RECONCILIACIÓN

2 marzo, 2016

¿Cómo obtener la paz con Dios?

Cuando irrumpió el pecado en el mundo, hubo una ruptura dolorosa entre Dios y el hombre. No obstante, gracias a Jesucristo, ahora podemos disfrutar de una relación de armonía con Dios.

La misión del Señor Jesucristo tenía por objeto resolver el problema del pecado, que ha traído separación entre el Creador y el hombre. Dice la Escritura: “Son las iniquidades de ustedes las que han creado una división entre ustedes y su Dios. Son sus pecados los que le han llevado a volverles la espalda para no escucharlos” (Isa. 59:2).

Por lo tanto, la misión de Jesús fue resolver este gran dilema, aquello que había causado la separación entre Dios y la humanidad, y volver a unir lo que el pecado había separado.

Así, la Biblia emplea diferentes imágenes literarias con el fin de describir los logros que Jesús alcanzó en su misión de rescate de la humanidad.

Una de esas imágenes es la palabra “JUSTIFICACIÓN”, que proviene de la corte legislativa, del ámbito legal. Se aplica, por ejemplo, cuando el juez pronuncia un veredicto.

Otra figura es la palabra “REDENCIÓN”, que se usaba en el área de los negocios: se pagaba un precio para redimir a un esclavo o a un prisionero. Pero, sin duda, la palabra que mejor explica la obra de Cristo en toda su dimensión es “RECONCILIACIÓN”. Este vocablo es la traducción del griego katallagué, palabra que significa, básicamente, “cambio” o “intercambiar algo”. Este término se usaba para el intercambio de dinero, y llegó a significar el intercambio que se llevaba a cabo cuando dos personas resolvían sus diferencias y recuperaban la amistad. Es decir, un intercambio de enemistad por una nueva amistad.

Entonces, la reconciliación en la Biblia tiene que ver con tres momentos:

  1. La existencia de una amistad previa.
  2. La ruptura de esa amistad.
  3. La restauración de la amistad, cuando se ha resuelto la causa de la separación.

Esto suele ocurrir con frecuencia en las relaciones humanas. Dos personas que han gozado de una buena amistad, por ejemplo, tienen un disgusto que las mantiene distanciadas; de alguna manera, pueden resolver el problema de forma satisfactoria y, por consiguiente, queda restaurada la amistad. Hay una reconciliación que se manifiesta en una nueva actitud entre las personas previamente distanciadas.

Algo similar ha ocurrido en las relaciones entre Dios y el hombre. En el principio existían buenas relaciones entre ellos; es decir, una verdadera amistad. Pero hubo una ruptura, una dolorosa separación causada por el pecado. ¿Cuál es, en esencia, la naturaleza de esta separación? El pecado, ¿separa al hombre de Dios o a Dios del hombre? ¿O, tal vez, podría afectar a ambos? El apóstol Pablo nos ayuda a entender mejor este concepto. En el primer capítulo de la Epístola a los Romanos, en los versículos 16 y 17, expone como en una cápsula la tesis de su carta, cuando dice que el evangelio “es poder de Dios para salvación”, y que “en el evangelio se revela la justicia que proviene de Dios”. Inmediatamente después, al comenzar a explicar por qué es necesario el evangelio, da dos razones: la ira de Dios y el pecado del hombre. Notemos: “La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad y maldad de quienes injustamente retienen la verdad” (Rom. 1:18). Lo que debía resolverse era, por un lado, la ira de Dios, y por otro, el pecado del hombre.

destacado-reconciliacionLos autores bíblicos no crearon un nuevo vocabulario con el fin de explicar la obra de Dios, sino que usaron palabras del vocabulario común y le dieron un sesgo diferente para explicar lo que querían decir. La palabra “ira”, refiriéndose a la ira de Dios, se encuentra con mucha frecuencia tanto en al Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento. En el Nuevo Testamento hay dos palabras que se traducen como ira o enojo: una es orgé y la otra thumos. De la palabra thumos provienen las palabras “termómetro” y “termo”, que significa apasionamiento, una condición emocional, una explosión momentánea de ira. Es la palabra que se encuentra en Lucas 4:28, donde se describe la reacción de quienes se disgustaron con Jesús al oírlo hablar en la sinagoga: “Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron” (“se llenaron de ira”, literalmente).

La palabra orgé describe, más bien, una actitud firme de la mente, un impulso natural. No se refiere a algo repentino o descontrolado. Juan el Bautista, el precursor de Jesús, dijo a los fariseos y los saduceos que se acercaron a escuchar: “¿Quién les dijo que podrán escapar del castigo [“de la ira”, literalmente] que se acerca?” (Mat. 3:7). Orgé es la palabra que se usa normalmente para referirse a la ira de Dios. La ira de Dios no es enojo, pasión irracional o arrebato, sino que señala una dimensión del carácter de Dios que es tan real como su amor: su santidad, su justicia, que no le permite tolerar el pecado.

