobre la popa extendiendo su mano salvadora sobre el caos, y que aquieta nuestro corazón, “es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Col. 1:17).RA

POR: Jared Thurmon y Bill Knott


Referencias:
1 Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 491.
2 ______________, Consejos sobre la salud, p. 458.
3 _____________, Exaltad a Jesús, p. 350.
4  ______________, Consejos sobre la salud, p. 458.
5 Guillermo Miller, The Midnight Cry, 5 de diciembre de 1844, pp. 179, 180.
6 White, Reflejemos a Jesús, p. 303.

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