¿A qué se refiere la Biblia cuando habla de la ira de Dios? La ira de Dios es, por lo tanto, la reacción natural e inevitable de un Dios santo y justo ante todo lo que es pecado e injusticia. Es la respuesta divina al pecado y la desobediencia.

Cuando el apóstol dice que el Padre ofreció a Cristo como “un sacrificio de expiación” (Rom. 3:25), la palabra que se traduce como sacrificio de expiación proviene del griego hilasterion, y significa literalmente “propiciación”. Es la palabra que se usaba en el mundo antiguo para referirse a lo que requerían los dioses de parte de sus seguidores. Los dioses se enojaban, retenían las bendiciones, por lo que era necesario apaciguarlos, calmar su ira.

El apóstol Pablo usa la misma palabra para decir que Dios también debe ser propiciado, es decir, debe calmar su ira. La diferencia básica, sin embargo, con la propiciación en los cultos paganos, es que Dios mismo proveyó lo necesario para satisfacer su justicia; nada pidió al hombre. Así, este recibe el beneficio de lo logrado por Dios.

La reconciliación está siempre relacionada con la muerte de Cristo. Dice el apóstol: “Si cuando éramos enemigos de Dios fuimos reconciliados con él mediante la muerte de su Hijo, mucho más ahora, que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida” (Rom. 5:10). La ira fue causada por la desobediencia de Adán y resuelta por la obediencia del segundo Adán, Jesucristo; una obediencia perfecta a la voluntad de Dios durante su vida: “Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:8).

La reconciliación, lo logrado por Cristo, abarca dos aspectos:

Al morir en la cruz, Jesús pagó la deuda del hombre y calmó la ira de Dios; es decir, satisfizo su justicia. La Escritura afirma que Dios también fue el objeto de la cruz: “Por tanto, imiten a Dios, como hijos amados. Vivan en amor, como también Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, como ofrenda y sacrificio a Dios, de aroma fragante” (Efe. 5:1, 2). “Y también hace claro que conforme a las Escrituras Cristo murió por nuestros pecados” (1 Cor. 15:3).

Dos dimensiones de la obra de Cristo para lograr la reconciliación:

“La reconciliación presupone un distanciamiento previo entre dos partes, un distanciamiento que se ha resuelto y sanado. En el pensamiento paulino, el hombre está alejado de Dios por el pecado y Dios está alejado del hombre por su ira. Es en la muerte sustitutiva de Cristo que el pecado es vencido y la ira evitada, de manera que Dios puede mirar al hombre sin displacer y el hombre puede mirar a Dios sin temor. El pecado es expiado y Dios es propiciado”. (David F. Wells, The Search for Salvation).

Elena de White escribió: “Por medio de la cruz, el hombre es atraído a Dios, y Dios al hombre […] En la cruz, la justicia recibió satisfacción”. De manera que ahora “Dios es justo, y, a la vez, el que justifica a los que tienen fe en Jesús” (Rom. 3:26).

En la cruz se efectuó la reconciliación. “Esto quiere decir que, en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, sin tomarles en cuenta sus pecados, y que a nosotros nos encargó el mensaje de la reconciliación” (2 Cor. 5:19). En la cruz, el mundo, la raza humana, fue reconciliada con Dios: allí se firmó la paz. Bien podríamos decir que antes de la cruz la raza humana estaba legalmente condenada. Dios había prometido enviar un sustituto para resolver el problema, pero habían pasado varios milenios y la promesa no se había cumplido. Fue en la cruz, un viernes a las tres de la tarde, donde se firmó la paz y la humanidad pasó otra vez al favor de Dios. A partir de ese momento la raza humana quedó legalmente redimida, ya que fue efectuada la reconciliación.

Sin embargo, es necesario recordar que existe también una dimensión claramente personal en la reconciliación. El hecho de que la raza humana haya sido reconciliada, no significa automáticamente una salvación universal (es decir, que todos serán salvos), como proponen algunos. Hay un ferviente llamado en la Escritura para que el hombre acepte la provisión divina: “En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios” (2 Cor. 5:20). Para que la reconciliación sea efectiva en lo personal, el hombre debe reconocer su necesidad y aceptar el llamado de la gracia de Dios. El apóstol San Juan pone toda esta realidad en perspectiva, cuando escribe: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna, pero el que se niega a creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira [orgé] de Dios recae sobre él” (Juan 3:36).

Apreciado lector, ¿estás dispuesto a creer en el Hijo de Dios como el Salvador y Redentor de tu vida? RA

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